OPINION

Pasado por agua como una nécora y depilado como un delfín ¿y si me compro un acuario?

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Regresé de las vacaciones de verano con el firme propósito de encauzar definitivamente mis aficiones deportivas. Lo decidí en la piscina de burbujas de la que disfruté –y ¡de qué manera!- en el spa de un hotel de La Toja. Allí, en un momento en el que me sentía como una nécora suicida en pleno proceso de ebullición, me convencí de que el agua debía pasar a ser el líquido consustancial a mi vida. Be water, my friend. Por fin llegó el momento de vengarla de ese grupo, precursor en el pop y en el atuendo de Michael Jackson, que fue Earth, Wind and Fire. Y el Water ¿qué? Los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales, los cuatro jinetes del Apocalipsis… Me pregunto ¿hasta qué punto me está influyendo la campaña veraniega del canal de televisión de Mediaset? Solicitaré el punto de vista de la ejecutiva de nuestra agencia de publicidad para justificar, entre otras cosas, sus honorarios.

Charlo sobre la programación deportiva con mi maestro shiatsu, que, a fuerza de sesión y sesión, se está convirtiendo en alguien muy cercano a mi entorno. En lo relativo a que alguien ponga sus manos sobre mi cuerpo –de forma amistosa, se entiende- sin duda sigue siendo el más cercano (lo sé, las vacaciones tuvieron más de una carencia).

El dolor de espalda remitió en el balneario gallego pero se acrecentó en relación directa a mi tradicional síndrome posvacacional. Sugiero cambiar el bono de diez masajes por el de tres sesiones con el psicólogo. Mientras siento una presión superior a lo normal en la zona lumbar, el masajista susurra: “tú mismo”. Rechazo en ese mismo instante la idea. Una técnica ésta, la de sugerir y rechazar, que utilizo con buenos resultados en las reuniones del Consejo. Y si no, que se lo digan a García Raposo –responsable de innovación- que ya va por el quinto borrador del plan anual.

Después del pasado mundial de Budapest y del campeonato de España absoluto de verano, el profesor de INEF, monitor de esquí, cinturón marrón de thai boxing y maestro shiatsu me recomienda la natación. Algo que puede dar sentido a mi reciente redescubrimiento del agua como factor de motivación y ayudar, por ende, a acercarme con cierto criterio a la socorrista de la piscina de la urbanización este mes de agosto. Aprovechando que me quedo solo en la sala durante unos minutos comienzo mi particular 4x100 estilos. Me sitúo boca arriba y muevo los brazos como si fueran aspas de molino (¿homenaje a El Quijote? Preguntaré a Marketing por las razones de esta asociación de ideas motivada quizá por mi penúltima negativa al pasado patrocinio del cuarto centenario de la muerte de Cervantes). Al subir y bajar los pies con rapidez los talones chocan continuamente con el borde de la camilla y la sábana no para de arrugarse. Momento que reparo en el vello desprendido de espalda, brazos y piernas. “Pelos como barrotes de la cárcel” que diría Antonio Floro, vecino de mi actual domicilio, divorciado también, pero bastante más joven y con mucho más éxito en su nivel cuantitativo y cualitativo de visitas recibidas.

¿Tendría que depilarme? ¿Afeitarme la cabeza? ¿Dolerá lo primero, valdrá la pena lo segundo? Tomaré la decisión tras consultar expobeautymagazine, una web que me recomendó Blázquez después de otros sites de parecido interés.

Ahora, boca abajo, me ejercito a braza. Una severa molestia en la entrepierna me hace desistir. La camilla sigue tan dura como el primer día y el agujero está a la altura de la cabeza. –Si esto es a braza, a mariposa ni lo intento- me digo (teniendo en cuenta que lo más cercano a mariposa que conozco es el capullo del abogado de mi exmujer). Cierro los ojos y me concentro en la imagen de la playa de La Lanzada tras un aperitivo en una tasca de Portonovo. Casi llego a escuchar el sonido de las olas batir sobre las rocas de la ermita cercana cuando tengo otra visión: soy yo con un bañador super ceñido de lycra, toalla al hombro –sin pelos- gorro de baño y chanclas Speedo entrando a la pileta cubierta del club al que me tuve que inscribir años atrás por trabajar allí mi excuñado. Con un simple 41 de pie, un abdomen tipo magdalena en lugar de tableta de chocolate y sin tatuaje alguno que lucir ¿Podré tirarme a bomba sin pasar por la ducha antes?

Desde pequeño nado con los ojos cerrados por aquello de la irritación de los ojos, ya que del carácter se encargó el proceso de divorcio y la úlcera de duodeno que convive conmigo desde entonces. ¿Cómo mantener la línea recta? ¿No chocaré con las corcheras que delimitan las calles? La dirección es de nuevo mi problema. Lo fue al intentar sacarme por primera vez el carné de conducir –y si no que se lo pregunten al invidente al que arrollé su quiosco cuando la Once no llegaba a diez-; al elegir el viaje de novios –al confundir Santo Domingo del Caribe con Santo Domingo de la Calzada- o cuando remití mi carta de dimisión a SSMM los Reyes Magos en lugar de a mi anterior empresa SM Att. Reyes Majó (directora de RRHH)-.

¿Y si en lugar de nadar me compro un acuario?

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