OPINION

Los muertos de Marta Rovira y los xenófobos insignes

V

ivimos tiempos de mucha “fake news”. Es decir, de mucha mentira envuelta en formato periodístico y mediático. Mentiras que salen baratas porque una vez descubiertas nadie pide responsabilidades a los autores y promotores de las mismas. También vivimos tiempos de mucha falsedad ideológica, esa que sale de la boca del político ramplón y grosero, y que pretende deslumbrar como un fogonazo, en lugar de alumbrar como un destello de verdad.

El problema del independentismo catalán es un problema moral y ético antes que político. Mentiras, falsedades, hipocresía, fingimientos, tergiversaciones, todo vale para alcanzar un deseo. Pero no es cierto. Y ellos –los políticos de la mediocridad y la mentira, los “fake men” de la democracia- lo saben aunque mientan lo contrario. La campaña electoral de las autonómicas del 21D provoca que los tambores de la propaganda política, emparentada con la hipocresía ideológica, sigan resonando en el contaminado ambiente catalán y nacional.

Muchos no quieren darse cuenta, una vez más, de que la realidad y la legalidad se han impuesto sobre el secesionismo de escopeta de feria. Las ideas, los objetivos, los dirigentes, los fanatismos, la independencia… han quedado desconectados y vencidos. La verdadera ley de desconexión ha sido el artículo 155 de la Constitución que ha desenchufado de golpe el golpe institucional que pretendía dar Puigdemont y los mariachis del independentismo.

A pesar de ello, la reverberación propagandística sigue zumbando con fuerza. Sobre todo porque el odio por lo español continúa anidando en los cerebros de cartón piedra de miles de separatistas. Un ejemplo. Que el ama de llaves de ERC, Marta Rovira, diga con su voz lastimera que el Gobierno amenazó con “muertos en la calle” si había DUI, se ha demostrado que es un mentira como una Catedral; sin embargo, esa falsedad también sirve para echarle alpiste a la xenofobia que miles de catalanes cultivan en su desamueblado cerebro IKEA: bienvenidos a la frustrada república independiente de mi casa.

Para mentiras necias y equidistantes, las de la volantinera Ada Colau que argumenta que la no llegada a Barcelona de la Agencia Europea del Medicamento “es por culpa de la DUI y del 155”. Sí mujer, cuando hay fuego tienen la misma culpa el pirómano que el bombero. Otros famosos voceros devenidos en ilustres xenófobos opinan que la culpa es de las cargas policiales del 1-O, pero no observan nada anómalo en una intentona secesionista ni en que más de 2500 empresas salgan pitando de Cataluña.

El independentismo es un sentimiento enfermizo que te ciega la razón y sólo te deja abierta la puerta del odio hacia el que piensa diferente. Un buen amigo que valoro y aprecio, independentista de pura cepa, me intentó convencer de que los inmigrantes no tienen derecho a decidir lo que ha de ser Cataluña, que esa tierra es “nuestra”, de los “auténticos y puros”, no los puros de corazón, sino de los puros de ADN, añado yo…

Para mi desgracia y estupor mi amigo del alma pensaba como la ilustre xenófoba Nuria Gispert, nada menos que ex presidenta del Parlamento de Cataluña. La política independentista que militó en CiU y fue consejera de Justicia y de Interior de la Generalitat, le soltó en Twitter a Inés Arrimadas que se volviera a Cádiz si no le gustaba la independencia. De eso se trata, de echar fuera a los que no piensan como la flor y nata de la xenofobia catalana.

Los separatistas se creen mejores y por ende superiores, y de ahí que crean que tienen más derechos que el resto de catalanes descafeinados. Son los amos de Cataluña porque lucen apellido catalán y porque odian a España. Los otros catalanes, los que no tienen apellido catalán o no tragan con la independencia, son un incordio y unos advenedizos indignos que no merecen vivir en esta tierra. Insisto, no es sólo un problema político, sino también moral y ético; el racismo late en el fondo y en la superficie del separatismo catalán. Desactivar ese sentimiento fanático será mucho más difícil que aplicar el artículo 155.

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