La rosa catalana y el sapo madrileño

  • El papel del sapo y la rosa en una curiosa fábula para ver otro enfoque del problema catalán.

La Catedral traslada su pésame a la familia de la peregrina que desapareció en Astorga y celebrará una misa por ella
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Había una rosa catalana ufana de su belleza. De todas las flores del jardín se consideraba la más bonita. Sus pétalos de color rojo intenso destacaban entre el verde vegetal. Muchos visitantes la admiraban y comentaban sus virtudes: era trabajadora y lozana, sus sépalos bien cuidados y su tallo esbelto, algunas de sus hojas tenían la imagen de una gran ciudad y dentro de ella se veían extraordinarios edificios como la iglesia de la Sagrada Familia, hecha con su propio esfuerzo magnánimo y generoso.Pero la rosa no estaba contenta. Aunque oía los halagos de los que por su lado pasaban quería más, quería que la acariciasen, que la mimasen con las manos, se puso furiosa ¿Cómo era posible que no se acercasen más? Eso era un ultraje a su belleza. No podía ser. Entonces, se puso a investigar sobre las causas de lo que creía que era su fracaso.En su análisis descubrió que en su base habitaba un feo sapo madrileño, que aunque llevaba una graciosa gorra no podía ocultar su piel rugosa y sus ojos saltones ¡Ah! La rosa catalana pensó: este feo batracio es la causa de que mi belleza no despliegue todo su esplendor. Dirigiéndose al sapo le dijo: ¡vete que desluces mi atractivo!El sapo, que estaba enamorado de la rosa (como siempre lo estuvo Madrid de Barcelona), se puso triste. Pero por no molestar a su amada se marchó. Estuvo un tiempo en una charca cercana con otros de su especie y tuvo numerosa descendencia.Un día, al cabo de unos meses, volvió a ver a su rosa preferida. Al acercarse se llevó una sorpresa. La rosa estaba ajada, sus sépalos carcomidos y sus pétalos marchitos. Su figura, otrora esbelta, estaba caída y deslavazada con sus hojas secas y partidas. El sapo, con lágrimas en los ojos se le acercó y preguntó: ¿Qué te pasó? ¡Ay! Respondió la rosa: cuando te fuiste los pulgones y las hormigas dieron pasto de mí y mira el lamentable estado en que me encuentro. Ya - comentó el sapo - eso era lo que yo hacía. Mientras tu estabas ensimismada en tu belleza yo comía a los insectos que intentaban subir por tu tallo, por eso no los notabas.Dicen las crónicas que, desde entonces, la rosa catalana y el sapo madrileño permanecieron juntos. Ambos llegaron a tener una gran imagen, y fueron durante mucho tiempo la atracción del jardín. El sapo se comía los insectos y la rosa daba color al lugar.... Aunque, de vez en cuando, la rosa tenía tentaciones de volver a estar sola, el recuerdo de la simbiosis de los buenos tiempos le hacía recapacitar.

La moraleja oriental es: nunca te olvides de que cerca de ti, quizás ignorado y, a veces, despreciado, hay alguien que te ayuda, aunque tu no lo veas, ni lo valores. Los sapos son necesarios en la cadena ecológica y ayudan a mantener la belleza de las rosas.

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