OPINION

Me persigue Puigdemont por las calles de Bruselas

Lo confieso, yo como usted también estoy harto del rollo independentista. Hasta el punto de que algunas noches sueño en catalán. En mi caso no es algo extraordinario, pero sí revelador. Es un sueño bilingüe y kafkiano como todo lo que hemos vivido en los últimos meses. Sueño que me persigue Puigdemont por las calles de Bruselas con una caja de bombones. De repente entro en un callejón sin salida y no puedo ya escapar del muy ex honorable ex president. Y él, con una sonrisa trémula a lo Charles Boyer, me ofrece la caja para que tome un bombón: - “Sí, home, agafa un, estan molt bons, tenen sabor a independencia”. Sudoroso y angustiado, y para que me deje en paz, cojo uno; pero en la caja no hay bombones sino mejillones, y encima están vacíos. Mientras, el muy ex honorable se ríe a carcajadas como un loco. 

No soy experto en la interpretación de los sueños, pero esta frustrante ensoñación de esperar un bombón con sabor a independencia y en su lugar recibir la cascara de un mejillón vacío puede que la compartan miles de catalanes. Ya que ahora estamos comprobando con todo lujo de detalles que Puigdemont y su Gobierno secesionista han estado durante años, más que preparando la independencia, preparando “un acto simbólico”, un acto vacío de legalidad pero lleno de teatralidad,  una especie de representación colegial como las que hacíamos a fin de curso para deleite de padres y abuelos. 

Lo grave no es sólo que Puigdemont y su Gobierno se hayan dedicado al arte y ensayo de la frustración social, dejando de lado todas las obligaciones de la gestión política que tenían encomendadas, y dejando por resolver los muchísimos problemas de la sociedad catalana en sanidad,  economía, educación, transportes, etc…; lo peor es que en la aventura teatral han embarcado a cientos de miles de soñadores con barretina calada hasta la cejas, que creían como Peter Pan que si una cosa la deseas mucho y la gritas enérgicamente en la calle se acaba haciendo realidad.

Cierto es, que hace un par de años se habló bastante de la frustración que traería la NO independencia, pero claro, con unos políticos tan cachondos y seguros de sí mismos, capaces de perpetrar un golpe constitucional en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre, quien podía imaginar que todas estas molestias y delitos sólo eran un montaje escénico para engañar al pueblo llano y no tan llano. Lo único bueno, es que estos días se nos ha desmontado un gran tópico, el de que los catalanes son unos magníficos organizadores y muy cumplidores. Pues no, al menos los catalanes independentistas son unos auténticos chapuceros que ahora van por ahí intentando minimizar –con mentiras de todos los tamaños y colores- su gran fiasco nacional.

Tenían preparado y organizado el golpe institucional, y tuvieron las narices de proclamar la república en una especie de opereta parlamentaria. Pero al día siguiente desaparecieron de la escena dejando a la nonata república colgada de la brocha, y el gran ex president Puigdemont en su tierra a darse un baño de popularidad y de paso a hacer las maletas para huir a Bruselas. Llevaban años preparando la proclamación de la república, pero se olvidaron de planificar el día después. Tenían algunos planes chapuceros como restaurar la mili (hazte indepe para esto); y habían desviado ciertas partidas de dinero destinadas a temas sociales para crear la Hacienda catalana y alguna que otra institución más de estas que hacen falta cuando pretendes ser una república soberana. Pero a la hora de la verdad, nada de nada. Sólo el ridículo y la frustración.

Más allá de que Puigdemont siga haciendo el Tintín o el tontín en Bruselas, y que Junqueras y los ex consejeros salgan de la cárcel, todos estamos con la esperanza puesta en el 21 de diciembre, y no sólo porque al día siguiente se celebre la lotería de Navidad, también para que las elecciones autonómicas consigan desactivar la agotadora matraca secesionista.

Los resultados de estos comicios son de lo más imprevisibles. Lo único seguro es que los socialistas del PSC van a tener un papel preponderante, pero no está claro si lo sabrán jugar con la inteligencia que requiere la ocasión. No habrá mayorías absolutas y serán necesarias las coaliciones. Y allí está el quid de la cuestión, en escorarse hacia el lado de los partidos soberanistas –ERC, PDeCAT, Comuns- o buscar alianzas en la moderación –Ciudadanos, PP-.

Los resultados electorales determinarán la postura del PSC, pero los socialistas no pueden olvidar algo fundamental: si quieren ser alternativa de gobierno y tener un buen futuro nacional han de olvidarse de sus ambigüedades soberanistas y reprimir sus tentaciones de alienarse con una izquierda tripartita que no tiene claro qué debe hacer para devolverle a Cataluña su esplendor y grandeza.

Se avecinan tiempos de grandeza política, y los complejos apriorísticos se pagarán muy caros. Cataluña es un problema político que tiene solución si algunos partidos como el PSC no toman decisiones, al estilo Puigdemont, por la presión de los calenturientos tweets. Si se quiere un futuro próspero, hay que apostar por el Estado de derecho, y hacer oídos sordos a los cantos de sirena separatistas. La mayoría de ciudadanos catalanes están hartos de sueños imposibles. Por favor, dejen de tomarnos el pelo con el cuento chino del soberanismo.

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