OPINION

Las sentencias judiciales no las debe dictar la ira del pueblo

Protestas contra la sentencia de La Manada
Protestas contra la sentencia de La Manada

Los españoles tenemos fama de poseer un temperamento apasionado, de esos que arden como volcán enfurecido con sólo acercarles una simple controversia o que explotan con facilidad por cualquier polémica, sea del tema que sea. Para el resto del mundo, nosotros, los hispanos –incluidos catalanes y vascos, lo siento por los indepes- somos unos seres exclusivos que entramos como toros bravos a cualquier “trapo” que nos pongan por delante.

Por si fuera poca esta carga idiosincrásica, hoy tenemos a los medios de comunicación y a sus primas ponzoñosas las redes sociales, ejerciendo de calentadores mentales de este gran potaje nacional. Además, estos mismos medios calenturientos han descubierto en los últimos tiempos que los políticos y los jueces arden estupendamente en la pira informativa, otrora hoguera de la vanidades. Y el pueblo, este pueblo tan dúctil que se deja manejar fácilmente con algunas demagogias baratas, agradece con regocijo todas las ejecuciones mediáticas que se le ofrezcan, principalmente las de políticos y de jueces.

Y en estas estamos. Avivando el ambiente y calentándonos la cabeza con historias que en otros lares donde la sangre no baja tan ardiente se resolverían de manera menos atropellada y menos encabronada. Por ejemplo. Para echar de su despacho y pasear por el fango del descrédito a Cristina Cifuentes hizo falta ver el vídeo de las cremas hurtadas. Ver para creer y para saber. Sin embargo, ahora, nadie ha visto el vídeo de 96 segundos de la pretendida violación de la Manada, ni casi nadie se ha leído las más de 300 páginas de la sentencia, ni las más de 200 del voto particular, y a pesar de ello miles de mujeres y hombres ya tienen claro lo que sucedió aquella nefasta noche de sanfermines en Pamplona y cuál debe ser el veredicto. Para qué acudir al juicio y escuchar a las partes y estudiar las pruebas, basta con abrir la ventana o poner la tele y oír lo que dice la masa enfurecida para saber perfectamente si hubo o no violación. Para qué analizar y pensar si la turba exasperada te lo da hecho.

Protestas contra la sentencia de La Manada
Protestas contra la sentencia de La Manada

No digo que los cinco integrantes de la piara, más justo que manada, sean inocentes y no merezcan condena, todo lo contrario. Dados sus antecedentes sexo-delictivos me parecen unos seres repulsivos y peligrosos que deben ser puestos en “remojo” para que paguen sus delitos y escarmienten su machismo. Pero las protestas callejeras de mujeres y hombres indignados por una sentencia que conocen de oídas no pueden convertirse en “manadas” justicieras que atropellen y destrocen los derechos de los acusados. No defiendo la sentencia, simplemente aspiro a que se proteja el sistema judicial y el Estado de derecho. No podemos ir de la manada violadora a la manada vengadora.

La Justicia existe para evitar que las sentencias las dicte la ira del pueblo. Los que actúan como manadas deben ser los otros, los delincuentes y descerebrados, y no los ciudadanos que desean que se imparta Justicia. ¿O tal vez preferimos para algunos casos sacar a pasear la venganza si los condenados no son de nuestro agrado o afinidad ideológica? Un par de datos más para la reflexión: La sentencia que condena a nueve años de cárcel a los cinco miembros de La Manada, equivale a un año menos que por homicidio. Y dos, esta sentencia será recurrida por la propia Fiscalía ante el Tribunal Superior de Justicia de Navarra.

Los políticos, siempre tan oportunistas y cobardes por miedo a perder votos, no han querido ser ejemplares y se han lanzado a demoler con sus ligeras opiniones la imprescindible separación de poderes. Todos ellos, desde Podemos al PP se han retratado inconscientemente. El PSOE por partida doble y contradictoria. Pedro Sánchez diciendo lo contrario que su portavoz Margarita Robles. Pero la palma de la incorrección se la lleva Rafael Catalá, ministro de Justicia –sí, precisamente él- que se ha dedicado estos días a cuestionar la capacidad del juez, Ricardo González, autor del voto particular a la sentencia, sin aportar ninguna prueba al respecto. Se dice, se comenta, se rumorea… lo que viene siendo una pura difamación, que viniendo del ministro duele mucho más.

Así son nuestros desatinados políticos. Los mismos que aseguran con falsa dignidad: ¡Nunca legislaremos en caliente!, diez minutos después aceptan calentarse las manos y los votos cerca de la masa que más vocifere. Y mientras escampa la tormenta, que los medios de comunicación sigan repartiendo opio al pueblo, como dijo el filósofo Sebreli. Y todo, para que la fiesta alucinógena de la gran democracia no decaiga.

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