OPINION

La Diada viene cargada de sorpresas y malos recuerdos

Manifestación de la Diada 2017 en Barcelona
Manifestación de la Diada 2017 en Barcelona
Europa Press - Archivo

Este martes día 11 es la Diada, la fiesta Nacional de Cataluña. Aunque en los últimos tiempos los alérgicos al nacionalismo separatista han crecido exponencialmente y llaman a esta celebración la Diada a secas, o la fiesta oficial de Cataluña. Sin embargo, será un día muy especial en lo político, tanto para unos como para otros, aunque por motivos bien distintos.

Por el lado oficioso, nos encontramos a Quim Torra, actual presidente de la Generalitat, que se encarga de engrasar verbalmente los ánimos y los resortes sociales de la factoría independentista, junto a los CDR, Comités de Defensa de la República, que no descansan en su afán perturbador con el objetivo de mantener caldeado el ambiente y llenar las calles de separatistas, siguiendo instrucciones del huido ex presidente, Puigdemont.

Y todo ello, para que la Diada secuestrada por el sector separatista no decaiga y tenga un clamor especial. Aunque hay miedo a que ese número de asistentes mengüe y se evidencie el fracaso de un plan que se aguanta por el controvertible proteccionismo de la Generalitat y el voluntarismo hostil de unos forofos, cada vez más hartos y agotados de no conseguir nada, pero que aún creen en el submarino amarillo.

Más allá de las cifras, este 11 de septiembre será más exclusivo si cabe, sobre todo tras los sucesos del año pasado, incluida la declaración “simbólica” de independencia del 27 de octubre. La Fiesta Nacional de Cataluña es una ocasión idónea para las reivindicaciones, pero también para olvidar y tapar otros sucesos que hacen sonrojar al más atrevido. Ni tan siquiera los muy cafeteros de la secesión, consideran que lo que se hizo hace un año era lo más idóneo.

Baste recordar los nefandos días 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando se produjo el “golpe parlamentario” y se aprobó la primera de las leyes de “desconexión”, que hacía mención al referéndum. El recuerdo de ese día, junto al del día siguiente, siguen produciendo vergüenza y bochorno a cualquier ciudadano con dos dedos de frente, por la manera que fueron violentadas las leyes en el Parlament catalán.

Sin duda, todos –incluidos los sectores separatistas- tienen claro que esos días se produjo un “golpe” institucional contra la legalidad vigente, y se forzaron las leyes sin ninguna legitimidad ni autoridad. Fueron dos días en los que unos representantes políticos pisotearon los derechos constitucionales y democráticos de otros políticos y de todos los ciudadanos. Muchos consideran que debió de ser en esos días cuando Rajoy aplicara el 155, y que ello hubiera tenido unos mejores efectos preventivos. Además de la conveniencia de esperar al menos tres meses antes de convocar unas nuevas elecciones autonómicas.

Estos pudieron ser los errores del Gobierno de Rajoy y de los partidos constitucionalistas, frente a las provocaciones, delitos y torpezas del secesionismo. Sin embargo, el fallo más sonado de Puigdemont y sus seguidores fue menospreciar la capacidad y reacción del Estado español. El independentismo vivía –y vive- en su Matrix particular y no esperaba que la Justicia se atreviera a llegar tan lejos con unos políticos, teniendo a Europa de espectadora pasiva. Viendo que la realidad se impone a Matrix, el separatismo ha creado un relato de abusos jurídicos y políticos para minimizar sus propios delitos y errores.

Hemos llegado a un punto en el que el problema catalán cansa más que preocupa a los españoles en general. Sobre todo porque el increíble Quim Torra es eso, muy poco creíble en sus bravatas o amenazas. Se nota demasiado que los hilos los maneja Puigdemont, y que el actual president se encuentra entre la pared de Puigdemont o la espada de la Justicia. ¿Qué elegirá Torra, susto o muerte?

Una cosa es hablar en teatros llenos de 'cheerleaders' y otra bien distinta hacerlo en el Parlament, que por cierto sigue cerrado hasta octubre para que nadie pueda rememorar estos días las infamias ocurridas el 6 y 7 de septiembre de hace un año en tan insigne sede. El día 11 puede haber sorpresas, por un lado una participación menor que en otros años, algo que dolería mucho al independentismo y lo enfriaría aún más, y segundo, que tras la fiesta de la Diada, el gobierno de Quim Torra se mostrara más dócil y menos belicoso de cara a no calentar los ánimos de los jueces y los fiscales ante los juicios que se avecinan de los líderes del procés.

El Gobierno de Sánchez ha hecho llegar a la Generalitat el mensaje de que todo irá mejor para todos, principalmente para los encarcelados, si la tensión social se reduce y una cierta normalidad vuelve a las calles. Pero ello no quita que los sectores más extremistas pasen de las promesas de Madrid y aprovechen la Diada para demostrar al mundo que el sueño de la República sigue muy vivo. Cataluña es un grave problema para España y lo seguirá siendo durante muchos años, aunque gobierne Pedro Sánchez y prometa cierta mano blanda.

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