OPINION

¿Qué pasaría si un Puigdemont alemán intentara independizar Baviera?

Desde el día que tres jueces de un tribunal alemán de la región de Schleswig-Holstein decidieron que lo de Puigdemont y sus mariachis no era rebelión y le pusieron en libertad bajo fianza, en España nos estamos psicoanalizando a base de bien. Vamos por la fase de examinar y repasar nuestro subconsciente histórico y democrático para ver si realmente somos un Estado de derecho normal o subnormal, es decir, por debajo de la norma, sin libertades y sin garantías procesales para los ciudadanos.

Desde ese mismo día, hemos leído y oído todo tipo de explicaciones y opiniones sobre los valores o errores de la sentencia de los jueces alemanes. Para unos, tienen razón en sus apreciaciones de que no hay violencia suficiente para ser rebelión; para otros, se han pasado tres pueblos por decidir en 72 horas una causa tan importante que lleva seis meses instruyéndose y que no han leído o no han entendido. Además, incluyen en sus razonamientos el Perogrullo de que la violencia no doblegó la voluntad del Estado y por tanto no se les puede achacar ni cobrar el delito de rebelión. Obviamente, si el Golpe independentista hubiera triunfado, Puigdemont no se encontraría en esta situación.

¿Pero qué hay realmente detrás de todo este lío jurídico-político-europeo? En primer lugar, un gran desconocimiento de la realidad española. Nos conocen como un espléndido destino turístico, pero la inmensa mayoría de la opinión pública europea no sabe cómo funcionan nuestras instituciones y su mayor o menor calidad democrática. Como nosotros tampoco sabemos con claridad cómo funcionan las instituciones alemanas.

Sin embargo, en estas cuestiones sí funcionan los tópicos históricos y geográficos. La Leyenda negra española sigue muy arraigada en el imaginario de los europeos. “Más tolerable es vivir bajo poder turco que español, puesto que los turcos sostienen su reino con la justicia, mientras que los españoles evidentemente son bestias”, frases como esta, escrita por Martín Lutero, no se ignoran tan fácilmente y siempre dejan su poso en el subconsciente.

A ello hay que unir los ataques de la prensa británica, aunque estos responden más a la defensa de sus intereses ante los daños que se avecinan por el Brexit. Fomentar la independencia de Cataluña, es debilitar a España y a la Unión Europea. Y es a la luz de esta segunda cuestión –debilidad de la UE- donde no se entienden las actitudes de los jueces alemanes. Acaso si en el land de Baviera una parte de sus representantes políticos deciden montar por su cuenta un referéndum y promulgar leyes inconstitucionales para lograr la independencia, ¿la justicia alemana no aplicará sus leyes, que son mucho más restrictivas que las españolas con las cuestiones del secesionismo? Entonces, ¿por qué España tiene que fastidiarse y soportar la incomprensión de la justicia regional alemana?

La respuesta es dura, pero real: la opinión pública germánica, que influye en los jueces tanto o más que los reglamentos que manejan, ha hecho que éstos enjuiciadores prefieran alinearse con la postura de otros países europeos –Bélgica, Suiza, Dinamarca…- antes que coincidir con los dictámenes de los jueces españoles, no sea que se les pegue algo. La segunda parte de este desatino es la conocida victoria de la propaganda independentista frente a la comunicación del Estado. Que una parte de Europa simpatice con Cataluña porque piense que es un pueblo oprimido, significa claramente que la diplomacia y los políticos españoles no han hecho su trabajo. ¿Para qué sirven los embajadores y sus agregados de prensa? ¿Para vender aceite y jamón, que se venden solos? ¿Qué hacen los institutos Cervantes que no montan debates sobre la realidad del conflicto catalán? ¿Qué hace en definitiva el Gobierno de España para informar a Europa de la realidad catalana?

Hay otra corriente menos suspicaz de la opinión pública española que pide no repetir la estrategia barata y acomplejada de los secesionistas, esa de ir siempre por la vida de víctimas. Para estos realistas-optimistas la sentencia alemana es un revés más dentro de los avatares de la compleja vida política y jurídica, pero no debe sacar a relucir nuestros complejos habituales. Y que en todos los países viven y conviven con sus problemas, tan grandes o más que los nuestros.

Siguiendo esta línea del NO victimismo, aportemos algún dato para convencernos de que vivimos en una democracia que goza de muy buena salud. A principios de este año 2018, la prestigiosa revista “The Economist” publicaba su índice de “Democracia 2017”, un informe elaborado por su unidad de inteligencia y que mide el grado de libertad y calidad política de los países del mundo. Para no alargarme –el informe está en las redes- sólo diré que España en un ranking de más de 200 países ocupa el lugar número 19 -(8,08 puntos sobre 10)- dentro de los clasificados en la categoría de “democracia plena”. Esta valiosa lista la encabezan Noruega, Islandia y Suecia; sin embargo, en esta categoría no aparecen ni Bélgica, ni Estados Unidos, ni Italia, ni Francia, ni Japón, ni Portugal… están consideradas como “democracias imperfectas”. En fin, como siempre, el que no se consuela es porque no quiere.

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