OPINION

Primera estación: el soberanismo se calienta y Puigdemont se enfría

En estos días de Semana Santa el ruido independentista queda amortiguado por el silencio sonoro de las procesiones y el 'dolce far niente' de las vacaciones. Para Puigdemont la procesión va por dentro, por dentro de su cerebro flagelado y de su celda alemana. No comprende como a un tipo tan listo como él le han podido trincar de manera tan tonta. Hasta su propio abogado de 500 euros la hora le echó en cara su ligereza viajera. Pavonearse por Europa mientras te busca la Justicia, aunque sea española, tiene sus riesgos, como se ha visto.

Los de la estelada en ristre, esos que prefieren las manifestaciones a golpe de porra en vez de las procesiones con golpes de pecho y cirios encendidos -cada uno vive la fe a su manera-, están cabreados porque han visto caer en la primera estación de servicio a su mesías de cartón piedra, como si fuera un pobre Barrabás. No es que haya cambiado mucho el porvenir del independentismo. Lleva en aguas muertas desde hace meses. Lo que les duele ahora a los separatistas es el orgullo de verse una vez más derrotados por el Estado español.

El soberanismo se fundamenta en un sentimiento de pertenencia a un grupo que a su vez desprecia a otro grupo que piensa de manera distinta. Y esa emoción se ve escarnecida cuando choca con la realidad y la justicia, y se torna en odio furibundo contra los 'otros' por culpa de la frustración de no poder salirse con la suya. La detención de Puigdemont es la excusa para dar rienda suelta al dolor que provoca el fracaso, al miedo a que los 'otros' se gocen de tu incompetencia.

Pero Puigdemont no es un líder que arrastre masas ni ilumine pasiones como Tarradellas o, incluso, el corrupto Pujol, en sus buenos tiempos. Puigdemont es un estandarte para justificar la rebeldía y el desahogo de un fiasco. Mientras estaba libre, aunque estuviera desactivado, servía para fumigar la sensación de derrota que invade a los separatistas. Era un permanente corte de mangas con dos piernas que no paraban de moverse y cada paso que daba por Europa se percibía como una bofetada al Estado y a la Justicia españolas. Pero el correcaminos se ha quedado sin pilas. ¿Quién liderará ahora el tinglado en el exilio? ¿Marta Rovira? Seamos serios –'si us plau'-, que todo este vendaval secesionista ya ha hecho bastante daño, fracturando a una sociedad catalana que está hasta el moño de que jueguen con su porvenir y su bienestar.

La arrogancia, tarde o temprano, se paga, y casi siempre cara. Y la ciega soberbia que ha guiado al independentismo –también conocida como xenofobia rancia- sigue acompañando y animando todos los gestos de frustración callejera y parlamentaria que vemos estos días. Roger Torrent suelta incoherencias del tamaño de: "Ningún juez tiene la legitimidad para perseguir al presidente de todos los catalanes", lo que te confirma que la estulticia de los promotores del procés es proporcional a su desprecio por el Estado de derecho.

Torrent sigue con su sectarismo de boquilla alimentando como lo hace también TV3 el odio de un público muy fanático que se siente atrapado entre el engaño y el ridículo. Los políticos catalanes, y Torrent el que más, tienen miedo de volver a la legalidad, es decir, a la normalidad, porque eso les obligaría a preocuparse por los problemas reales de los catalanes. Aunque por suerte, ya se empieza a oír dentro del independentismo, aún siendo 'sotto voce', alguna propuesta sensata que pide un govern efectivo, sin líos legales, que pueda ejercer. Eso es lo que pide ERC, sin renunciar a las quejas por los encarcelados. En un mar de tanta insensatez, bienvenida sea una gota de cordura.

Más de tres meses sin elegir presidente de la Generalitat y mareando a la sociedad catalana y española, porque saben que el día que elijan a un candidato sin rémoras judiciales se acabó –en buena medida- el juego del victimismo. Dicen que odian el 155, pero no hacen nada para quitárselo de encima, no les interesa. Sin embargo, ahora el reloj se ha puesto en marcha y ya no hay mucho tiempo para jugar al escondite. O encuentran una solución dentro de la legalidad, o volverán a la casilla de salida donde les esperan nuevas urnas. Esto último sería un monumental fracaso para los seguidores del tractor amarillo. Tanto jaleo, tanto pataleo, para acabar repitiendo el mismo cuento. Y ese es el problema, que en esta historia hay mucho cuento.

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