En mi molesta opinión 

Lo que Putin ha hecho por Rusia y nadie quiere ver

Putin Kremlin
Lo que Putin ha hecho por Rusia y nadie quiere ver.
Agencia EFE

Como en toda guerra la clave está en ver quién se cansa primero. No sólo son las armas lo importante, también está la fuerza mental de la tropa y de la sociedad que la empuja. Por decirlo al modo hispano: “Quien resiste vence; quien vence convence”. Con Ucrania están implicados y afectados Estados Unidos, Europa y la problemática OTAN. Por su parte, Rusia, dado el papel que ejerce como país invasor, se ve auspiciado de lejos y sin aspavientos por su amistad con China, que observa sigilosa al modo asiático. Lo malo de la guerras actuales es que acaban siendo globales, y todo el mundo acaba salpicado o ensangrentado, que es peor.

McDonald's abandona Rusia y los rusos se estremecen. Les duele la caída de su “falso” símbolo capitalista y de otros muchos más como Apple o Coca-Cola. Ese es un duro golpe para la moral de una ciudadanía rusa que ve como su “corralito” económico y social les puede castigar más de lo que preveían. Y encima, sin poder pedir a los ciudadanos que se unan alrededor de una guerra que, según lo repetido con insistencia por Putin y su aparato político, no existe por mucha destrucción que veamos.

Por su parte, los occidentales tampoco lo tienen fácil ya que deben mantener la unidad (divide y vencerás, decía Maquiavelo) en torno a unas 25 democracias poco mentalizadas para un conflicto que en teoría no les afecta de lleno a sus ciudadanos, salvo moral y económicamente, sin olvidar la llegada masiva de refugiados que deberán repartirse entre esos mismos países. Sin duda, habrá quiebras políticas dentro de Occidente, incluidas las turbulencias energéticas de Alemania y de la mayoría de naciones.

Todo ello les puede hacer reflexionar a los ciudadanos del “No a la guerra” sobre la posibilidad, no tan lejana ni remota, de que Putin no sea el único malo de esta película bélica, y que las cosas mal hechas también están en manos de una OTAN ambiciosa de anexionarse territorios “comprometidos” con la órbita rusa y su zona de influencia; y que ese gran malestar puede explicar las razones de Vladimir Putin, aunque nunca justificarlas. La ampliación de la OTAN equivale a ver a Rusia como una amenaza al estilo de la extinta URSS. ¿Quién fue el lumbreras que se empeñó en desestabilizar el Kremlin? ¿Qué diría Joe Biden si en México instalaran misiles rusos apuntando a la Casa Blanca?

Habrá que estar de acuerdo, al menos, en que la balanza económica favorece de lleno a Occidente, ya que en una guerra comercial total Rusia reduciría su PIB en un demoledor 9,7 por ciento, mientras que según señala el mismo estudio el producto interior bruto combinado de los países occidentales no superaría un 0,27 por ciento. Además, Putin ha cambiado su fervor nacionalista de mediados de la década pasada -2014- por otro más propagandístico y represivo. Antes de la guerra, su imagen internacional no era boyante, salvo los apoyos de Trump, pero se mantenía en el mundo en un papel de contrapeso. Ahora, con la invasión de Ucrania, ha caído en bancarrota y no le resultará fácil volver a recuperar su pretendida imagen, aunque él no se sienta el responsable de esta contienda.

Putin no es un político más de una potencia mundial más. No olvidemos que ha conseguido devolverles a los rusos una identidad que llevaban arrastrando sin sentido y sin futuro desde la caída de la Unión Soviética y el nefasto Boris Yeltsin, quien abandonó el poder en 1999 y propició la entrada de Vladimir Putin. Durante estos años fueron superando como pueblo una especie de trauma psíquico y volvieron a sentirse importantes. Putin no invade Ucrania por su afán territorial o poder económico, lo que busca es un estatus político para marcar un espacio simbólico y para que los rusos sientan que otra vez son una gran nación. Como bien explicaba ayer Miguel Ángel Liso en su artículo sobre el adoctrinamiento en este mismo periódico, el resentimiento de los rusos hacia Occidente no se improvisa con unos meses de propaganda, sino que es trabajo duro de décadas de mentalización imperial.

Putin consiguió demostrar a su pueblo que ellos eran las víctimas inocentes y maltratadas, y que Estados Unidos y los occidentales, a través de la OTAN, eran los que pretendían destrozarles. Con ese impulso identitario logró transmitir una condición de resentimiento que sanara los traumas de inferioridad del país. Con ciertos éxitos políticos y económicos Putin se presentó ante su pueblo como un líder de la civilización, que luchaba contra la depravación moral de Occidente. Pero al parecer, en esta invasión prefabricada y, en teoría, bien planificada, todo se ha salido de control. Su narcisismo fluye a raudales y no tiene un contrapoder que le pueda toser y frenar llegado el momento. ¿Cómo reaccionará Putin ante su país si las cosas en Ucrania no salen como él espera, después de mostrarse como un líder poderoso y temible ante el mundo?

Lo mejor del caso, es que a Putin la opinión de los demás le importa bien poco. Es un autoritario sin disimulos -no se puede hablar de dictaduras militares o de partido-, tiene claro sus objetivos y está dispuesto a cumplirlos al precio que sea. Las élites políticas rusas revelaron en 2020 sus motivos de por qué apoyaban a su presidente, y la mayoría coincidió que era por los motivos que ahora están amenazados: estabilizar el país y ganarse el respeto en el extranjero. Aunque no exentas de riesgo, las sanciones económicas pueden perjudicar la relación de Putin con las élites rusas, y provocar descontento popular si la sociedad percibe que se está poniendo en peligro la estabilidad de Rusia, ese sería el único riesgo real de un presidente narcisista que no consigue hacer con Ucrania los aciertos militares que logró en su pasado reciente.

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