OPINION

Los defectos de un país acostumbrado a dormir la siesta y a vivir cara al sol

Un español no sabe cómo es hasta que no viene un holandés culto y refinado y se lo explica. Vincent Werner, economista y ejecutivo holandés que lleva viviendo en España 17 años -15 en Cataluña y 2 en Madrid-, ha publicado una especie de inventario de los defectos de España. Aunque muchos piensen que tan importante asunto se podría despachar en 40 ó 50 páginas, Werner se ha tomado la molestia de hacerlo en 383.

El libro se titula: “It is not what it is. The real (S)pain of Europe”, y ya que uno de nuestros defectos es no hablar inglés –según Werner “lo hace menos del 10% de los españoles en un país que vive del turismo”-, lo traduzco para que nos enteremos todos: “Esto no es lo que es. El dolor real de Europa”. Lo del dolor es un recurso fácil –(S)pain- pero además no se priva de sacar a un torero en la portada.

De acuerdo, a los españoles nos encanta criticar nuestro país, somos autodestructivos por naturaleza, pero nos fastidia muchísimo que venga alguien de fuera –aunque lleve 17 años en España por culpa del amor de una catalana- y haga nuestro trabajo y nos diga lo que hacemos mal. He oído a Vincent Werner en la radio, con Alsina en Onda Cero, y me ha recordado, por su manera de pronunciar algunas palabras, al mítico Johan Cruyff, también me he acordado del gol de Iniesta en la final de Sudáfrica 2010.

Pero entremos en harina aunque nos duela. Entre nuestros defectos más destacables están: 1- El escaso nivel ético, que no está a la altura de la “ética occidental”. 2- Nos falta información sobre lo que ocurre a nuestro alrededor y patinamos mucho en cultura financiera. 3- Nadie asume responsabilidades, todos le echamos la culpa al Gobierno, que tiene mucha, por cierto, pero no toda. 4- Decidimos sobre la marcha, sin duda nos va lo de improvisar y dejarlo todo para el final. 5.- Las prestaciones y servicios de las empresas y la administración pública son un auténtico desastre.

También duele mucho oírle decir a Werner que “España está mucho peor de lo que piensan en el extranjero y nadie intenta cambiarlo”. Añade en su compendio de defectos que trabajamos fatal: “He dirigido equipos de 50 personas. No es que la gente no trabaje, pero no lo hace de manera inteligente. No es lo mismo trabajar mucho que pasar mucho rato en la oficina. No son eficaces”.

Otra de las puyas que nos regala Werner es la de nuestro escaso nivel ético y nuestra excesiva corrupción, tanto política como social: “En las empresas españolas yo siempre he visto esa misma actitud: gente buscando vacíos legales, huecos por los que colarse. Hecha la ley, hecha la trampa, una frase casi intraducible y muy española”. No se corta ni un pelo ni pone paños calientes en las heridas que va abriendo con el relato de su cruda realidad sobre España.

Pero pensemos, aunque nos fastidie, que quizá el holandés emigrante, que no errante, tiene razón, y las críticas son para nuestro bien. Si esto no fuera un artículo escrito, ahora vendría la imagen de un ¡splasch!, un bofetón en la cara para que despertemos de nuestro falso sueño nacional. Es cierto que la manera de ser española poco tiene que ver con la holandesa, pero lo que aquí se discute no forma parte de la idiosincrasia –aunque se acerque- sino más bien de la educación, la formación, la responsabilidad y, sobre todo, el nivel ético que no practicamos.

Somos los inventores de la picaresca, pero no podemos seguir rindiéndole tributo como si fuera nuestra mejor manera de vivir. Es cierto que el franquismo hizo mucho daño en la personalidad social, sin embargo, han pasado más de 40 años y no debemos seguir escudándonos en ello. La modernidad y la progresía, huérfanas de otros valores, no han servido para mejorar la educación cívica y democrática de los españoles y del Estado de derecho que nos representa.

Desde hace años vivimos con la promesa de una regeneración institucional y que abarque a toda la sociedad en general. La educación cívica y ética, el respeto a las ideas del otro, el trabajo bien hecho y la búsqueda del bien común son algunas de las grandes asignaturas pendientes. Seguimos con el nefasto cainismo de las dos Españas y su difícil convivencia. Y no digamos, el nulo respeto por el dinero público y la indispensable integridad que debe presidir todo comportamiento público o privado. Sólo si mejoramos como sociedad podremos garantizar mayores oportunidades para el desarrollo personal. Pero claro, eso exige esfuerzos y sacrificios que una España hedonista, con mucha siesta y demasiada fiesta, quizá no esté dispuesta a pagar. Seguiremos siendo el país más deseado del mundo y también el más incomprendido, sobre todo por los recelosos calvinistas del norte.

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