En mi molesta opinión

Urdangarín y Putin: en el amor y en la guerra todo vale

Putin
Urdangarín y Putin: en el amor y en la guerra todo vale.
Europa Press

Dicen los expertos en el arte de la guerra, que Vladimir Putin, el todopoderoso presidente de la Rusia mini-imperial, tiene pocas cartas en la mano pero las juega como si tuviera un repóker. Añaden también, que la trepidante historia rusa, muy venida a menos, y sus falsos galones de potencia nuclear están lastrados por su modesta economía, su notable recesión demográfica y una geografía engañosa, que parece imponente sobre el mapa pero en realidad está llena de fragilidades estratégicas. A lo dicho, Putin no tiene buenas cartas pero las que tiene las maneja con maestría y consigue que el mundo este en vilo ante su envite militar en Ucrania.

Por su parte, y guiándonos por el principio universal de que en la guerra y en el amor todo vale o todo está permitido, tenemos delante a la otra media naranja de este particular dúo -Iñaki Urdangarín- que arrastra pasiones y sinrazones por culpa de un desafecto mal querido, aunque algunos creen que es por unas ‘gestiones' mal cobradas. Quien se lo iba a decir a esta especie de protagonistas ocasionales -Tintín y Rasputín- que acabarían atrapados en la portada de todos los periódicos y en todos los informativos de TV, y en un mundo paralelo de decisiones personales pero a su vez bastante catastróficas para sus respectivas partes implicadas. Serán las cosas del amor y de la guerra, o viceversa, pero ambas escuecen cuando suceden.

Urdanga, como lo llamaban algunos de sus colegas en los felices años del balonmano, tampoco tiene buenas cartas en su mano. Por decirlo claramente, sólo tiene una (bastante explosiva) y ha decidido utilizarla para no andarse con rodeos ni con asuntos pendientes. Quizá porque el ex duque de Palma ya no tiene miedo a nada, qué más puede dejar por el camino, hace tiempo que lo ha perdido todo: honor, vida, familia, cárcel, monarquía, dinero,… quizá sólo desee perder de vista a los Borbones, y pegarse unos buenos revolcones republicanos imaginando que cualquier tiempo pasado nunca existió. El “mundo” cardiaco vive en vilo por Iñaki y Cristina, y mantiene cierto interés por ver como él deja caer la última guillotina en palacio. Sin duda, todo esto forma parte de algún modo de la “nueva” imagen de la Corona, o de las Coronas, en general.

Putin Y Urdangarín creen que ambos son libérrimos y que sus azarosas vidas alicatadas con faroles les permiten cualquier decisión que les convenga, y que detrás de ellos sólo hay una oportunidad en grado mayúsculo para el triunfo. En parte así es, Vladimir Putin busca algo más que una invasión imposible en Ucrania. Quiere asegurarse de que la OTAN no ponga sus misiles de largo alcance a 10 minutos de Moscú. Su ejército es uno de los más grandes del mundo, está entrenado, modernizado y bregado en combate, y ha desplazado hasta la frontera a 120.000 soldados, una cantidad que asusta a cualquiera. Esa es su estrategia principal para intimidar a sus rivales. Y la verdad es que lo consigue. Luego está la carta del suministro energético, que también usa con habilidad y que le da resultados con algunas naciones europeas que temen pasar un invierno muy crudo. Aunque según todos los datos, el PIB ruso es inferior, por ejemplo, al de Italia. Así las cosas, calculen ustedes el potencial de unos y otros.

El ex yerno del Rey de España hace años que también dejó su “imperio” al descubierto de la justicia y de algunas frías cárceles solitarias. Pensaba que podría alimentar a su Infanta e hijos con algún buen ramillete de comisiones, pero el chollo terminó pronto y la cacería emérita se acabó con Juan Carlos I. Ahora, que su libertad ha vuelto a pasear por los altos andamios del placer, Iñaki quiere sacarse la espina de la derrota borbónica infringida por el pasado, es su particular venganza, su capa caída; como la de Putin, herir para provocar temor y respetabilidad, la misma que nunca sienten poseer, ni el uno ni el otro. A ambos los defiende una parte de la sociedad, mientras la otra los ataca vilmente culpándoles de todos los males del mundo occidental y, por otro lado, del mundo matrimonial, dada la actitud de Cristina, su devota esposa que nunca le abandonó, ni en los duros momentos de banquillo.

Sería un grave error ver esta historia entrelazada como un simple desafío entre el desamor y la guerra. Hay algo más que deseos violentos y deudas pendientes. Por ejemplo, para Vladimir Putin los rusos y los ucranianos son el mismo pueblo, no desde la extinta Unión Soviética sino desde hace siglos. Sin embargo, el nuevo “zar” no es capaz de convencer a sus vecinos para que den la espalda a Occidente y vuelvan encantados a la tradicional vida rusa que él les promete. Es un dato a tener en cuenta, pero tampoco demasiado significativo ya que en Cataluña podría pasar lo mismo si hiciéramos la prueba con España.

Mientras tanto, Urdangarín vuelve a sus orígenes, a un futuro pendiente de resolver, vuelve a ser ‘libre’ de sí mismo, dejando atrás los 25 años que hipotecó por una infanta que “amaba” pero no tanto como para ir a la cárcel por ella, y convertirse en un apestado de por vida. Aunque según las crónicas románticas nadie le dará a Iñaki lo que le ha dado ella, Cristina, la mujer que más le ha querido en su vida, o al menos la que más lo ha demostrado con creces y con cruces. Un final infeliz del que poco más se podía esperar, y menos cuando esta ruptura matrimonial no tiene consecuencias de carácter institucional para la monarquía. A diferencia de lo que ocurra con Putin en Ucrania, en esos casos sí nos pueden doler bastante más las muelas del juicio. 

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