OPINION

Las estrategias de Sánchez para pactar su investidura con los separatistas

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, tras la cumbre informal de los líderes de la Unión Europea. /EFE
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, tras la cumbre informal de los líderes de la Unión Europea. /EFE

Mientras los españoles siguen trabajando y haciendo la declaración de la renta, ellos, los políticos de todos los colores, se frotan las manos y siguen con sus jugosos, oscuros y secretos pactos, repartiéndose el poder (y el dinero) local, autonómico y nacional. Ahora, estos mismos políticos que ayer en campaña tanto nos querían, ya no nos necesitan. Ahora necesitan el voto de los rivales, que antes eran execrables y hoy son adorables; incluso son capaces, en ocasiones, de llegar a acuerdos con los grandes enemigos, con esos que quieren cargarse el Estado y liquidar la soberanía nacional. Pongo a Dios por testigo que nunca pactaré con el partido XXX. Cinco días después, ¡zasca!, pacto al canto.

¿Y qué sucede después de está flagrante contradicción? Pues casi nunca pasa nada, los ciudadanos tragan y callan o pasan olímpicamente. Ese es el problema, y esa es la vía de escape para los políticos sin escrúpulos que son capaces de pactar con quien sea para conseguir su objetivo que es el poder. El chiste de Groucho Marx, “si no le gustan mis principios tengo otros”, se ha convertido hoy en una auténtica realidad. El fin -o sea, el poder- justifica cualquier medio o cualquier aliado para un pacto.

Por ejemplo, en Navarra la socialista María Chevite, que se ha pasado años criticando el intento de algunos partidos por conseguir que esta Comunidad sea un satélite vasco, de repente se ha aliado con los partidos pro-Euskadi (Geroa Bai) que tanto criticaba. Y está dispuesta a pactar con ellos y con Podemos y IE, sin olvidar a los proetarras de Bildu, para conseguir la presidencia de la Comunidad. De momento ya le ha dado a Unai Hualde, socio del PNV, la presidencia del Parlamento navarro. Su primer discurso no pudo entenderlo el 85% de los navarros ya que lo pronunció íntegramente en euskera.

La investidura de Pedro Sánchez sigue en el aire, y seguirá al menos hasta mediados de julio. Los pactos siempre se hacen esperar. Al presidente en funciones y a Iván Redondo, el asesor que le susurra con más influencia, les encanta la estrategia política. Aparentar lo contrario para obtener lo deseado. Estamos en tiempo de poner nerviosos a la otra parte negociadora. En concreto es hora de marear a Pablo Iglesias para que no se crea que sus 42 escaños importan mucho, aunque sean imprescindibles.

Sánchez utiliza para decantar la partida a su favor la amenaza de unas nuevas elecciones, que él cree perjudicarían aún más a Podemos. No le damos ni agua a Pablo Iglesias, sólo algunas migajas, pero conseguiremos que la opinión pública crea que todo es por culpa de su obstinada ambición. Es cierto que el líder de UP está en sus horas más bajas, pero el PSOE quiere enterrarlo aún más negándole cualquier mínimo protagonismo político, y siempre jugando con la misma amenaza de otras elecciones.

Hace tiempo que Sánchez tiene previsto cuál será el final de este cortejo de “apareamiento” político. Para lograrlo ha puesto en marcha la estrategia del “perro loco”, que también utilizó Richard Nixon durante la Guerra Fría. Consiste en hacer creer que eres capaz de todo, que no tienes muchos escrúpulos para pactar, y con esa idea amenazar a los partidos de la oposición de que si no te apoyan te verás obligado a hacer lo peor, a pactar con los enemigos de la nación o con el diablo si es preciso.

