En mi molesta opinión

"No mires arriba" aunque te lo pida DiCaprio

Leonardo Di Caprio ve en Scorsese "una leyenda viva" a la altura de Kurosawa
Leonardo Di Caprio ve en Scorsese "una leyenda viva" a la altura de Kurosawa

Publicidad en autobuses, anuncios en televisión, marquesinas callejeras, todo un sinfín de artilugios propagandísticos para recordarte que "No mires arriba". Y basta que te lo digan con tanta insistencia para que acabes mirando lo más arriba posible. Estoy hablando de mucho más que de una película de Netflix que ha costado bastante pasta -75 millones de dólares- y en la que aparecen Meryl Streep, Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Cate Blanchett, y un largo famoseo de caras bien planchadas. 

Digo esto por si acaso usted es de los que no se ve afectado por los anuncios y la publicidad -enhorabuena-; pero la trama de este largometraje está sometida a un realismo verosímil que nos advierte de que la humanidad está en peligro de extinguirse por culpa de dos elementos cruciales: los políticos, cualquier clase de políticos, y los no menos dañinos medios de comunicación y sus respectivos periodistas, sin olvidar a los ya temidos teléfonos inteligentes, y a las nefastas redes sociales. 

Por mucha parodia que refleje el guion, la extravagancia política y periodística siempre acaba siendo muy superior. DiCaprio y Lawrence son dos astrónomos de poca monta que descubren casualmente la llegada de un meteorito que destruirá la Tierra en seis meses. La referencia simbólica al covid-19 no es imprescindible pero tiene su encaje, como lo tiene también el calentamiento global o la destrucción del planeta por su propia explotación.

El problema no son los múltiples apuros que sufre la humanidad, que por otra parte siempre los ha tenido, sino cómo resuelven los respectivos políticos y periodistas implicados -cabeceras principales de este metasistema en descomposición- lo que hay qué hacer para evitar la destrucción del planeta. La ironía del guión no desmerece la realidad que sufren los desnortados ciudadanos con este tipo de personajes a los que no saben cómo enfrentarse, ya que ambos reconocen en silencio -políticos y periodistas- ser las grandes vedettes del espectáculo, y poseer en exclusiva el monopolio de la verdad: la suya propia y ninguna más.

Llevamos dos años fustigados por un virus que nadie controla y que se ha convertido en una especie de serie distópica de suspense, cuando no de terror, y con la que no conseguimos aclarar ningún tipo de futuro ni esperanza. A ello le sumamos desde hace décadas, aunque ahora es cuando nos preocupamos más en serio en España, unos graves problemas mentales que están destrozando nuestras vidas, y casi nadie quiere ver en serio. Se lo digo yo si quieren: 3941 suicidios en 2020. La cifra más alta y que acabará superando con creces los 4000 este año o el siguiente. Cada día se suicidan más de 10 personas y otras 15 lo intentan. 

La batalla está perdida y las flores del mal derrotadas por esos pétalos que ya no volverán a nacer. Hace veinte años era el número de accidentes mortales los que se imponían con gran alarma, ahora son los suicidios los que destrozan las vidas de todos, pero todos nos callamos para no hacer mucho ruido y que no se despierten los niños, no sea que nos vean llorar de impotencia. Por si fuera poco, los políticos y los periodistas seguimos mirando al techo como si todo esto no fuera con nosotros.

Si nos ponemos a trasluz y vemos lo que hacen y dicen los políticos nos entra un grave malestar. Ayer bendijeron los Presupuestos como si los impuestos los pagaran ellos, cómo si todo fuera gratis y no fuéramos nosotros los paganos de esta eterna negra historia. Por qué se abrazan, por qué se ríen, será de la escabechina que nos aplican mientras ellos se frotan las manos y pagan sus chiringuitos. Cualquier ciudadano sigue mirando la cartera para no perder el sentido de la realidad. 

No sólo no somos más ricos que ayer, sino que ya somos más pobres: objetivo cumplido por el socialismo y el podemismo; hacernos más iguales por abajo, nunca por arriba…"no mires arriba". Y ese bolsillo que no prospera, y esa luz que se funde en tinieblas, y esa "pobreza energética" de la que nadie se acuerda, no sea que se nos caiga la cara de vergüenza. Pero tranquilos, todo está controlado. El ministro de Consumo, Garzón, da la solución: hay que participar en una huelga de juguetes contra el sexismo de los regalos de Navidad y de Reyes. Bien dicho, señor ministro.

La película de Netflix no es una maravilla, más bien es floja, a mí me lo parece y sé de lo que hablo. Pero al menos tiene la capacidad de reflejar lo que podríamos llamar los péndulos flojos de la soberbia y la vanidad (estilo Foucault y Charpy, pero a la inversa) que quedan desnudos y reflejados con sus propias miserias y extravagancias. Ahora, los han convertido de nuevo en los fenómenos más viles del firmamento mediático y político con el objetivo no de mejorar la vida, sino de conquistar el mundo, ese mundo que ya es incapaz de volver a sentir lo que un día tuvo en sus manos y hoy parece haber perdido. Quizá todo esté en la última frase que pronuncia DiCaprio en la película: "En realidad lo teníamos todo. Si lo piensas bien". 

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