OPINION

Los problemas reales de la sociedad o el tamaño de los ombligos de los políticos

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman el acuerdo de Presupuestos Generales del Estado
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman el acuerdo de Presupuestos Generales del Estado

Da la sensación de que vivimos en mundos paralelos. Por un lado está el mundo de los políticos, al que se suman bastantes periodistas que siguen ciegos la estela de la agenda oficial; y por otro, el mundo del realismo cotidiano, el de los ciudadanos que no pueden escaquearse de sus responsabilidades y obligaciones, también conocidos como “paganos”, ya que según un informe de la OCDE en España tenemos 108 impuestos diferentes.

Más de cien banderillas negras que exprimen –sin posibilidad de rechistar- a los verdaderos protagonistas de la sociedad y la democracia. Sin embargo, estos ciudadanos-paganos no tienen la opción de ser escuchados y atendidos según sus verdaderas necesidades, ni tampoco pueden marear la perdiz y escudarse en el rollo político para zafarse de sus obligaciones, como sí lo hacen nuestros, cada día más desprestigiados, gobernantes.

Crucemos de acera. En el mundo de los políticos, de lo que más se habla es de Quim Torra, Puigdemont y sus trifulcas partidistas en el Parlament de Catalunya; de la ministra Delgado y su amistad peligrosa con Villarejo y Garzón; de la entrada en la cárcel de Rato; de la sospechosa negativa de Pedro Sánchez a ir al Senado a explicar su doctorado; de la llegada de VOX a la política nacional y de su etiqueta de extrema derecha; de que Borrell ha utilizado información privilegiada para vender sus acciones; de la exhumación de Franco y su nuevo destino en la catedral de la Almudena; y de un sinfín de historias que afectan y preocupan mucho a los políticos, y a gran parte de los periodistas, pero no tanto a los ciudadanos, ya que las vidas de estos últimos están regidas por la auténtica realidad, y no por las mentiras y el parloteo desaforado que gastan los políticos y que nunca solucionan la difícil situación social y económica que vive España.

Llevo años diciendo que este país está demasiado politizado, que los políticos son demasiado protagonistas, que ocupan demasiado espacio mediático, inversamente proporcional a las soluciones reales que aportan. Y que dedican más tiempo a sus intereses partidistas que a los de sus votantes; que los medios de comunicación siempre abren sus ediciones hablando de los líos políticos, pero casi nunca con noticias de verdadero interés social; que lo que dice, hace o le preocupa a la sociedad civil no le interesa apenas al poder Ejecutivo, Legislativo o mediático. Nuestra clase dirigente vive instalada y aislada en su reino de disputas y litigios, siempre tomando decisiones en función de sus ganancias partidistas, pero nunca pensando en el bien común de la sociedad.

Pongamos un ejemplo. Hace unos días, visitó España Andreas Schleicher, responsable de educación de la OCDE y director de los prestigiosos informes PISA. Scheicher dijo cosas interesantes, como que algunos países de éxito reconocido, como son Finlandia, Japón o Canadá, han triunfado porque no consideran la educación parte del debate político.

En España, sucede todo lo contrario. La educación, sea básica o universitaria, es motivo de enconadas peleas entre partidos. No importa el bien común, no son capaces de buscar una fórmula que satisfaga al interés general, hay que pelearse hasta el extremo de no llegar nunca a un acuerdo y cambiar las leyes cada cuatro años. La educación, siento recordarlo por obvio, es uno de los pilares de cualquier sociedad que aspire a tener un futuro digno y próspero. Pero quien dice educación, dice sanidad, pensiones, impuestos, empleo, etc.

¿Quién, de verdad, se está preocupando por el porvenir de los españoles? ¿Quién se está planteando salir del círculo vicioso de ser un país que lo apuesta todo a los camareros; es decir, quién planifica hoy un futuro más allá de la industria del turismo? Deberían ser los políticos pero en verdad no lo hacen. Vivimos en pleno siglo XXI, pero en España continuamos anclados en el siglo XX, gracias a la aplastante mediocridad de nuestros dirigentes.

La sociedad civil lo intenta por su cuenta, pero los poderes públicos no facilitan los medios para que los emprendedores se enganchen a las nuevas revoluciones tecnológicas que ya prosperan en medio mundo; aquí seguimos obsesionados por decidir dónde enterramos a Franco, o cómo conseguir que un Gobierno se mantenga en el poder sin apoyos parlamentarios. Lo demás, lo de los ciudadanos, es lo de menos. Primero garantizar el sillón, y de los problemas reales ya hablaremos otro día.

Si las cuitas de los partidos están por encima de los intereses de los españoles, nunca saldremos de este patético laberinto que nos conduce a la mezquindad permanente. Aunque tal vez, para que cambien los políticos primero tendríamos que cambiar la actitud de los ciudadanos; o sea, deberíamos salir a la calle a exigir que nuestro bien común esté por encima de los intereses sectarios de los partidos políticos… pero creo que ellos -los grandes próceres de nuestra patria- no se darían por aludidos, están demasiado ocupados discutiendo por el tamaño de sus ombligos.

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