OPINION

Màxim Huerta: el fracaso del control político o el éxito de la prensa

Màxim Huerta dimite convencido de su inocencia
Màxim Huerta dimite convencido de su inocencia
Europa Press

La política se ha convertido en una trabajo de alto riesgo que, además, ha entrado en una fase de gran volatilidad. Todo puede cambiar en cuestión de horas. El Gobierno de Rajoy se esfumó en menos de 72 horas, a pesar de que un día antes estaban pletóricos con la aprobación de sus Presupuestos. Maxim Huerta, elegido personalmente por Pedro Sánchez para ocupar la cartera de Cultura y Deporte, y nombrado el último de la lista como la guinda del gran pastel de exquisitos ministros, fue “dimitido” de su cargo en menos de 10 horas y tan sólo seis días después de tomar posesión.

¿Pero qué está pasando en la política y en la vida pública en general para que todo sea tan trepidante? Sabemos que “sic transit gloria mundi”, que la gloria de este mundo cruel no es que pase rápido, es que pasa que ni te enteras y muchas veces más que pasar te atropella como un camión. Quizá la clave principal de estas sacudidas esté, hoy más que nunca, en los medios de comunicación, en el control exhaustivo que practican y en el contrapoder que ejercen sobre los políticos y gobernantes, y sobre cualquier estamento público o privado que pretenda propasarse o ampararse en la injusticia.

Hace unos años, cuando no había tanto medio informativo ni tanta tecnología al servicio de la comunicación, nos enterábamos de muchas menos corruptelas y desmanes delictivos. Era más difícil conocer las ruindades y vilezas de los poderosos, y además también era más fácil taponar la publicación de algunas de esas “molestas” noticias. Ahora, a pesar de las muchas imperfecciones y presiones, y de las grandes dificultades por sobrevivir que tienen la mayoría de los medios, el periodismo actual mantiene viva la esperanza de fomentar una mayor ética social y, por supuesto, el deseo de promover una mayor honestidad política.

El miércoles por la tarde, tras largas horas de discusión en Moncloa, algunos voceros del nuevo PSOE intentaron convertir el error en virtud, ensalzando el modo en que se había resuelto la crisis de Maxim Huerta. Es cierto que el Gobierno estuvo rápido, sobre todo porque estaba en juego su imagen recién estrenada (y ya recién manchada), y quedaba en tela de juicio la palabra dada por Pedro Sánchez en una entrevista de hace un par de años -¡maldita hemeroteca!- donde condenaba cualquier comportamiento dudoso con Hacienda. No había posibilidad de mantener al ministro de Cultura ni una hora más. Era triste y duro pero su cabeza debía caer por el bien del nuevo proyecto del PSOE.

Con esta primera gran crisis del Gobierno de Sánchez hay muchas cosas que se podrían debatir, desde el listón de exigencias que se les está poniendo a los políticos, hasta el papel social y político de la Agencia Tributaria. Pero en esta ocasión, sin espacio para abarcar tantos ángulos, es importante centrarse en el papel que están jugando los medios. Sobre todo en su función de contrapeso, de contrapoder y, principalmente, de detector de políticos con pasado no apto para estos tiempos de exigente pulcritud.

De ahí que las felicitaciones y palmaditas en la espalda no deban ser para el Gobierno por su rapidez a la hora de limpiar sus propios errores. Los parabienes, si es que debe haberlos, son para esta denostada profesión periodística que con sus errores y problemas sigue cumpliendo con su función social de controlar lo que los propios políticos no son capaces de vigilar y fiscalizar: sus propios colectivos. A lo mejor, si es por el PSOE, Huerta termina la Legislatura porque no se enteran de su lío fiscal. Han tenido que ser, una vez más, los periodistas los que destapen los “trapos sucios” de un dirigente político.

El Gobierno no es que fuese rápido echando a Maxim Huerta, es que le pillaron con todo el canal de la mancha en medio de la corbata recién estrenada. Los rápidos han sido de nuevo los medios de comunicación. En este ocasión fue El Confidencial, ayer con Cifuentes fueron otros, y antes de ayer otros; cada uno, en su ámbito y especialidad, intenta ejercer su principal cometido, que es informar, pero también de paso controlar a los que manejan el poder y nuestro dinero público. Sin el complejo y arduo papel de los medios, las democracias, el menos malo de los sistemas políticos, según Churchill, acabaría convirtiéndose en auténticas tiranías en las que el poder político camparía a sus anchas. Quizá por ello, como dijo Thomas Jefferson, sea siempre preferible tener periódicos sin Gobierno, que un Gobierno sin periódicos.

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