Desde el momento en que Sánchez aceptó encabezar la moción de censura contra Rajoy con los votos de todos los partidos, incluidos los más nocivos, desde los separatistas catalanes hasta los blanqueadores del terrorismo vasco, su imagen de político capaz de todo persiste en el imaginario colectivo. Hoy nadie duda de que si Pedro Sánchez necesita los votos o la abstención de Bildu o ERC para gobernar, los aceptará sin problema. En realidad, lo ha demostrado de nuevo en Navarra permitiendo que EH-Bildu ocupe un puesto en la Mesa del Parlamento.

Pero antes, para que la jugada sea redonda, hay que hacerle creer a la opinión pública que tú no quieres eso, que tú, Pedro Sánchez, presidente responsable, quieres que Ciudadanos o el PP se abstengan sin condiciones ni contrapartidas para que tú puedas gobernar sin la necesidad de lanzarte en brazos de los separatistas o filoetarras. Se trata de forzar la abstención, presionando a los partidos de derechas, Ciudadanos y PP, después de haberles dicho de todo en la campaña, y después de haber puesto de moda el “no es no” para impedir la investidura de Rajoy.

Iván Redondo promete su cargo como director de Gabinete del presidente del Gobierno, secretario de Estado de Comunicación, en presencia de Pedro Sánchez. (Moncloa)
Iván Redondo promete su cargo como director de Gabinet. / Moncloa

La estrategia puede funcionar, pero tiene sus peligros. Entre ellos, que la sociedad se dé cuenta de que Pedro Sánchez intenta cargarles a los partidos de derechas su responsabilidad de de lograr los apoyos suficientes. Esta “inocente” y bien intencionada petición de Sánchez, se hace más imposible, e incluso algo cínica, tras los acuerdos del PSOE en Navarra. Lo que busca realmente Sánchez es un salvoconducto para pactar sin problemas con Podemos, PNV, PRC, Compromís y contar con las abstenciones de separatistas y Bildu, sin ningún riesgo para su imagen, y con la excusa de que le han obligado las derechas al no darle su apoyo. Esta jugada lleva adosado el intento de conseguir, además de la investidura, un primer acuerdo para sacar los Presupuestos, la otra gran pesadilla del presidente del Gobierno.

Sánchez y Redondo han demostrado en varias ocasiones que son unos maestros de la estrategia política. Ahora tienen un nuevo reto, nada fácil, aunque ellos tengan buenas cartas para ganar la partida. Lo de unas nuevas elecciones, que es una buena estrategia de presión, no está claro que beneficie tanto y sólo al PSOE, y le deje en mejor posición que ahora. Puede que los ciudadanos estén hartos de estos juegos políticos, y que la amenaza de Vox ya no sea tan efectiva, y que provoquen un mayor temor los partidos separatistas tras la sentencia del Supremo en octubre. También puede que muchos votantes de C’s y Vox regresen al PP pensando que es la única alternativa real a la izquierda. Las incógnitas que se abren ante unas nuevas elecciones son múltiples y todas arriesgadas, incluso para los socialistas.

Lo único diáfano es que el PSOE -con 123 escaños- necesita por los menos otros 53 para lograr la investidura de Sánchez, dejando de lado lo que puedan hacer los tres diputados presos de ERC. Ante estas cifras el apoyo de Unidas Podemos es imprescindible y su precio no será barato, y es allí por donde se puede romper con más facilidad el acuerdo de investidura. Falta saber la habilidad de Pablo Iglesias para negociar y su nivel de desesperación para forzar un pacto ventajoso, o su miedo ante unas nuevas elecciones. De momento, Ciudadanos, que también tiene la llave para investir a Sánchez, sin necesidad de más apoyos, sigue resistiendo bien las múltiples y duras presiones que le llegan de todos los sectores sociales para que dé su brazo a torcer. Las mala “química” entre Sánchez y Albert Rivera dificulta en gran medida que el partido naranja cambie su opinión. De todos modos, veremos qué sucede dentro de tres semanas cuando el tiempo para el postureo y las negociaciones se haya terminado y llegue la hora de la verdad, la hora de la investidura.

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