En mi molesta opinión

Salvador Illa, el 'suflé' mediático elegido a dedo por Sánchez

Moncloa rechaza endurecer las medidas pese al pico del Covid y se vuelca con Illa
Salvador Illa, el ‘suflé’ mediático elegido a dedo por Sánchez.
Fernando Calvo / Moncloa

Del amor al odio solo hay un paso. La misma distancia que hay viceversa. Pero para dar ese paso hay que dejarse llevar por el corazón más que por la razón. ¿Serán capaces los catalanes que voten el día de los enamorados de entusiasmarse o, al menos, aficionarse a Salvador Illa hasta el punto de entregarle su corazón y su papeleta a pesar de arrastrar esa pesada 'carga vírica' de mal gestor? Aunque para papeleta -basándonos en la quinta acepción de la RAE: problema o asunto difícil de resolver- la de los partidos -independentistas y constitucionalistas- que se presentan a unas elecciones marcadas por el caos y la gran abstención prevista con el coronavirus y por la desunión de los grupos secesionistas.

La mayoría de los partidos catalanes quieren aplazar estos comicios por el alto riesgo de contagios y la creciente renuncia a votar que se constata, pero Pedro Sánchez, que se juega mucho en estas autonómicas del 14-F, de momento no lo ha permitido ni tampoco lo permitirá. Aunque los vascos y los gallegos pudieron aplazarlas, los catalanes se tendrán que quedar con las ganas. Dicen que al no tener presidente de la Generalitat de manera oficial la decisión del 14-F no la pueden cambiar ellos, sino la Justicia o alguna medida del Gobierno.

Para que ello no suceda, Sánchez e Illa están evitando a toda costa hacer un cierre más exhaustivo, un confinamiento de las CC.AA y ampliar el horario del toque de queda. No sea que ello justifique el aplazamiento de los comicios. Lo que sea para que nada ni nadie les estropee sus planes. Sánchez teme que el falso hechizo del efecto Illá, convertido en suflé mediático a golpe de propaganda, pierda fuerza y se deshinche antes de tiempo si hay cambio de fecha. Vivimos tiempos en los que la gente -o sea, el vulgo-, que es la parte más numerosa de la sociedad y no destaca por nada especial, suele votar de oído a alguien que suena mucho, aunque no sepa si es para bien o para mal. Y aquí encaja perfectamente Illa, del que se habla mucho y casi siempre bastante mal.

El exministro de Sanidad se ha ido de Madrid por la puerta de atrás, después de una nefasta gestión -según todos los sectores sanitarios-, eso sí, con un cierto talante, es decir, sin estridencias notables. El señor Illa es de los que no grita en público ni gesticula mucho, actúa ‘sotto voce’ y por la espalda, discretamente, como marcan los cánones filosóficos de la escuela cínica. Sin embargo, desde Moncloa le han construido un decorado de cartón piedra para que parezca que su vuelta a Cataluña es triunfal. Quizá se lo crean él y Fernando Simón, pero ni Miquel Iceta, sacrificado por Sánchez en Cataluña, y compensado por Sánchez con una cartera de ministro, se lo traga.

Al presidente del Gobierno lo que de verdad le importa son sus planes políticos, y después la pandemia y la salud de los españoles. Que la realidad no le estropee una buena estrategia electoral, suele ser una de sus máximas. El objetivo de Sánchez es romper el bloque mayoritario de los indepes y evitar que vuelvan a sumar mayoría absoluta. Su intención, si es que los datos permiten alcanzar el primer lugar, algo complicado salvo que te llames Tezanos y hagas encuestas fantasía con dinero público, persigue que el socialismo catalán lidere una alternativa que solape la confrontación social y entierre la vía unilateral.

Buscar la paz y la vuelta a la normalidad catalana no es algo malo, pensarán muchos. Y en parte es cierto, pero ¿de qué modo se busca y a qué precio? Al precio de quitar a Iceta y nombrar a Illa a dedo, sin hacer primarias, saltándose, cuando le conviene a Sánchez, todo lo establecido en los estatutos del partido. Al precio de jugar a hacer política incluso cuando el país está sumido en una pandemia que deja ¡cientos! de muertos todos los días. Cierto es que Sánchez ha conseguido algo que parecía imposible: el control orgánico del PSC, un partido que rivalizaba con el PSOE y que posee su propia identidad jurídica. Pero controlar Cataluña va a ser algo más difícil y complicado, y no se consigue sólo enviando de vuelta a un ministro que se ha paseado por Madrid dejando más muertos que amigos. Ayer, al despedirse tras el Consejo de Ministros, Illa dijo que quería enviar un sentido abrazo a los afectados por el virus y a sus familiares. De los muertos no dijo nada. Total, ya no votan.

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