En mi molesta opinión

Sánchez avisa de que todo te irá mal pero no dice cómo te va a ayudar

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez
Europa Press

No tengo el cuerpo para más guerras, y estoy dispuesto a firmar la paz conmigo mismo o con quien quiera pactar un sincero armisticio. De qué va la vida, me pregunta un vecino del quinto que quiere montarse un búnker en su jardín por si las cosas se complican más de la cuenta y más allá de Ucrania. Me comenta el mismo vecino, que los rusos ricos que viven en el Mediterráneo español están empeñados en fabricar en sus lujosas casas un búnker subterráneo por si la guerra se desbarra más de lo debido y prometido.

Confío en que todo se deba al miedo que provoca el megalómano del Kremlin y al ruido contagioso de las bombas en televisión. Pero la angustia tiene motivos más que aparentes para convencernos de que las cosas andan muy dolidas, incluso con “j”. Ahora el mal no surge de la KGB, son otras tres letras las que lo provocan como una sigla temible: FSB (Servicio Federal de Seguridad), un código para fanáticos de la crueldad que simbolizan el poder de un Putin capaz de casi todo, y si no, que se lo pregunten al exespía Alexander Litvinenko o a los 186 niños muertos por el ejercito ruso en un asalto contra un comando checheno que atacó un colegio en la ciudad de Beslán en 2004.

Para cuatro días que transitamos por aquí, por este valle de lágrimas o mundo cruel, dos días los dedicamos a matarnos los unos sobre los otros como seres incapaces de reflexionar y avanzar hacia una dignidad más acorde con el título que nos identifica: seres humanos. Como dijo Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde…”; solo espero que no sea demasiado tarde. Porque España también está herida de futuro, y los cambios no pintan a favor. Felipe González, que cumple 80 años bien puestos, lo ha dicho claramente estos días a todo aquel que ha querido felicitarle o simplemente preguntarle por este futuro incierto: “nos espera un largo periodo de dificultades que exigirá acuerdos de Estado con el PP”. Ese es el Partido Popular del nuevo Núñez Feijóo, veremos cómo amanece el centroderecha con la experiencia gallega, y algo más activa que la marcada en su día por un Rajoy apático.

Felipe González celebra sus 80 años desde su clarividencia reposada, convertido en el socialdemócrata que aman las derechas sin temor ni pudor. No sucede lo mismo con el oficiante del “sanchismo" actual, Pedro Sánchez, que más que ofrecer luces largas de posición nos advierte de los tiempos crudos que nos esperan a los españoles, como si la guerra fuera la excusa perfecta para no exigirle responsabilidades al él y a su Gobierno. Es cierto que a Sánchez le pasa de todo, y siempre todo le pasa mal. Malos rollos con Podemos, peores rollos con la pandemia, acuciantes rollos con los precios y la inflación, y los nefastos malos rollos con la guerra que no cesa. Ni un poco de suerte para repartir con la sociedad depauperada. Sólo su estrella personal luce como una gran flor en sus nalgas políticas tras “hundir”, “cargarse” o “desmontar” a sus tres rivales en menos de tres años: Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pablo Casado.

Sánchez tiene o tenía mucho dinero de Europa, pero ahora también tiene una guerra y un país desconcertado y desorientado. ¿Y qué hace Sánchez? Les pasa la pelota a los trabajadores y empresarios, y les comunica que las cosas se están poniendo muy feas, con el viejo truco de quien avisa no es traidor, que yo ya lo he dicho bien claro: ¡No despilfarren, y mantengan apretados los cinturones! Pero que hará el Gobierno de la nación además de gritar que viene el lobo, cómo repartirá los daños y ayudará a los asalariados y empresarios a frenar este fin del mundo que se está convirtiendo en “El día de la marmota”, por lo reiterativo.

Recordemos que Sánchez se limitó a dar malas noticias en público en un escalofrío muy profesional con la cara compungida pero amortizada a su vez por el dolor que no cesa, pero nada más. No hubo una larga lista de medidas contra los impuestos, contra el maltrecho poder adquisitivo, contra el gas o el petróleo, ni vimos las medidas que van a adoptar todos los ministerios -incluido el de Consumo con Garzón- para frenar y paliar este chaparrón bélico que se avecina por todos los frentes. ¿Acaso no van a ejecutar medidas para replantearse los presupuestos y las decisiones que dictaron hace un año y que hoy ya no sirven para nada? ¿No sería útil reajustar todo el panorama económico y social, empezando con las pensiones y continuando con los maltratados autónomos?

De momento sólo hemos oído alguna obviedad: “Vienen tiempos duros. La guerra de Putin va a hacerlo todo más duro y difícil y sin duda va a tener impacto en los precios. Pero estoy seguro de que España y Europa saldrán reforzados”. Esto dijo Sánchez en un alarde de rapidez, pero no añadió qué van a hacer España y Europa para salir reforzadas. Palabras vacías para guerras llenas de amargura que pueden llevarse por medio a políticos incapaces que no saben proteger ni responder a sus pueblos de situaciones complicadas y bélicas.

Es hora de que empiece a funcionar una oposición solvente y preocupada con las cosas del poder político. Esperemos que la madurez del nuevo líder de la derecha, Feijóo, se note cuanto antes y curse efectos. Sobre todo porque Sánchez está demasiado cómodo y aburrido con las castañuelas plañideras de Unidas Podemos, que exigen mucho “No a la guerra” pero sin decir ni pío sobre lo qué hay que hacer con la billetera de los ciudadanos, o con las bombas que reciben los ciudadanos de Ucrania.

¿Qué propone Sánchez y su Gobierno acerca de cómo afrontar los problemas reales que ya tenemos encima los españoles? Lo dicho hasta ahora por el presidente huele a la fórmula de marear la perdiz, dando largas cambiadas, hasta que al ciudadano se le hinchen sus emociones más de la cuenta. Sánchez avisa de que todo nos irá mal, pero no dice cómo nos va a ayudar. Mejor le iría al Ejecutivo cuidar de unos ciudadanos cada día más hartos y desorientados por culpa de una guerra que durará más de lo que todos, incluido Putin, esperaban.

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