En mi molesta opinión

Mamá, quiero ser comisionista como Piqué

Gerard Pique of FC Barcelona gestures during La Liga match , football match played between FC Barcelona and Sevilla FC at Camp Nou stadium on April 03, 2022, in Barcelona, Spain.
Mamá, quiero ser comisionista como Piqué.
Marc Graupera Aloma

Antes de ayer, o sea, en el siglo XX, las niñas y los niños querían ser artistas como Concha Velasco o futbolistas como Butragueño, o incluso las dos cosas como Julio Iglesias; pero ahora, cambiados los tiempos y los modos, los niños y niñas engendrados en la era del pelotazo hispano reinventan el oficio y se hacen comisionistas todoterreno y de todo-pelaje. Mires por donde mires, hoy día sólo ves en los medios de comunicación gente que se forra bastante bien, haciendo bastante poco, y engañando a bastante gente, y eso siempre provoca una envidia loca.

Entre un artista y un comisionista hay una amplia gama de matices y diferencias. No sólo porque el primero suda de lo lindo, y al segundo todo se la suda. Es cierto también, que un artista trabaja por una comisión, y un comisionista no trabaja, al menos no mucho, pero sí alcanza la categoría de “artista” llevándose calentitas las comisiones de esas cosas que ellos nunca producen ni nunca inventan pero siempre ordeñan. Simplemente se manejan a través de algún “primo” que les abre la puerta y ellos entran como unos honrados trileros de terciopelo rojo dispuestos a darlo todo por la pasta, e incluso por la patria, si la pagan bien. Los comisionistas nunca se pillan los dedos, siempre encuentran algún motivo o excusa para que la tapa del piano caiga sobre otras manos.

A pesar de todo, no nos rasguemos las vestiduras ahora que sufrimos un strip-tease continuado de comisionismo por todas partes y en todos los lugares más inverosímiles. Sus nombres y sus dueños no son todos excelsos pero algunos de ellos trabajan el waka-waka con gran virtuosismo: Luceño y Medina, Piqué y Rubiales, el Ministerio de Sanidad, el comisionista de la Generalitat, Roger Parellada… y otros cuantos que irán cayendo como moscas en un panal de rica miel bien untada a cuenta de otros. Los comisionistas son como termitas inquietas y siempre voraces que han estado presentes en la historia de la humanidad, incluso en España hay un “Código de Comercio” de 1885 que los protege y los ampara con leyes y señales.

Sin embargo, molesta que los señores comisionistas sean los más trincones, los más listos, los más altos, y no lo digo por el alcalde que no es comisionista sino víctima de dos jetas bien lustrosos en apariencia y bien servidos con sus respectivos pelotazos a costa de unas mascarillas y unos guantes que encima no eran homologables. Cobrar por una comisión legal no es delito, lo malo es cometer estafas, la falsedad documental o no declarar a Hacienda tus ganancias e intentar vender gato por liebre al precio de un visón, aunque el visón sea de criadero, pero eso es algo que también debe controlar y vigilar la parte comitente o contratante. El caso es que, por mucho que Carmen Calvo diga que el dinero público no es de nadie, los impuestos que pagamos todos sí son de alguien y no están para alegrarle la vida a los comisionistas de turno.

Ese es el caso de las mascarillas del Ayuntamiento de Madrid. Si bien, al menos por ahora, Anticorrupción no ha encontrado ningún indicio de responsabilidad penal en el consistorio ni tampoco en el primo del alcalde, Martínez-Almeida. Aunque sí habría que matizar que la contratación de urgencia que se estableció durante el origen de la pandemia no debe ni puede rebajar el control y la supervisión de los contratistas. Cierto es que todas las administraciones públicas realizaron contratos de emergencia -se calcula que cerca de 15.000- que están previstos en el artículo 120 de la Ley 9/2017, pero también es cierto que la Fiscalía de Anticorrupción está examinando miles de expedientes para detectar defectos administrativos graves o incluso ilícitos penales; todos ellos supusieron en su conjunto un gasto de más de 6.000 millones de euros.

A pesar de este jaleo nacional, el comisionismo de alto standing sigue de moda y no cejan de aparecer más casos en los lugares más insospechados. Por ejemplo, Gerard Piqué y Luis Rubiales, el Geri y el Rubi, según sus apodos señalados por ellos mismos en sus conversaciones, ambos se embolsaron buenas comisiones por organizar la Supercopa de España en Arabia Saudí. El jugador del Barça recibió 24 millones de euros por las cuatro ediciones. El problema lo tiene más Rubiales por ser el presidente de la Federación de Fútbol, si bien Piqué, que tiene una empresa de eventos deportivos y cobra comisiones por ello, ha criticado en varias ocasiones y en plan purista los posibles “amaños” deportivos por convertir a Catar en sede de la Copa del Mundo de Fútbol: “que haya gente que compre el hecho de tener los Mundiales, y que haya sobres por detrás como hubo en la FIFA; estamos hablando literalmente de corrupción”. Como siempre la corrupción es de los otros, la nuestra siempre es blanca y radiante aunque uno se vista de azulgrana.

Me da que todo esto de las comisiones es una muesca más dentro del gélido iceberg que manejan los dioses del dinero, y que solo es el principio imperfecto de una era mundana que no termina ni cambia por mucho que los medios de comunicación la denuncien, sino que se amplía según los parámetros de una buena ganancia y una jugosa cartera.

Para terminar este artículo baste la conversación y el tono de dos comisionistas pujantes que analizan con fina estrategia como solventar sus problemas ante un molesto contratiempo: "A ver, Rubi, si es un tema de dinero, si ellos (el Real Madrid) por 8 millones irían, hostia tío, se paga ocho al Madrid y ocho al Barça… a los otros se les paga 2 y 1… son 19, y os quedáis la Federación seis kilos, tío. Antes de no quedaros nada, os quedáis seis kilos. Y apretamos a Arabia Saudí y a lo mejor le sacamos… le decimos que si no, el Madrid no va… y le sacamos un palo más o dos palos más…”. Los palos no son de golf y el que los quiere dar es Gerard Piqué. Sin comentarios. 

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