OPINION

Política guerracivilista: de la hija del marqués al hijo del terrorista

Pablo Iglesias junto a su padre Francisco Javier Iglesias
Pablo Iglesias junto a su padre Francisco Javier Iglesias

El gran sueño húmedo de Pablo Iglesias es lograr (cuando Sánchez caiga) la fusión de Podemos y PSOE, para frenar a la derecha que se avecina, y ser él su gran líder y así acabar la supuesta tarea del primer Pablo Iglesias Posse, que fundó el PSOE en 1879. Las coincidencias nominales no son sólo un capricho del destino, sino que para algunos seres visionarios -que se sienten elegidos por el devenir histórico- imprimen carácter y obligación, sobre todo cuando el propio Iglesias Turrión se cree tocado por los dioses para ser el mesías de la izquierda española que ha de frenar el advenimiento de PP y VOX.

Dicho esto, que sólo lo escribo para enmarcar la situación política que nos ocupa y no para escribir la biografía épica de Iglesias Turrión, esta semana hemos vivido en España un especie de maremágnum dialéctico que refleja a la perfección el ambiente que estamos viviendo, y que oscila entre el guerracivilismo de los partidos y el matonismo más infantil y mediocre de los políticos que nos gobiernan.

Miguel de Unamuno, que en los últimos meses ha resucitado oportunamente gracias a la película de Alejandro Amenábar, soltó en 1923 aquel famoso y sufrido: "Me duele España". Ha pasado casi un siglo, y España sigue siendo un dolor agudo en el corazón de millones de españoles. Bueno, no duele tanto la nación ni la esencia de la misma como los políticos que en ella, malogradamente, ejercen de pretendidos representantes del pueblo. Esos sí que duelen, y mucho. Vaya semanita nos han dado los unos y los otros. En apenas siete días han demostrado que son capaces de realizar las peores declaraciones y vilezas que alguien pudiera imaginar. Y todo, para demostrar que ellos, los unos y los otros, son más chulos que nadie.

"Es usted el hijo de un terrorista". "A ustedes les gustaría perpetrar un golpe de Estado, pero no se atreven". "Cuando salga, cierre la puerta". Este es solo un ramillete de frases dichas en sede parlamentaria, que intentan denostar al rival, pero que a los ciudadanos les provocan lo contrario, porque no pretenden solucionar los problemas reales de España, sino dilucidar las cuitas macarriles de los políticos.

Estamos en un momento en el que las dos Españas, esas que tanto caracterizan a este país ingobernable, han aflorado de manera rotunda… en las calles, en los balcones, en el Parlamento… Pero en este rifirrafe partidista y sectario hay muchos españoles que se resisten a participar y no quieren contribuir en el dañino y penoso juego del frentismo, y optan por una posición más racional y menos cainita que podríamos llamar la opción inteligente de la tercera España. Esa España alternativa que contempla el devenir de los hechos con más sosiego y menos dramatismo.

Porque, resumiendo, la situación que hoy vivimos es la que sigue: tenemos la España de los unos, y la de los otros; y luego surge la tercera España, la que está hasta los cojones de los unos y de los otros. Perdonen la referencia testicular, no suelo utilizarla, pero estos días se han cruzado tantas líneas rojas en la política española que ya no me queda otra expresión corporal que aglutine tanto hartazgo y tanta indignación de un solo golpe. No es sólo cosa mía, son muchos los ciudadanos que no se sienten sectarios ni ciegos y que están muy hartos de las dos famosas y rabiosas Españas, esas que intentan instrumentalizar, una vez más, los mediocres políticos de turno y sus huestes mediáticas.

Hay que admitir que la oposición no está siendo muy leal. Una cosa es fiscalizar al Gobierno al mínimo detalle, y otra muy distinta negarle el pan y la sal desde el primer minuto. Cuando criticas hasta el color de la corbata que lleva el presidente del Gobierno te sitúas en una posición y oposición muy poco constructivas. Una cosa es reconocer una emergencia nacional, como es la Covid-19, y ofrecer un apoyo coyuntural por el bien de la nación, y otra muy distinta es oponerse por sistema a todo lo que hace el Gobierno para desgastarle cuanto antes.

El Ejecutivo lleva apenas cinco meses de mandato, e intentar derribarle en plena pandemia es un absurdo y un peligro. Lo sensato e inteligente es apoyarle por razones de Estado y controlarle de cerca tomando buena nota de sus errores. Actuando así la oposición se hace más fuerte y sensata ante la sociedad y cuando llegue el momento de las críticas tendrán más sentido y más peso su opinión. Estar como la gata Flora, que si se hace una cosa grita y si se hace la contraria llora, no conduce a una buena política de servicio para la nación ni el Estado.

Podríamos entrar en los detalles de quién dijo qué y por qué, pero eso sería jugar a embarrar el campo para beneficio de los radicales. Llegados a estos niveles de miseria política, lo suyo es recurrir a la inteligencia y sensatez. A nadie le conviene ni le beneficia este estado de alarmismo y matonismo dialéctico. La oposición debe exigir cuentas de los actos nefandos del Gobierno, como el pacto con Bildu o la destitución arbitraria y capciosa de Pérez de los Cobos, pero no puede estar todos los días machacando al Ejecutivo pero el mero hecho de existir. Es cierto que este ambiente viene forzado desde la moción de censura a Rajoy, que no buscaba mejorar al país sino alcanzar el poder al precio que fuera.

Ante un país traumatizado por los miles de muertos que ha sufrido por la Covid1-9 y agobiado por el empobrecimiento económico que se avecina, no se puede permitir el lujo de tener una clase política que practica el cinismo parlamentario como remedio de sus males. Si los políticos no son conscientes de sus errores y de las necesidades reales del país, tendrán que ser los ciudadanos los que se pongan las pilas de la sensatez y empiecen a exigir comportamientos honestos e inteligentes, y si estos no llegan deberán tomar buena nota para cuando sí lleguen las elecciones.

Por último. Según la Constitución española, la Monarquía sólo es representativa y simbólica, sin poderes ejecutivos, pero puede actuar en determinados momentos; y quizá ha llegado ese momento en el que el Rey Felipe VI se reúna de manera discreta con los máximos representantes de los partidos políticos para recordarles a todos cuáles son las reglas leales y legales del juego democrático en una monarquía parlamentaria.

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