En mi molesta opinión

El kamikaze temerario o el síndrome de la Moncloa que siempre asoma

Pedro Sánchez
El kamikaze temerario o el síndrome de la Moncloa que siempre asoma
EFE

El maldito síndrome de La Moncloa que ya se apoderó en su día del alma de Adolfo Suárez o de Felipe González y de casi todos los presidentes que han pasado por este palacio, vuelve a pasearse ahora de manera intensa entre las cortinas, las alfombras y el colchón especial de un Pedro Sánchez que como todos los demás "residentes" cree que los equivocados son los otros. Siempre que pasa igual sucede lo mismo. Los locos son los contrarios. Un kamikaze circula a gran velocidad por el carril equivocado de la autopista, piensan todos los otros conductores que es un suicida. Todos, menos el afectado que no se da por aludido y está convencido de que el número de kamikazes que viajan por su carril son los peligrosos y que cada día hay más. Puede sonar a chiste pero no es ninguna broma.

A Felipe González le llamaban sus colaboradores, según nos enteramos por una conversación telefónica grabada a Txiki Benegas en 1991, "Dios", y no era precisamente por su devoción espiritual sino más bien por esa necesidad que le entra a los que mandan mucho de que sólo ellos saben distinguir el bien y el mal, y que sólo ellos siempre aciertan. A José María Aznar le sucedió algo parecido, desde que empezó a frecuentar a la familia Bush y a poner los pies sobre la mesa de café. Miguel Ángel Rodríguez, hombre de confianza de la actual presidenta Díaz Ayuso y que conoce el PP como la palma de su mano, contaba en su libro que el mencionado Aznar "creía que los más sumisos eran su baluarte". Y descubrió cuando fue a visitarlo en 2002 que su "jefe" ya era otro, que había sufrido esa especie de síntoma monclovita que te impide ver la realidad con objetividad, le intentó aconsejar de los peligros que corría: "Ten cuidado porque te van a despachurrar"; a lo que el presidente del PP de aquel entonces -Aznar- contestó: "Cómo te atreves a decirme eso".

¿Está Pedro Sánchez empezando a sufrir el llamado síndrome de la Moncloa? La mayoría cree que no, que no está empezando porque ya lo lleva puesto en su manual político desde hace tiempo. Basta verle funcionar y hablar de cómo pasará a la Historia para comprobar que si no se besa no es porque no quiera sino porque no llega. Algunos ministros, casi todos discretamente dado el temor que le profesan al presidente, están convencidos de que Sánchez cada día se aísla más y confía en menos colaboradores, y eso que tiene un amplio surtido de 'vendedores' de ideas, más de dos mil entre asesores y altos cargos. Tan rodeado de gente para luego no fiarte de nadie: "Se queja de que está muy solo, pero tampoco se deja ayudar", comentan esos colaboradores. A las pruebas nos remitimos, cuando tuvo que tomar la decisión el pasado 28 de mayo tras la debacle electoral de convocar nuevas elecciones, solo consultó con tres personas de su equipo más allegado, los demás se fueron enterando poco a poco o por la prensa.

Es cierto que Sánchez es un líder muy presidencialista, incluso algunos opinan que tiene ciertos toques de déspota, que abusa de su poder, y que le gusta controlarlo todo y que nadie se mueva sin su consentimiento. Su afán por mostrar su arrogancia le ha llevado a eclipsar en alguna ocasión al mismo Rey de España, Felipe VI, haciéndole esperar, o adelantándose él en los actos rompiendo el protocolo establecido. A Sánchez se le percibe una gran pérdida de contacto con la realidad, una gran incapacidad para la autocrítica -todavía se espera que explique el resultado electoral del 28-M-, en resumen, se le aprecia un continuo endiosamiento que intenta remediar menospreciando a los que le llevan la contraria.

Basta ver cómo funcionan las cosas en el Ejecutivo y en Moncloa. Para el propio Sánchez son todos los grandes anuncios, de forma que los ministros siempre quedan en un segundo plano y no acaban de tener relevancia política. De ahí también que nadie le tosa y todo se convierta en un constante "sí, señor". Acabamos de comprobar una vez más lo que valen sus acuerdos políticos; Yolanda Díaz era su fiel escudera para unir una futura coalición, pero ya se ha convertido en un estorbo como lo han sido otros muchos. Andoni Ortuzar del PNV lo dejo muy claro la semana pasada: "Somos un kleenex para él -refiriéndose a Sánchez-, nos usa y luego nos tira sin problemas".

Ante las nuevas elecciones ha descubierto que su presencia en los mítines no aporta mucho, más bien provoca rechazo, y ha decidido por las buenas y porque lo dice él hacer seis debates 'cara a cara' en televisión con Núñez Feijóo. ¡Seis debates seis! Se nota que sólo piensa en él, y no en los ciudadanos. Cada día la sociedad está más harta de verle la cara en el Telediario y todavía quiere ofrecer una ración doble de sopa boba. Ya es tarde para demostrar lo que no ha sabido vender durante cinco años. En la campaña de 2019 pedía lo contrario, se reía de que fueran los otros partidos a un debate y que sólo hubiera un 'cara a cara' con Pablo Casado. Ahora que las encuestas le dan como perdedor le conviene lo contrario y le importa poco que se le vean las incongruencias. Que Pedro Sánchez diga una cosa y luego haga la contraria es algo tan habitual que todo el mundo lo asume, incluidos los sufridos socialistas.

No sabemos a ciencia cierta si el famoso síndrome de La Moncloa es una simple leyenda urbana o hay algo de realidad en ello. Lo que está claro es que será por la soledad y el aislamiento que provoca este palacio del siglo XVII, o más bien por la soberbia que provoca la propia persona del presidente, pero Sánchez necesita con urgencia recurrir a ese viejo sistema romano en el que un esclavo sostenía sobre el emperador una corona de laurel mientras desfilaba ante su pueblo celebrando sus éxitos militares, a la vez que le susurraba al oído: "recuerda que eres mortal". Memento mori. Pues eso, recuerda Sánchez que torres más altas han caído y que a pesar de ello la vida ha seguido.

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