OPINION

Sánchez acepta un arriesgado pacto con Torra para salvar los Presupuestos

Consejo de Ministros Barcelona
Consejo de Ministros Barcelona
EFE

La locura está servida. Un Consejo de Ministros en Barcelona como guiño de complicidad y buena voluntad, se convierte en un gesto de provocación porque le interesa a Puigdemont y al mundo independentista que él pastorea desde la distancia de Waterloo. Disturbios, cortes de carreteras, enfrentamientos con la policía, agresiones a periodistas, todo un ramillete de vergüenzas públicas que algunos quieren ampararlo con el derecho de manifestación. Qué hermosa es la democracia que te permite destrozar el mobiliario urbano cuando te sientes indignado, y todo gratis, oiga. Bueno, cuidado, que esta vez según el Código Penal a los que atentaren contra un Consejo de Ministros les puede caer hasta cinco años de cárcel. Pero seguramente la docena de detenidos saldrán sin más, quién les puede acusar de impedir un Consejo que se ha celebrado con 9.000 policías custodiándolo.

El día antes de que los ministros del Gobierno de España entrarán -con caras de pulpo en un garaje- en la Llotja de Mar, hubo un encuentro, una reunión, una cumbre, un no sé yo qué… entre Pedro Sánchez y Quim Torra en el Palau de Pedralbes de Barcelona. Las cosas van tan mal por Cataluña que cualquier acto de normalidad democrática se convierte en un polvorín repleto de afrentas. Aunque desde la Generalitat lo quieran titular como “mini-cumbre”, ya que además de Sánchez y Torra estuvieron presentes en otra sala Carmen Calvo, Meritxell Batet, Elsa Artadi y Pere Aragonés, yo me inclino por definirlo como una simple y sencilla reunión de cortesía, donde importaban más los gestos y los detalles que el contenido del temario.

Gestos como el que pudimos ver todos en televisión: un secretario de Moncloa, estando ya los dos presidentes sentados en sus sofás, pasa junto a ellos, con cara de invisible, para poner en la mesa de atrás una flor de Navidad, también conocida como Poinsettia. Qué bonito detalle, pensarán ustedes. Pues no. No era un detalle navideño, sino un gesto para desactivar un posible truco-trampa de los indepes de la Generalitat, que había puesto en esa misma mesa otra flor de Navidad, pero no roja, que es lo habitual, sino ¡amarilla! como el sol de los mapas y los lazos de los secesionistas.

Lo más difícil de esta reunión fue ponerse de acuerdo en el cómo debía celebrarse. Para empezar no podía ser en la sede de la Generalitat, por mucho que quisiera Torra, demasiada claudicación para Sánchez. Segundo, no podía ser con los presidentes y sus ministros juntos, en todo caso por separado. El número, dos por bando, también indica la relevancia, en este caso limitada. Las fotos, cómo no, también tuvieron su valor simbólico, al final Torra consiguió la que quería, los seis juntos, como si realmente fuera una “mini-cumbre”. El que no se contenta es porque no quiere.

De las facturas políticas que puede traer este encuentro hablaremos luego. Antes veamos la otra cara de la cita de Pedralbes. El comunicado. Es en esta parte es donde el presidente Sánchez quizá ha cedido más. De entrada, el título: “Comunicado conjunto de los Gobiernos catalán y español (…)”. Visto y leído así, parecen dos gobiernos al mismo nivel; no uno del Estado y el otro autonómico que forma parte de ese mismo Estado. Una igualdad que gusta a muchos en en Cataluña pero que molesta en el resto de España.

Otra frase controvertida: “Coinciden en la existencia de un conflicto sobre el futuro de Cataluña”. Aceptar la existencia de un “conflicto” es mucho aceptar, aunque no sea conflicto bélico. Lo que hay en Cataluña es más un problema de acatamiento de la legalidad. Para terminar el escrito, otro gol del independentismo; cuando se habla de potenciar el diálogo, algo positivo a simple vista, se detalla que será “…en el marco de la seguridad jurídica”. Una alambicada y arriesgada expresión que sustituye a la correcta, y que es la que debió aparecer: en el marco de la Constitución española, que es el código que marca la legalidad fundamental que nos rige a todos.

Detrás de todo este postureo político, están los intereses de España, del PSOE y de Pedro Sánchez, aunque no precisamente por ese orden. Llegado un cierto momento, la necesidad se puede convertir en exigencia. Y Pedro Sánchez lo sabe. Sabe que necesita los votos del independentismo para aprobar el techo de gasto, pero también, como no, para mantener sobre su erguida testa el techo de la Moncloa.

El presidente quiere apurar sus posibilidades hasta el último minuto, y para ello necesita apoyos. Y para conseguir los votos independentistas sigue con su estrategia de que todos se retraten ante los Presupuestos: o me apoyáis y los saco adelante, y seguimos todos; o vamos a elecciones y viene la derecha dura -incluida VOX-, que os hará la vida más difícil que yo. Una forma de convencer por el miedo. Por el grito fantasmagórico de que viene la ultra derecha. Y ya se sabe que los enemigos comunes unen mucho en los momentos de debilidad.

Los indepes, que andan a bofetadas entre ellos, y temen las consecuencias del futuro juicio contra Junqueras y compañía, no pueden arriesgarse a dejar caer a Sánchez que es el único que les da algo de “agua” para seguir tirando, al menos unos meses más. Esto puede gustar a un sector importante de la sociedad catalana, pongamos el 50%, más o menos. ¿Pero cómo se ven y se interpretan estos coqueteos políticos de Sánchez con Torra en el resto de España? Si nos guiamos por los resultados de las elecciones andaluzas y de algunas encuestas recientes, no gustan nada; es más, el coste que pueden pagar los socialistas en sus futuros comicios será alto.

Veremos cómo avanza y prospera esta compleja “partida de ajedrez” de la política española. De momento ha quedado claro que Cataluña, si bien no es un conflicto interestatal, sí es un grave problema para el Estado español. Y que Pedro Sánchez, aprovechando su osadía política, es capaz de arriesgar el futuro del PSOE en beneficio de su continuidad en Moncloa.

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