OPINION

Houston, tenemos un problema: lo sensacional nos impide ver lo importante

El comisario José Manuel Villarejo
El comisario José Manuel Villarejo
CEDIDA

Escucho al presidente Sánchez, que aunque está de viaje oficial por América sigue de cerca los múltiples líos políticos que continúan destapándose en España, y estoy de acuerdo con sus sentencias: “Un corrupto no marcará la agenda del Gobierno”. Y añade con firme tono higiénico: “Vinimos a limpiar, estamos limpiando y seguiremos limpiando”. Dejando de lado que la frase suene muy a Mr. Proper, el jefe del Ejecutivo está obligado a actuar con decisión, “estropajo” presidencial en mano, si quiere ser consecuente con sus declaraciones y principios.

Las frases son oportunas y razonables pero requieren algo más que el básico objetivo de pretender esquivar las balas. Es cierto que el comisario corrupto José Manuel Villarejo –el gran muñidor de las cloacas del Estado- no puede manipular con sus putrefactos enredos la vida de nadie, y mucho menos la supervivencia de un Gobierno. Hasta aquí, todos de acuerdo.

Pero claro, el comportamiento de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, tiene algunas vueltas de tuerca que habrá que analizar con detalle por si se ha pasado de rosca. Villarejo es todo lo execrable que ustedes quieran, incluso un poco más, pero la ministra de Justicia, D.D., no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Por sus errores les conoceréis, e incluso les reprobaréis.

Arrancó la ministra diciendo que no conocía a Villarejo. ¿Villarejo? No me suena. ¿Quién es ese? Pasado un día, y con más información sobre la mesa, empezó a recordar que tuvo algún ligero contacto social con él. Nada importante. Sólo un hola y adiós. Para después sacar una prodigiosa memoria que recordaba hasta el número de veces que se habían visto y los detalles de esos encuentros.

Aparecieron los audios en los que ella hablaba con mucho desparpajo en los almuerzos con Villarejo, como si fueran grandes amigos; y Delgado empezó a ofrecer una serie de excusas de manual que sonaban poco creíbles: “Están fuera de contexto”. “Es un montaje”. “No quería decir eso”. Y como guinda de esta fiesta de despropósitos, lo de “maricón”. Ni el abrazo forzado con su colega Grande-Marlaska puede borrar el patético comentario.

Delgado ha gestionado desastrosamente su “relación” con Villarejo y la aparición de los audios. Audios traicioneros que, sin embargo, demuestran que la ministra –entonces fiscal- conocía presuntos delitos –jueces de alterne con menores de edad, prostitutas contratadas por Villarejo para sonsacar información, etc.- y no denunció ni dijo nada de ello, se quedaron en simples chascarrillos de sobremesa.

Para ser y parecer realmente una víctima del comisario corrupto, la ministra Delgado debe dar explicaciones convincentes; no basta con hacer aspavientos y subir el tono de voz en el hemiciclo, también debe convencer a unos ciudadanos atónitos que cada día descubren un capítulo nuevo de las torpezas y corruptelas de unos políticos y funcionarios que olvidan que están ahí para servir a la sociedad, y no para intrigar y hacer negocios desde sus puestos de poder.

Dicho todo esto, hay que añadir que se nota cierto hartazgo social. También en los militantes de izquierdas o de derechas, pero sobre todo en esa gran mayoría de españoles, que más allá de sus ideologías, se sienten cansados de los numerosos espectáculos políticos –master, tesis, plagios, audios, etc.- que todos los días surgen en los medios de comunicación como si fueran el no va más de nuestra razón de existir.

Desde hace tiempo la política está demasiado encallada en asuntos turbios o menores y nos olvidamos de los grandes e importantes debates que tanto afectan a la vida de los ciudadanos. Cuestiones primordiales, que aunque están allí, esperando soluciones políticas, pasan a un segundo plano dado el fragor de esos otros temas más morbosos, que sí bien son importantes de resolver no son ni deben ser los principales temas de la agenda política ni de la informativa.

Si el comportamiento ético de nuestros políticos tuviera una mayor exigencia, quizá los medios no tendríamos que estar atascados en asuntos tan mundanos y podríamos informar con mayor detalle de cuestiones realmente trascendentes como las pensiones, los impuestos, la energía, la vivienda, la educación, etc., que ahora quedan desplazados por las tropelías de Villarejo y compañía.

Va siendo hora de hacer alta política (aunque para ello se necesitan políticos bien preparados y honestos) y un periodismo menos visceral, que sin renunciar a señalar a los tramposos y tramposas ofrezca un panorama político y social más acorde con las necesidades y exigencias de los ciudadanos del siglo XXI. Pero esto, hoy al menos, parece estar lejos. Houston, tenemos un problema: lo sensacional nos impide ver lo trascendental.

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