En mi molesta opinión

La marca Barcelona se hunde en el mundo

Bartomeu
La marca Barcelona se hunde en el mundo
EFE

Siempre se ha dicho que "el Barça es más que un club". Los rivales de los culés añaden con pérfida ironía que "es un puticlub" o, dicho de manera más fina y a la catalana, "una casa de barrets" -una casa de sombreros-, como se les llamaba antiguamente en Barcelona a los lupanares. Se les bautizó así porque en la plaza Real, al lado de las Ramblas, hubo un famoso burdel camuflado como sombrerería.

Todo el que entraba a comprar un sombrero y pagaba mucho más de lo que valía, adquiría el derecho a visitar la trastienda donde unas alegres comadres ligeras de ropa ofrecían servicios sexuales. Han pasado los años, y las sombrererías han ido desapareciendo, no así las casas de putas o de "barrets", ni los clubs de fútbol que son más de lo que parecen, ergo el Barça, y guardan en su trastienda más líos y problemas de los permitidos.

Hace un par de días, los pocos Mossos d’Esquadra que no estaban heridos o huyendo de las jaurías de jóvenes insatisfechos y frustrados que querían quemarles o destrozarles el casco y lo de debajo del casco, detuvieron al expresidente del FC Barcelona, Josep Maria Bartomeu, también conocido como 'Barto'. Le arrestaban a él y a otros exdirectivos en el marco de la investigación "Barçagate", por contratar el club blaugrana a una empresa que monitorizara las redes sociales y llevara a cabo campañas de desprestigio contra personas y entidades hostiles al presidente Bartomeu y a su directiva. Además, pagaron seis veces más del coste de mercado, en facturas de 200.000 euros para no precisar la aprobación de la junta.

Es lo que le faltaba a la imagen del Barcelona club de fútbol, y a la de Barcelona, ciudad del diseño y los congresos; bautizada por Eduardo Mendoza como ciudad de los prodigios, y hoy transfigurada en ciudad de los destrozos y el vandalismo callejero, los líos políticos, el independentismo radical, y los litigios de todo tipo. Además, por si no hubiera suficiente malestar en las calles y en las casas, alguien se empeña -seis días antes de las elecciones a presidente del club- en convertir la joya de la corona, el Barça, en el hazmerreír del mundo sembrando sospechas de corrupción.

Algo huele mal, y no son sólo los trapicheos del expresidente Bartomeu. Registrar las oficinas del club de nuevo, tras meses de realizar el primer registro, no tiene mucho sentido, ya que el objetivo policial o judicial es hacerlo por sorpresa, no a bombo y platillo por segunda vez. Además, detener a Bartomeu como si fuera un peligroso delincuente tampoco tiene mucho sentido ni lógica judicial. Hoy ya está en libertad provisional, tras negarse a declarar.

Los denunciantes del "Barçagate" forman parte de una entidad que aglutina socios del Barça, entre los que hay miembros de la Generalitat. Sospechoso. Sobre todo porque los presidentes que han mantenido la independencia frente al poder político catalán han acabado teniendo problemas de prisión y registros mediáticos. Por si fuera poco el mosqueo que provoca la detención de Bartomeu y otro miembro de su junta, la jueza ha dicho claramente que no las ordenó, que han sido los Mossos… ¿por iniciativa y orden de quién? Saber a quién beneficia todo este lío también puede ayudar a entenderlo. Lo que está claro es que todo esto constituye un durísimo golpe para la imagen del Barça, que aparece en todos los informativos del mundo, y no por sus éxitos deportivos.

Junto al FC Barcelona convive la marca de Barcelona ciudad que en estos momentos también está bajo mínimos por no decir que está por los suelos, gracias a que su alcaldesa -Ada Colau- gobierna el municipio como un pollo sin cabeza. Entre unos y otros han llevado a la Ciudad Condal a su límite de resistencia social y económica. Los problemas actuales tienen sus raíces en el pasado, en 2012, cuando empezaron a salir noticias de las cuentas bancarias de Jordi Pujol y su familia en Suiza y Andorra, y de ese 3% institucionalizado; desde entonces hasta hoy todo ha ido a peor, incluida la pseudo-independencia. La autoridad y el sentido común han desaparecido y solo brota el oportunismo político, la crisis económica y el conflicto separatista, y no por este orden.

Barcelona y el FC Barcelona de 2021 necesitan replantearse su presente y su futuro, unidos no solo por el nombre sino en una sinergia de prestigio y éxitos que últimamente escasean. La ciudad debe seguir aspirando a ser la capital del Mediterráneo, recuperando su encanto y estilo de vida que la han caracterizado, quitándose de encima la imagen de territorio sin ley y de paraíso del movimiento antisistema y de okupas, y retomando la confianza de los ciudadanos y de los inversores internacionales.

Por lo que se refiere a la entidad deportiva, hay que depurar todas las responsabilidades dentro del club para frenar el deterioro de la marca Barça, en un año irregular y bastante malo en lo deportivo, y en el que también se puede ir su jugador leyenda, Messi, dejando al club más sumido en la depresión. El nuevo presidente que saldrá el domingo -todo apunta a Joan Laporta- tiene una difícil tarea que empieza en el vestuario, sigue en la grada y en su imagen mundial, y continuará en los despachos de la Generalitat donde son muy aficionados a querer controlar la entidad más importante y representativa de Cataluña. El Barça es más que un club, sin duda, pero no lo conviertan unos y otros en una "casa de barrets".

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