Econopatías

Paroxismo con las estadísticas económicas y la medición de la recuperación

La ansiedad con la que se reciben los datos del PIB por los medios de comunicación y la opinión pública contrasta con el escepticismo de algunos políticos y economistas académicos.

Sánchez Calviño Díaz sesión control Congreso Diputados
Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz en el Congreso. 
EFE

Cada mes con la publicación de los datos de inflación y cada trimestre con los de empleo de la EPA y de PIB de Contabilidad Nacional abundan las noticias que interpretan esos datos y avanzan opiniones y análisis sobre el estado de la economía. De un tiempo a esta parte, con la polarización política y con la comprensible ansiedad por la recuperación tras la pandemia, esos datos económicos se reciben con un paroxismo inusitado, que a finales de semana pasada alcanzó su punto álgido. Tras la revisión (muy a la baja) del crecimiento del PIB del segundo trimestre de 2021 y con la subida de los precios de la energía y de algunos suministros, se esperaban nuevos datos que aclararan el curso de la recuperación.

Los datos no fueron del todo buenos. Parecen indicar que la tan anticipada Gran Recuperación está mutando en un simple “rebote de gato muerto” (por utilizar la terminología que en los mercados financieros se refiere a las subidas temporales y de corta duración tras un episodio de fuertes caídas). El crecimiento del IPC alcanzó el 5,5% interanual, lo que sugiere que hay presiones inflacionistas de mayor intensidad y más duraderas que ponen en riesgo el crecimiento futuro de la demanda por dos vías, menor consumo privado y adelanto de la subida de tipos de interés por los bancos centrales. Los datos de empleo fueron relativamente buenos con la cifra de ocupados superando los 20 millones (si bien con un 19% de ellos que no trabajaron frente a un 15,8% en el tercer trimestre de 2019) y con la correspondiente tasa de empleo (la ratio entre ocupados y población de 16 a 64 años) todavía por debajo del 60%. Los datos del PIB (crecimiento trimestral del 2% e interanual del 2,7%), tras la mencionada revisión a la baja del trimestre anterior, son decepcionantes. Dada esa cifra, la composición del crecimiento de la demanda (con el consumo privado en tasas negativas) y los indicadores de oferta (costes laborales unitarios creciendo muy por encima de los precios y, por tanto, con márgenes de beneficios empresariales comprimidos) es muy probable que el crecimiento anual del PIB en 2021 no alcance el 5%, cifra muy inferior a las previsiones oficiales (y no oficiales) de hace unos pocos meses.

La ansiedad con la que se reciben los datos del PIB por los medios de comunicación y la opinión pública contrasta con el escepticismo de algunos políticos y economistas académicos que señalan que el PIB es indicador muy pobre del progreso económico. También la semana pasada (antes de la publicación de los datos de Contabilidad Nacional) tuvo lugar una conferencia organizada por la Vicepresidencia de Asuntos Económicos y Transformación Digital en la que se discutió como enriquecer el análisis de la recuperación económica en marcha, en particular, y del progreso económico, en general, teniendo en cuenta todos aquellos fenómenos económicos y sociales que el PIB no mide. Entre ellos están los cambios (a mejor o a peor) de la distribución de la renta, el impacto medio ambiental del crecimiento económico, los avances en la provisión de bienes públicos, tales como salud y educación, y otras fuentes de riqueza que no solo las rentas que se incluyen en el cálculo del PIB. O sea, en palabras de Robert Kennedy, todo aquello que hace que la vida merezca ser vivida.

La preocupación por estos objetivos sociales está creciendo y cada vez hay más voces que reclaman que tengan un mayor peso en las decisiones políticas y en los debates públicos. Sin embargo, que muchas de estas voces se basen en una desacreditación del PIB como indicador económico es un grave error. En primer lugar, el PIB está diseñado para medir el nivel de actividad económica y, por tanto, las rentas del trabajo y los beneficios empresariales que se están generando a lo largo de un determinado periodo de tiempo. No pretende ser un indicador global de progreso económico que resuma todos los avances en el bienestar. El debate académico sobre lo que es el PIB, lo que mide y lo que no mide está zanjado desde hace mucho tiempo, y si el PIB se utiliza mal en los debates políticos o se comunica mal a la opinión pública es solo porque algunos pretenden que sirva para lo que no fue diseñado. En segundo lugar, el PIB per cápita está muy positivamente correlacionado con otros indicadores de bienestar social, tales como esperanza de vida o nivel de educación de la población (y razones para la causalidad en ambos sentidos abundan). Aunque esto no signifique que esos otros indicadores no sean relevantes y útiles, muchos de los índices de desarrollo humano que combinan varios indicadores de este tipo acaban produciendo rankings de “progreso económico” similares a los que se derivan simplemente del PIB per cápita.

No obstante, resulta algo frustrante el estatus dominante que tiene el PIB como indicador de la situación económica. Sería positivo que con la misma frecuencia y regularidad los institutos estadísticos nos ofrecieran cifras sobre “los aspectos que hacen que la vida merezca ser vivida y que no están en el PIB”. Pero para ello se enfrentan a tres tipos de dificultades. La primera es que no es fácil resumir en indicadores simples e inteligibles por la población todo el espectro de factores que influyen sobre la distribución de la renta y de la riqueza, el capital medio ambiental y el capital humano. La segunda es que, aunque dispusiéramos de esos indicadores, al referirse a fenómenos estructurales, sus variaciones en el tiempo serían menores por lo que su comunicación es menos propicia para recibir una atención prioritaria por la opinión pública. Finalmente, reducir el peso mediático del PIB no será fácil mientras que este indicador siga ofreciendo juego para ser instrumentalizado, la mayoría de las veces de manera torticera, en batallas políticas.

A superar estas dificultades deben contribuir los economistas académicos con más y mejor divulgación de los conceptos económicos, pero no depende solo de ellos. Políticos y medios de comunicación deberían ser más responsables en el uso de los indicadores de la actividad económica y ampliar el campo de su atención para incluir otros que también son relevantes para medir el progreso económico.

Mostrar comentarios