En mi molesta opinión

Pedro Sánchez o el arte de la provocación

Pedro Sánchez./ EP
Pedro Sánchez o el arte de la provocación
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Analicemos la última gran decisión o provocación del presidente del Gobierno, que ha molestado a sus detractores tanto como a sus seguidores. Sánchez quería que José Ignacio Carnicero, gran amigo suyo desde la infancia, formara parte de la estructura de su Gobierno. Como el amigo Carnicero es arquitecto hubo que crearle un puesto 'ad hoc' dentro del Ministerio de Transportes, y se obligó a dividir en dos la Dirección General de Arquitectura, Vivienda y Suelo. Esta decisión de Sánchez, que desde el propio Ministerio se ve como un disparate, se tomó el pasado mes de enero, aunque no se ha hecho publica hasta ahora, en concreto el miércoles pasado, y el puesto ha estado vacante cuatro meses esperando el momento oportuno para la toma de posesión del amigo.

Esta claro, más allá de las simpatías ideológicas que uno profese, que Pedro Sánchez ha actuado en este caso con una gran prepotencia, que convierte el nombramiento del amigo en un escándalo político de mediana intensidad, pero de alta resonancia. Los motivos que han llevado a Sánchez a atreverse con esta designación tan 'amigable' son múltiples y dan a conocer un poco más la personalidad y la estrategia no solo del presidente, sino de todo el equipo de Gobierno que trabaja para él en Moncloa.

Dentro del juego de estrategias que el hábil y poderoso Iván Redondo maneja para proteger/promocionar a su presidente/cliente (la doble disyuntiva se debe a la fama de gran vendedor de Redondo, que para muchos no responde a un interés político concreto, sino al frío planteamiento de que las ideologías y los partidos son como productos comerciales); como decía, la estrategia de Moncloa implica tener un plan para anunciar cualquier cosa, sea una decisión presidencial, un nombramiento, un cese, una ley, lo que sea. El plan incluye elegir el momento oportuno, que en política es tan importante como lo qué se dice: en ocasiones es preferible decir o hacer algo mal en un buen momento, que decir o hacer algo bien en un mal momento.

Y el momento elegido para anunciar la bomba del fichaje del amigo íntimo del presidente, Ignacio Carnicero, responde principalmente a la cuestión de la oportunidad. El nombramiento llevaba más de cuatro meses en la 'sala de espera', aguardando la mejor ocasión, y según los estrategas monclovitas el momento idóneo era este. La razón principal se basa en crear, con otro escándalo, un cortocircuito que anulara o redujera la presión política y mediática contra el ministro Grande Marlaska, por el polémico cese del coronel de la Guardia Civil, Pérez de los Cobos.

Las múltiples versiones que dio el ministro Marlaska del cese del coronel de la Guardia Civil, junto a la versión oficial de que todo se debía a una simple reestructuración del equipo ministerial, por perdida de confianza, justo en pleno estado de alarma y un domingo por la noche, convirtieron al responsable de Interior en un miembro del Ejecutivo quemado y en peligro de chamuscarse. Pero para eso está el equipo de propaganda y de salvamento de Moncloa, encabezado por Iván Redondo.

Ya hubo un intento de minimizar los daños del cese del coronel De los Cobos con el anuncio repentino de equiparar los sueldos de la Policía Nacional y la Guardia Civil con los de las policías autonómicas. La osadía de intentar 'comprar' a la Benemérita con una mejora salarial resultó más bien una chapuza, desde el punto de vista de comunicación, y Marlaska seguía quemándose en la pira de la opinión pública.

Fue entonces cuando la mente privilegiada de Iván Redondo propuso encender otro fuego de intensidad para distraer la atención sobre Marlaska: anunciamos el fichaje de Ignacio Carnicero, que habrá que hacerlo de todos modos, y eso nos ayuda a embarrar un poco más el terreno, que es lo que nos conviene. Otra de las brillantes teorías de Redondo es que si vas perdiendo un partido por tres a cero, te da lo mismo perderlo por cuatro a cero, y así te quitas un lío más de encima, y al final todo quedará como una derrota abultada, pero los 'goles' encajados, que forman parte de cuestiones diversas, dificultan la presión política y mediática sobre una sola cuestión principal.

Esta habilidad de diversificar los problemas y los conflictos, que emplea con gran maestría y frecuencia el Gobierno actual, está sirviendo para que no cuaje ningún problema, y que cada día haya un lío más y esto se convierta en una especie de culebrón político donde los graves errores se solapan unos con otros, y la política de comunicación del Gobierno se centra, no en dar explicaciones de sus fallos, sino en anunciar cuestiones más favorables.

Sin embargo, la clave principal que sostiene esta estrategia del Gobierno reside en haber conseguido polarizar la sociedad, en conseguir -al menos por ahora- dividir a los españoles entre buenos progresistas y pérfidos fachas. Todos los que discrepan de lo que hace Sánchez, Iglesias o el Ejecutivo son declarados de entrada fachas irredentos, que se dedican a criticar y cuestionar las bondades que ellos proponen. Las discrepancias con el Gobierno se han declarado tan peligrosas como el coronavirus.

La pieza final de este puzzle de estrategia propagandística está en la actitud de la oposición de derechas. El PP, el principal partido de la oposición, está jugando a rebufo y nunca consigue tomar la iniciativa; la izquierda en el poder está actuando, en la mayoría de ocasiones, con más habilidad que sus rivales políticos. Pablo Casado debe replantearse bastantes cosas porque no está logrando los resultados adecuados. Él y su partido caen en toda las 'trampas' parlamentarias y mediáticas que le plantean desde la izquierda.

Para vencer en unas futuras elecciones, antes hay que convencer. Y para convencer habrá que demostrar primero más inteligencia que los rivales, y no lanzarse a degüello sin tener claro un objetivo útil y convincente. También es necesario saber controlar los tiempos, y este Gobierno, al menos hoy por hoy, tiene cuerda para rato. Hasta la fecha, la 'oposición' más eficaz y contundente es la que está aplicando el propio Gobierno contra los partidos de la oposición.

Una actitud criticada por poco ética, ya que el que está en el poder no puede ni debe ejercer desde las intuiciones una presión y autoridad abusivas contra los demás partidos. De todos modos, y aunque vivimos tiempos difíciles en los que la provocación se ve como un mérito y la prudencia una debilidad, el PP deberá replantearse a fondo su estrategia de oposición y afinar la puntería de sus actuaciones si quiere mejorar su futuro electoral.

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