En mi molesta opinión

No es oro todo lo que reluce en Qatar

Emir de Qatar, Felipe VI y Albares
No es oro todo lo que reluce en Qatar. 
EFE

Lo siento por el emir de Qatar, porque tiene pinta de ser una persona exquisita y amable, además de muy rica, algo que todavía no sé si es bueno o malo; pero en su tierra las cosas no son tan brillantes como quiere que parezcan a simple vista, ni por mucho oro que chorreen los grifos de palacio o por mucho Mundial de Fútbol con aire acondicionado que nos quieran vender por todo lo alto; y aunque sean pocos habitantes y todos estén bien avenidos (sobre todo bien pagados), hay cosas que no son de recibo por muy árabes que sean, como es la falta de libertades para las mujeres, principalmente.

No cabe duda que ser nombrado emir de Qatar es una gran suerte para el emir de Qatar. Por pequeño que sea este territorio árabe situado en la Península Arábiga y convertido en el país más rico del mundo gracias al gas y el petróleo, dominarlo por todo lo alto y sin que nadie te tosa ni te lleve la contraria debe ser una experiencia interesante y casi divina, y si no que se lo pregunten a Pedro Sánchez que sueña con ser el califa en lugar del califa. Qatar huele a dinero por todas partes, pero es un lugar desconocido para muchos españoles. Ahora también es pieza clave por disputarse allí el Campeonato de Fútbol 2022, que no se celebrará en primavera como de costumbre, sino en noviembre dadas las temperaturas de 40º grados que hay en julio o agosto, imposibles para cualquier deportista.

De ser una nación extremadamente pobre hace un siglo, Qatar es ahora el país más pudiente del mundo con un ingreso per capita de 124.00 dólares

Una primera excentricidad convertida en deferencia para este minúsculo país de 11.500 kilómetros cuadrados (similar a la provincia de Murcia), con 2.684.000 personas, de los que un 79,66% son inmigrantes. Sin embargo, su importancia va más allá de los múltiples patrocinios deportivos, o de los aspectos políticos como país geoestratégico que controla las rutas petroleras, o por albergar la mayor base estadounidense de la región, la Base de Al-Uleid, o por el discutido fichaje de Kylian Mbappé, jugador del Paris Saint Germain, que también es propiedad del emir, y que ahora pretende arrebatárselo el Real Madrid. Circunstancia que puede mosquear al muy ilustre invitado de nombre impronunciable, Tamim bin Hamad Al Thani, en esta corta visita de 48 horas en la que le van a dar todo tipo de reverencias, palmadas, honores y otras condecoraciones, como si el 'pobre' emir necesitara un chute de autoestima porque las cosas le van mal. Le van tan bien que incluso ha viajado a Madrid con cuatro aviones: el suyo, el de su esposa, el de su séquito y un avión medicalizado por si pasa algo, que Alá no lo quiera.

El motivo de tanto boato es lograr que el emir siga metiéndonos en su agenda y en su álbum de fotos como buenos amigos, y así no nos falte de nada a la hora de enchufar la manguera del gas y los petrodólares. Un emir que tiene de todo y un poco más, incluso la cadena de televisión Al-Jazeera es de la familia real Al-Thani; y no digamos las cuantiosas inversiones en deuda española, o las acciones en empresas como Iberdrola, El Corte Inglés, el Grupo Prisa -editor de El País-, y otras industrias más. La influencia de Qatar en España es relevante, así como lo es en la sociedad occidental en general.

El deporte y la política a pesar de ser ámbitos divergentes siempre acaban de la mano, y no siempre para fines honestos y políticamente justos

De ser una nación extremadamente pobre hace un siglo, Qatar es ahora el país más pudiente del mundo con un ingreso per capita de 124.00 dólares. Allí no hay pobres sólo ricos que aparentemente viven bien. En un documental de la BBC de hace unos meses se preguntó a los qataríes si la riqueza -casi ilimitada- les había traído la felicidad. La respuesta no fue tan satisfactoria como cabía esperar, y no solo porque el paisaje haya cambiado tanto que ahora es irreconocible, convertido en un bosque artificial lleno de rascacielos de vidrio y acero, sino también porque han perdido su estilo de vida en beneficio del consumismo. Según el profesor de sociología de la Universidad de Qatar, Kaltham Al Ghanim, “nos hemos vuelto urbanos. Nuestra vida social y económica ha cambiado, las familias se han separado y la cultura del consumo ha ganado terreno”.

El 45% de los matrimonios terminan en divorcio. Más de dos tercios de la población -adultos y niños- tiene problemas de obesidad. La educación y la medicina son gratuitas, tienen trabajo garantizado, subvenciones para comprar viviendas y no pagan agua o electricidad. Sin embargo, la abundancia de dinero trajo sus propios problemas. Ahora, muchos temen la llegada del Mundial de Fútbol, en el que se han hecho inversiones superiores a los 200 mil millones de dólares, por miedo a la invasión de turistas y se inquietan ante la atención inesperada que despiertan en los medios de comunicación, y por los escándalos en torno a la construcción de los estadios. Además, la sociedad qatarí está definida por clases, asociadas generalmente a la raza. Es extremadamente desigual, y muchos temen que se erosione la estabilidad y los valores culturales. A pesar de ello, las circunstancias ya están variando; incluso muchos piden un poco de comprensión y solidaridad para un pueblo que ha perdido casi todo lo que les importaba.

Ni que decir tiene que el emir Tamim bin Hamad Al Thani es la máxima autoridad del país, y en su persona recae el poder ejecutivo y legislativo; pero su fuerza, que consigue que hasta Pedro Sánchez doble el espinazo, le viene sobre todo por su poderío económico, sin olvidar su influencia deportiva. Y es en este terreno donde el emir ha demostrado una gran habilidad, no tanto por los triunfos de sus equipos patrocinados, sino por lo que en inglés se llama 'sport washing', el blanqueamiento deportivo. Es la estrategia que tienen algunos gobiernos, que respetan poco (o nada) los derechos humanos, para limpiar su imagen dentro y fuera de sus fronteras, principalmente. En ello invierten ingentes cantidades de dinero y organizan eventos deportivos, compran clubes como el Manchester City, contratan publicidad en camisetas del Real Madrid o del Barça, y un sinfín de acciones polideportivas con las que consiguen mezclarse con la órbita de los principales países democráticos como si nada 'malo' pasara con ellos.

El deporte y la política a pesar de ser ámbitos divergentes siempre acaban de la mano, y no siempre para fines honestos y políticamente justos. El 'sport washing' acaba también mezclando sus intereses con este nuevo ejercicio de diplomacia blanda, y casi siempre lucen más las medallas y los goles que las represalias y la falta de libertad en los países. Pero el blanqueamiento deportivo es por ambas partes: Arabia Saudí, Qatar, China, Rusia, Emiratos Árabes,… y en el otro extremo están los países que por necesidad e interés -caso de España- acaban mirando hacia otra parte para poder beneficiarse de estas imprescindibles relaciones económicas.

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