OPINION

Sánchez y Rivera actúan igual, uno con Podemos y el otro con Vox

Rivera y Sánchez Moncloa bolo
Rivera y Sánchez Moncloa bolo
EFE

Toda España empieza a estar harta de tanto amago pactista y tanta estrategia estrafalaria, para luego dejar la faena sin rematar y no alcanzar acuerdos de gobierno que ofrezcan estabilidad. Esta decepcionante situación es alterna, sucede tanto en la derecha como en la izquierda. Los únicos que se divierten y entretienen con este gran mosqueo nacional son los líderes políticos que sacan a pasear sus grandes egos mientras se hacen los interesantes y los ocurrentes. El mismo día de la votación para elegir al presidente de Murcia, el jueves, se reunieron durante cinco horas PP, Cs y Vox para alcanzar un acuerdo de centro-derecha que permitiera gobernar al popular López-Miras, en coalición con Ciudadanos.

La cosa pintaba bien, se olía ya un posible acuerdo, incluso Vox había renunciado a derogar la ley regional LGTBI y se conformaba con pactar otras propuestas interesantes pero menos conflictivas para Cs, como son la libertad de elección de centro educativo, bajar los impuestos a las empresas y familias, etcétera, cuando desde Madrid llegaron las declaraciones de Juan Carlos Girauta: “Ciudadanos no negocia acuerdos programáticos con Vox. Lean mis labios. Que no. Simplemente nos tomamos un café”. A pesar de estar reunidos negociando, sorprendidos con las manos en la mesa, Girauta -por indicación de Rivera- se dedicó a negarlo. A los de Vox les entró un ataque de orgullo, y decidieron votar junto a PSOE y Podemos en contra de la investidura de López-Miras del PP. Todo muy decepcionante y absurdo, por parte de Ciudadanos y Vox .

Situación que se está reproduciendo de forma parecida en Madrid. El problema principal radica en cierta hipocresía de los “contrayentes” naranjas, que quieren los votos pero no desean las fotos. Apetecen y aceptan el apoyo de Vox pero no quieren aparecer ni en pintura junto a ellos. El partido de Santiago Abascal se ve relegado a hacer el papel de amante despechado, sin derecho a pasear del brazo de Rivera o de cualquier correligionario destacado de la cohorte naranja. Y los verdes, a pesar de su inmadurez, o quizá por ella, se sienten ofendidísimos por el desplante de Ciudadanos.

Este es el juego que se practica sobre la mesa y esta es la teoría de cara a la galería. Luego están otras realidades menos evidentes pero igual de plausibles. Por ejemplo, que Vox, que es la menor de las tres partes, que recibe algunos beneficios pero siempre se queda fuera del Gobierno, quiere hacerse notar antes de apoyar un acuerdo. Y la única forma que ellos creen que tienen de hacerse notar es esta, frenar y retrasar los pactos. El papel para el que nació Vox es el de recoger los votos que Rajoy fue dilapidando y que el actual Partido Popular aún no puede o no sabe recuperar. Por su parte, Ciudadanos, que considera a Vox tóxico para su imagen, nació y sigue siendo, por mucho que les duela reconocerlo, un partido bisagra para facilitar la gobernabilidad de PP y de PSOE. Lo de liderar la oposición está muy bien, pero vistos los resultados electorales de Rivera, todo se queda, al menos de momento, en un sueño de verano.

Teniendo en cuenta estas circunstancias y sumándole a la ecuación el dato fundamental de que los millones de votantes de PP, Cs y Vox buscan con su papeleta un mismo objetivo: que no gobierne la izquierda, los tres partidos están condenados a entenderse, les moleste el aliento del otro o no les guste su perfume, salvo que alguno de ellos quiera suicidarse y darle, con su actitud anti-acuerdos, el gobierno al PSOE o a otro partido de izquierda. Cierto es que los votantes no podrán hacer nada para impedirlo, salvo tomar buena nota para futuras elecciones en las que ese partido “traidor” será fulminado en las urnas.

Desde la perspectiva nacional, los posibles pactos de investidura también se convierten en juegos malabares, en este caso en manos socialistas. Pedro Sánchez está haciendo con Pablo Iglesias lo mismo que Albert Rivera con Santiago Abascal: dame tu apoyo pero no me pidas que te reconozca, ni te ofrezca entrar en el Gobierno. Sánchez no quiere cargar con las hipotecas de un Unidas Podemos extremista sentado en el Consejo de ministros. Además, el presidente en funciones sabe que juega con la ventaja de unas nuevas elecciones generales y ello le permite forzar las negociaciones, incluso adoptar una actitud entre inmovilista y algo cínica.

Pablo Iglesias horizontal
El líder de Podemos, Pablo Iglesias (c). / EFE

Por ejemplo, pide con voz dulce que la derecha le apoye en su investidura para que “la gobernabilidad no descanse en los independentistas”. Sin embargo, no cuenta lo que hay detrás de este “falso” apoyo. Una vez elegido presidente, los pactos puntuales para aprobar leyes y presupuestos Sánchez los haría con la extrema izquierda, los separatistas y los filoetarras, o con quien sea. Se trata de dar la imagen, aunque sea falsa y forzada, de que es un candidato moderado, que no busca el apoyo de extremistas ni secesionistas. En estas situaciones de marejada informativa, con la ceremonia de la confusión en pleno apogeo, siempre hay gente que pica y se traga el anzuelo.

En definitiva, los postureos forman parte de la estrategia y todos juegan sus cartas con la esperanza de sacar el mayor rédito partidista, sin valorar mucho el interés nacional. La excusa es que todos hacen lo mismo, y nadie quiere ser el “generoso” que dé su brazo a torcer por el bien de los demás. Una actitud propia de estos tiempos de alto egoísmo en los que ser altruista se percibe como una debilidad más que una virtud. De todos modos, en estos pactos a varias bandas quien más se la juega son Ciudadanos y Vox: no alcanzar acuerdos por culpa de los egos o de los escrúpulos políticos de sus respectivos líderes puede tener un coste electoral que no será fácil de asumir para ninguno de los dos partidos.

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