OPINION

No habrá nuevas elecciones: los tres grandes miedos de Sánchez

Pedro Sánchez, durante su valoración de los resultados electorales en la sede socialista en la Calle Ferraz de Madrid. EFE
Pedro Sánchez, durante su valoración de los resultados electorales en la sede socialista en la Calle Ferraz de Madrid. EFE

A Pedro Sánchez no le falta razón, al menos en esto. Pablo Iglesias no debe entrar en su Gobierno. Las motivos de ese “No se puede” son duros pero suenan muy auténticos. Unos cuantos de ellos -que sonaron a bomba política- los soltó el presidente en funciones en la entrevista con Ferreras en La Sexta: desde la conveniencia de un vicepresidente (o ministro) que esté dispuesto a defender la democracia, al menos desde unas posiciones más coincidentes, hasta la necesidad de Iglesias de tener un gran protagonismo mediático y político contrario a los intereses de Sánchez y del propio Gobierno.

El presidente y Pablo Iglesias coinciden en bastantes medidas sociales, no tanto en las económicas, y discrepan de lleno en su visión del Estado. No sólo en el problema catalán y la sentencia del “procés" que se espera para octubre, o con el derecho de autodeterminación, sino también con el modelo de Estado -república no coronada-, en la crítica a la Constitución del 78 y a la Transición, la visión de Europa, la política internacional y el “cariño” por los aliados como Venezuela, Cuba o Irán. De ahí que Sánchez tenga razón y razones poderosas para ponerle el veto a Iglesias, no así a otros miembros de Podemos, como son Irene Montero, Echenique o Mayoral, a los que, según fuentes socialistas, sí abre las puertas del Ejecutivo.

Quizá por todo ello, Iglesias ha cambiado de estrategia y ha renunciado a formar parte del Gobierno de Sánchez “para facilitar la investidura”, aunque ha puesto sus condiciones: que el número de miembros de UP sea proporcional a su peso electoral, que sea él y el partido quienes elijan a esos miembros que podrían formar parte del Ejecutivo y que se negocie un gobierno de coalición de izquierdas. Ahora la pelota está en el tejado de Sánchez, y su respuesta será crucial para el futuro de la negociación. La partida sigue abierta.

El sueño de Sánchez era que le envistieran “gratis et amore”, por la cara, como se suele decir. Pero eso no será posible. Si el voto para la investidura del Presidente no tuviera que ser público como exige el Reglamento del Congreso, y se pudiera acordar una votación secreta, quizá algunas almas “caritativas” -aunque también interesadas- pudieran cederle a Sánchez esos votos que precisa para ser presidente, y así evitar que negocie con partidos separatistas, nacionalistas o radicales, que pondrán precio al apoyo. Al ser el escrutinio público y nominal, ni PP ni C’s se atreven a ceder esos votos aunque sólo sea para que el gobierno se ponga en marcha y evitar así nuevas elecciones.

Y ese es el verdadero quid de la cuestión: ¿Habrá o no nuevas elecciones tras las fallidas negociaciones entre los líderes de Podemos y PSOE? El sentido común, el sentido político y el sentido de supervivencia de Pedro Sánchez hacen prever que NO. Demasiado riesgo y demasiado miedo a lo qué pueda ocurrir. Sin embargo, Iglesias puede optar por la estrategia de perdidos al río, o me das lo que te pido o nos vemos las caras en las urnas.

Pero Sánchez tiene tres grandes temores ante unos nuevos comicios. Primero, no le interesan unas elecciones aunque pueda mejorar sus resultados, por ejemplo, unos 10 ó 20 escaños. En la actualidad PSOE y Unidas Podemos suman 165, once menos para la mayoría. Si lograran alcanzarla en unas nuevas elecciones, Sánchez ya no tendría excusa -como hasta ahora- para no formar un gobierno de coalición, y sobre todo, para no incluir a Iglesias de ministro o de vicepresidente.

Otro riesgo que corre Sánchez con una nueva convocatoria electoral es posibilitar la entrada de Íñigo Errejón en el juego político con un nuevo partido, que a pesar de debilitar a Podemos, también debilitaría a las fuerzas de izquierda. Con el actual sistema electoral, la fragmentación de partidos es lo que más limita el éxito de uno de los dos bloques. En las pasadas elecciones generales, tanto el bloque de izquierda como el de derecha alcanzaron algo más de 11 millones de votos cada uno, pero la izquierda obtuvo 165 diputados y la derecha, al estar dividida en tres partidos: PP, C’s y Vox, se quedó sólo en 147. Si ahora entrara Errejón en unas elecciones e hiciera el “papel” de Vox, fragmentando más el bloque de izquierda, podrían alcanzar los once millones de votos pero los escaños serían menos por la aplicación de la Ley D’Hondt.

Otro temor de Sánchez es que unas nuevas elecciones disuadirían a buena parte del electorado, principalmente de izquierdas, que en las anteriores de mayo salió a votar en tromba por miedo a Vox. Ese espantajo de que viene la extrema derecha ya no funcionaría con la misma intensidad, y el riesgo de que sea a la inversa, que los votantes de derecha sean ahora los más motivados con el objetivo de echar a Sánchez, es más que probable.

A todo ello hay que añadir los riesgos naturales e imprevisibles de unos nuevos comicios. Sánchez, que aún no ha sido nunca presidente ganando unas elecciones, tiene ganas ya de estar en Moncloa, no en funciones sino oficialmente, pero para ello deberá recomponer las relaciones con Pablo Iglesias y pactar un buen acuerdo que evite esas temidas nuevas elecciones. De momento, Pablo Iglesias ha dado un importante paso al renunciar a entrar en el Gobierno. ¿Pero aceptará Sánchez las otras condiciones? Las negociaciones siguen y todo apunta que hasta septiembre no habrá un acuerdo.

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