En mi molesta opinión

Menos mal que está Europa para pagar y controlar

Lagarde, Von der Leyen, Charles Michel y David Sassoli. 1/12/2019 ONLY FOR USE IN SPAIN
Lagarde, Von der Leyen, Charles Michel y David Sassoli.
EP

¿Qué sería de nosotros sin Europa? La pregunta no es retórica, sino histórica. Han pasado 35 años desde que Felipe González firmara el Tratado de Adhesión en el Palacio Real de Madrid, en presencia del Rey Juan Carlos, y los Pirineos se abrieran de par en par, metafóricamente hablando, para que España entrara en Europa. No está tan claro, si después de todos estos años Europa ha entrado en España con las mismas ganas, más allá de los millones de euros que han llegado vía Bruselas y de los millones de turistas que nos visitan cada año… salvo este verano.

Es cierto que Europa nos sienta bien a los españoles, no sólo económicamente, como acabamos de ver esta semana con el acuerdo multimillonario de 750.000 millones de euros a repartir que se financiaran por primera vez con emisiones de deuda conjunta. También nos reconforta emocionalmente saber que la UE está ahí con sus leyes y sus normas para que no nos desviemos de las esencias democráticas y económicas. Europa nos ayuda a supurar ese perpetuo deseo que tenemos los peninsulares de ser algo más que españoles. Como decía Cánovas, “español es el que no puede ser otra cosa”, y aquí todos intentamos ser alguna otra cosa sin poder dejar de ser lo que somos, españoles.

Europa nos sienta bien como marco mental para no desparramarnos con nuestra cainita idiosincrasia que nos empuja siempre a discrepar sin respetar, hablar sin escuchar, vencer sin convencer. Europa nos sienta bien para saber dónde está el norte y a qué atenernos cuando vienen mal dadas o no nos ponemos de acuerdo entre nosotros mismos. Las pulsiones -muchas veces autodestructivas- de España, se ven reducidas y sujetadas por Europa. ¿Cómo sería vivir sin ella, sin la UE, y con Pablo Iglesias de Vicepresidente del Gobierno? Si padeciéramos esta distópica realidad nos temblarían las canillas -y algo más- y estaríamos buscando ya refugio, exilio político, más allá de nuestras fronteras.

Europa es algo superior a un gran refugio económico para España. Pero en estos tiempos confusos ha vuelto a ser la hormona alimenticia de nuestros bolsillos y nuestros desvelos. Todos critican el autobombo de los aplausos de Pedro Sánchez y sus mariachis, y puede que hayan sido algo exagerados en sus muestras de alegría, pero sin ese símbolo triunfalista nadie sabría hoy si lo ocurrido en Bruselas es bueno o malo para nuestros intereses. El aplauso es sólo un atrezo para mitigar los incómodos silencios. Hoy día, se aplaude a todas horas, incluso en los funerales y en los minutos de silencio. Aplaudimos para indicar que estamos vivos y para fastidiar a los enemigos. Los postizos aplausos a Sánchez son como las falsas sonrisas de Isabel Pantoja y Julián Muñoz: “Dientes, dientes, que eso es lo que les jode”. Pues eso, aplausos, aplausos, que eso es lo que jode a la oposición.

Y el vivo de Pedro Sánchez no ha querido perder la ocasión de vendernos la necesidad como virtud. Quizá demasiado incienso para el difícil futuro que nos aguarda. Estamos en pleno ahogo económico, y Europa nos ha tirado un salvavidas multimillonario que también les salva a ellos de nuestro posible hundimiento. Cuando en 1985 nos unimos a la UE fue un matrimonio de conveniencia, y a todos les convine ahora que España no se vaya al garete económicamente. Somos algo más que la residencia veraniega de los señores del norte. Somos España, aunque aquí no sepamos muy bien qué significa España. Quizá nos valoren más fuera que dentro, a pesar de que no les guste nuestro modo de cuadrar las cuentas, y quizá tengamos que hacer unas cuantas reformas, que también incluyen recortes, aunque no se diga en voz alta. Un Plan Nacional de Reformas que le vendrá muy bien a esta España algo descuajaringada, y que deberemos enviar por escrito a Bruselas para obtener la financiación adecuada del fondo de recuperación.

Lo único malo, o delicado, para ser menos abrupto, es que estos planes de liquidez deberán seguir unas recomendaciones específicas y concretas por país, que emitirá la Comisión Europea en los marcos temporales establecidos. En el caso de España las recomendaciones exigen reformas puntuales en la transición verde y digital, en el mundo educativo, principalmente en la Formación Profesional y el abandono escolar, etc. También incidirán en el sistema Sanitario, en las prestaciones a las familias más vulnerables y a la flexibilización de las condiciones laborales. En los cambios que afectan de manera especial a la reforma laboral de Fátima Báñez, cuya derogación total es una promesa de la extrema izquierda, puede que surja más de un problema con lo que ello significa para la imagen del Gobierno y, sobre todo, de Pablo Iglesias. En definitiva, los sueños húmedos del Gobierno de coalición deberán ponerse, en muchas cuestiones, a enfriar.

El paquete de reformas exigidas por Europa para que sean efectivos los 140.000 millones de euros que le corresponden a España, incluirá también una revisión del modelo de pensiones, con lo dolorosa que es esta cuestión para la sociedad española, y otros ajustes que regularán los salarios de los funcionarios. Las reformas exigidas, que serán muchas más, afectarán a la mayoría de áreas económicas y sociales, y ello servirá, si se toma en serio la ocasión, como revulsivo para la mejora del modelo industrial español y las finanzas del Estado. Pero esas decisivas reformas habrá que ir analizándolas con el tiempo. De momento solo hay buenas intenciones y promesas firmes de que el dinero llegará siempre y cuando se cumplan los requisitos establecidos por Europa.

Pero tampoco nos volvamos locos y pensemos que España, el país que invento la picaresca, se convierta ahora en una especie de Alemania o Dinamarca. Aquí habrá que hacer reformas pero al estilo español, o sea, ya veremos cómo nos salen y qué país nos queda después de pelearnos por la pasta. Nuestro principal defecto es que por estos lares no se llevan los pactos transversales, por aquí todo se polariza y nadie cede un palmo anteponiendo el bien común. Lo veremos en breve con la primera gran prueba de fuego, la de aprobar los Presupuestos, que servirá para verificar si hemos entendido bien de qué va este “juego” de las ayudas económicas.

Así somos los españoles desde hace siglos y así seguiremos siendo. A pesar de ello, mantengamos la esperanza de que, aunque sea “peleándonos” como siempre, sepamos encontrar soluciones como si fuéramos europeos nórdicos: es decir, priorizando en los momentos difíciles lo que nos une en lugar de subrayar lo que nos diferencia. Sé que es mucho pedir, pero hoy tengo ganas de soñar en positivo.

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