En mi molesta opinión

Somos una sociedad acobardada y paralizada por el miedo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente del PP, Pablo Casado, se saludan con el codo en el Palacio de La Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente del PP, Pablo Casado, se saludan con el codo en el Palacio de La Moncloa
EFE

Ver en la puerta principal del Palacio de la Moncloa a Pedro Sánchez darse el “codito” con sus visitantes de turno: Casado, Rufián, Arrimadas, Esteban, refleja el momento temeroso, desquiciado y penoso que vivimos hoy. En los tiempos recios de Machado la cosa iba “golpe a golpe, verso a verso”, pero el personal al menos lucía valentía y menor acojone. Ahora, tiempos más prosaicos y más parásitos y, digámoslo claro, más cobardes, todos vamos “codo a codo, virus a virus” y nos ponemos la mascarilla porque nos han dicho que sin ella no hay vida. Muy mala vida es lo que hay en este 2020.

Ese codo humano que anda alborotado de tanto codearse con esta nueva realidad absurda, no garantiza nada bueno, sólo mostrar un hermoso “peluco” y un antebrazo muy moreno, como el de Sánchez. Lo de tocarse el codillo para saludarse es un gesto patético de ave gallinácea, que se roza con el ala para marcar distancias e indicar que seguimos vivos, resignados y soportando este loco gallinero hasta que el paso del tiempo nos desplume del todo.

El miedo se ha apoderado de nosotros. Eramos ya una sociedad atemorizada y con la Covid-19 hemos subido el diapasón del pavor y del canguelo. Sólo nos faltaba esta pesadilla pandémica para que nuestra vida fuera un puro suplicio, un sin vivir de tanto miedo a sufrir, pero un sufrir mediatizado por los grandes protagonistas del momento actual: los políticos y los medios de comunicación.

Hay una retórica del miedo que es muy útil para domeñar y gobernar sociedades, y para vender productos, y esa es la que unos y otros practican. El sociólogo Frank Furedi señala en su último libro que los temores más destacados de la sociedad actual no suelen estar basados en la experiencia directa, sino en lo que cuentan los medios de comunicación. Desde que los periodistas hicieron suya la teoría de que las “buenas noticias no son noticia”, no han parado de atiborrar al ciudadano de informaciones tremebundas: todo es malo para el Planeta, todo es malo para la salud, todo es malo para el ser humano; sin ir más lejos, el propio ser humano es muy malo. Hasta bajar al niño al parque para que juegue se ha convertido en una aventura llena de riesgos.

Las únicas “buenas noticias” de las que hablaba Marshall McLuhan, los anuncios publicitarios, se han convertido hoy también en un caldo de cultivo para el miedo y la inseguridad: bombardeo constante de seguros de coche, de incendios de casas, alarmas para robo, alarmas contra okupas, seguros contra impagos, etc. configuran todo un amplio muestrario de temores y peligros al alcance de cualquier ser que decida sobrevivir en este mundo.

Y de repente llegó la Covid-19 para ponernos más tiesos si cabe. Andábamos ya bastante perdidos discutiendo hasta dónde llegaba la libertad en el siglo XXI, y un invisible virus nos ha dado en toda la torre. Nos creíamos casi inmortales, y ahora nos da miedo estrechar la mano o besarnos con alguien. El progreso nos parecía infinito y hoy vemos el futuro como un peligro incierto, difícil de controlar. Es el resultado de cambiar los factores, en lugar de fomentar -como dice Furedi- la valentía a través de la formación del carácter, se han buscado expertos psicólogos para que nos ayuden a superar los miedos.

En esta inseguridad existencial en la que nos movemos, donde predomina la cultura del miedo, los políticos también intentan sacar su tajada particular. La idea principal que promueven es que nuestra seguridad depende de que abandonemos algunas de nuestras libertades. No, no es un mensaje conspiranoico o negacionista, es simplemente una estrategia realista que los políticos utilizan para su bien particular, aunque ellos lo llamen bien común. Usted no se plantee nada, nosotros le diremos todo lo que debe hacer, y su vida no correrá peligro. Pero si usted desobedece, atiéndase a las consecuencias. Dicho así suena duro, pero la realidad que vivimos hoy es dura, y no parece que vaya a cambiar fácilmente.

Centremonos en la política española. Pedro Sánchez sabe que la sociedad está, además de acoquinada, polarizada. Ello le permite actuar con mayor libertad, por no decir mayor desfachatez, a la hora de buscar pactos. Goza de su tiempo de “turnismo” y sabe que no hay peligro de que nadie se amotine. Hasta los empresarios del Ibex y la patronal tienen claro que este es el tiempo de Sánchez, es decir, tienen miedo a promover cambios que no resuelvan los problemas y compliquen las cosas. Además, Sánchez, acostumbrado como los salmones a nadar contracorriente se encuentra a gusto peleando/negociando con unos adversarios débiles y temerosos. Quizá por ello se permite el lujo de intentar pactar a la vez con dos enemigos irreconciliables: Ciudadanos y ERC.

Es más, se permite el lujo, en estos tiempos de escasez afectiva, de utilizar a ambos para darles celos mutuamente. El miedo, siempre el miedo, de C’s y de ERC de quedarse fuera de juego lo utiliza el presidente del Gobierno para crear su red de pactos de cara a los Presupuestos Generales. Incluso el PNV, muy poco amigo de C’s, sigue callado y tragando por su bien y el de sus intereses económicos, que no son pocos. Insisto, Sánchez sabe que en este momento es intocable y que nadie se atreverá a moverle la silla. El miedo al futuro económico y pandémico hace que todos deseen seguir en esta misma situación, por mala que sea, y por muchos defectos y errores que Sánchez muestre, siempre será mejor lo malo conocido que lo ¿bueno? por conocer. Otra vez el miedo, en este caso a lo desconocido o poco conocido, ayuda al Gobierno a seguir en el poder a pesar de sus errores.

El único problema que tiene Sánchez es que la crisis económica -la del Coronavirus parece que no le afecta- se transforme en una crisis crónica e incontrolable, y los ciudadanos, que han sustituido su temor a Dios por su temor a arruinarse, se desprendan de sus miedos y cobardía, y decidan montarle una gran zapatiesta que le saque de su zona de confort, es decir de la Moncloa. Pero eso parece muy improbable, hoy por hoy, ya que los mayores perjudicados de esta crisis -que podrían revolucionar la calle y las encuestas- están bajo el control de Podemos y de los medios de comunicación de izquierda. El miedo a que vuelva la derecha -la imagen de Rajoy todavía es muy reciente- está muy presente, y si no, ahí está Casado para, de tarde en tarde, enarbolar el mensaje de que la derecha está aún verde, es decir, tiene miedo a gobernar.

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