Econopatías

Fútbol y economía: monopolios por doquier

Florentino Pérez
Fútbol y economía: monopolios por doquier.
Europa Press

El fútbol y la economía están entre mis grandes pasiones, se entiendan estas como padecimientos, preferencias, apetitos o perturbaciones. Ambas actividades comparten muchas cosas en común. Y no me estoy refiriendo a la queja habitual de que el “fútbol verdadero” (en el sentido romántico) haya desaparecido y que ahora sea una actividad mercantil disfrazada de deporte. Lo que quiero decir es que muchos de los conceptos e instrumentos que se utilizan en el análisis económico son útiles para entender lo que ocurre en el mundo del fútbol, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Incluso existe una rama de la economía, la 'economía del deporte', que se dedica a estudiar formalmente estas cuestiones.

Lo que ha sucedido con la propuesta de 'Superliga' europea proporciona una muy buena oportunidad de análisis. Básicamente, se trata de una lucha entre monopolios: futbolistas/entrenadores, clubs de fútbol y federaciones/asociaciones deportivas.

Al contrario de lo que muchos han apuntado para oponerse a la propuesta, un club de fútbol no es una empresa que maximiza beneficios. Por el contrario, es una comunidad de sentimientos cuyo objetivo es aumentar la utilidad de sus socios y seguidores mediante la consecución (o no) de éxitos deportivos. Cada club de fútbol es un monopolio que ofrece experiencias (satisfactorias e insatisfactorias) y sentimientos (positivos y negativos) a los aficionados en función de cómo estos se relacionen con dicho club. Y, así, el poder de monopolio de cada club se mide por los seguidores (y anti-seguidores) que es capaz de conseguir. Que la motivación económica es secundaria ha quedado demostrado a lo largo de los años por toda la regulación (avales, 'fair play' financiero, etc.) que ha sido necesaria para que sus dirigentes internalizaran las restricciones presupuestarias.

Para su función de producción los clubs de fútbol necesitan dos recursos que también provienen de fuentes en situaciones de privilegio: el talento de futbolistas/ entrenadores y competiciones deportivas interesantes que canalicen las pasiones de los aficionados. Para la obtención de ambos se enfrentan a sendos monopolios. Por un lado, cada futbolista/entrenador en sí mismo es un producto diferenciado y los que están en condiciones de aspirar a conseguir éxitos deportivos importantes son muy escasos. La competencia por ellos, alimentada por los ingresos adicionales que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han aflorado, resultó en una inflación desbocada de sueldos y salarios que parecía no tener fin hasta que ha llegado la crisis de la Covid-19 y los ingresos se han desplomado. Que sean los clubes de mayores presupuestos los que se encuentran en peor situación financiera no es pues de extrañar, dado que han sido los que más han sufrido la inflación de costes por el monopolio de futbolistas/entrenadores talentosos.

Por otra parte, en lo que respecta a la organización de competiciones deportivas, los clubs de fútbol son proveedores de federaciones y asociaciones nacionales e internacionales que también disfrutan de una posición privilegiada, en este caso de monopsonio (únicos compradores del producto en cuestión). Como mecanismo de coordinación de los intereses de los clubs de fútbol deberían favorecer iniciativas que aumentaran la competencia entre ellos, repartiendo de manera más equitativa y solidaria las rentas que generan los clubs más grandes y poderosos. Como reguladores de las competiciones deportivas, deberían trabajar por aumentar el interés por el fútbol entre aficionados (actuales y potenciales) y por facilitar que lleguen a los clubs los recursos que estos necesitan para producir.

Aunque federaciones y asociaciones nacionales e internacionales supuestamente representan los intereses de los clubs, estas organizaciones a lo largo de la historia han dado muestras de que entre sus objetivos no figuran exclusivamente “el amor por el deporte” y el servicio a los clubs, ni como coordinadores ni como reguladores de la competición. Como toda institución que disfruta de una posición de privilegio, al final se han acabado orientando hacia la generación de rentas para uso y disfrute de dirigentes y sus amigos magnates de televisiones y plataformas digitales.

Así, los clubs de fútbol se encuentran emparedados entre futbolistas/entrenadores monopolistas que no quieren renunciar a sus rentas de monopolio y asociaciones deportivas que se quedan con una parte importante de las rentas que ellos como productores de sentimientos generan. Una situación que ya era insostenible ha estallado con la crisis de la Covid 19. Y no parece que vaya a mejorar cuando esta crisis desaparezca, dada la tendencia decreciente en la generación de recursos causada por la excesiva proliferación de competiciones deportivas, para mayor prestancia y beneficio de federaciones y asociaciones.

En definitiva, cuando unos dicen que el “fútbol se muere” y otros claman por “respetar las tradiciones y el romanticismo”, lo que están haciendo es construir trincheras desde las que defender sus rentas de monopolio. Que ahora la propuesta de 'Superliga' europea vaya a fracasar por la renuncia de los clubs ingleses no es sorprendente, dado que son estos los que más rentas disfrutan en sus competiciones nacionales por el mayor potencial económico que consiguen de sus aficionados a través de los derechos de televisión. Su resurgimiento en las competiciones internacionales y su previsible dominio en el futuro tampoco debería sorprender. Lo que sí sería una sorpresa mayúscula es que, después de lo sucedido estos días, el ganador de la edición actual de la UEFA Champions League fuera el único equipo español que sigue compitiendo en ella, aun cuando continúe haciendo méritos suficientes para ganarla.

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