OPINION

EEUU: esconderse tras muros y aranceles, ¿la mejor estrategia?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. EFE
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. EFE

EEUU ha declarado la guerra a China. Guerra comercial, le dicen, pero guerra, al fin y al cabo. Guerra posmoderna en la que, por ahora, en vez de tanques se usan aranceles y en vez de ejércitos, trabas aduaneras. Y no, no se trata de un calentón de Trump ni una de sus ocurrencias tuiteras. La guerra ha venido para quedarse, gobiernen demócratas o republicanos. ¿Por qué? Pues por una razón muy simple: China está conquistando la supremacía mundial y, de seguir las cosas así, en muy poco tiempo superaría a EEUU en todos los aspectos, el tecnológico incluido. Y, claro, los americanos parecen dispuestos a vender cara su piel.

'Think Tanks', universidades americanas, ensayistas y lobbies de tipo  diverso llevaban tiempo advirtiendo de este “sorpasso” global, reclamando que algo se hiciera. Y, lo que al final se ha hecho, lo estamos contemplando cada día delante de nuestras propias narices. El gran espectáculo, el ajedrez infernal de la geopolítica global, se libra ante todos nosotros. Un día se anuncian aranceles del 25% y la bolsa se derrumba, otro día se prohíbe a Huawei operar en EEUU y, ahora, Google anuncia que dejará de trabajar con el coloso tecnológico chino. Episodios importantes todos ellos que evidencian la guerra, antes soterrada, ahora abierta, que libran los dos gigantes mundiales.

Los europeos, que mandamos en el mundo desde el siglo XV hasta el XX, languidecemos entre indecisiones y melancolías. Rusia, a pesar del chute de Putin, no llega, ni por asomo, a las dimensiones de los dos contendientes, dispuestos a luchar por el liderazgo mundial. China, a un lado del ring, EEUU, al otro, y nosotros, en medio, con riesgo cierto de recibir mamporros de ambos lados.

Veamos cómo se está configurando esta política de bloques, remembranza de aquella de la Guerra Fría que tan bien glosara John Le Carré con sus espías románticos y alcoholizados. Es bien sabido que los vecinos suelen desconfiar entre sí. Por eso, Japón nunca terminará de fiarse de China y siempre preferirá a los americanos, al igual que Rusia, temerosa del tigre que puede devorarle su costado. Sin embargo, los europeos, que hasta ahora hemos sido la quintaesencia de Occidente, parecemos dudar. Algunos países europeos ya han optado por el 5G de Huawei, más avanzado, moderno y barato que cualquiera de su competencia, pero que supone una auténtica afrenta para los americanos, que lo han condenado bajo el cargo de espiar para el gobierno chino. Quién sabe. El caso es que una incómoda desazón recorre las cancillerías y los centros económicos de los países europeos. ¿Qué hacer? Por una parte, nos molesta el aire de matonismo que adopta Trump, con sus continuas amenazas y reales aranceles a las producciones europeas. Por otra, aún tememos más a los chinos, de los que no sabemos casi nada. Y así estamos, divididos como siempre y deshojando la margarita de nuestra indecisión. Y claro, así no resultamos de fiar ni para los unos ni para los otros, relegados a convertirnos en mero escenario para sus juegos de guerra y en mercado apetitoso para sus tecnologías y compañías.

Y mientras nosotros languidecemos dulcemente, el mundo se agita ante las fuerzas tectónicas que la aprisionan. La guerra ha comenzado y la supremacía mundial está en juego. ¿Quién ganará? No lo sabemos. Nosotros, por si las moscas, debemos apostar por los nuestros, por los occidentales, con los americanos a la cabeza, si es que eso sirve de algo ya, a estas alturas. Pero desde nuestro atlantismo, debemos preguntarnos. ¿Ha escogido Trump la mejor de las estrategias? Ibn Jaldún ya dictaminó hace casi mil años que los ciclos de la historia se repiten y que los bárbaros, con vigor y ambición, siempre terminan conquistando a los imperios acomodaticios y decadentes. EEUU se rodea ahora de murallas de alambre, con el sur, y arancelarias con el resto del mundo. A corto plazo puede darle resultado, pero, ¿y a medio y largo plazo? La experiencia histórica nos demuestra que quién se escondió detrás de los muros, siempre terminó perdiendo. Los que creemos en la competencia y libre mercado debemos actuar en consecuencia. El problema no es que Huawei tenga el 5G y que espíe para el gobierno chino, el problema fundamental es otro: ¿cómo han podido las prodigiosas compañías americanas haber perdido el paso con las novísimas tecnológicas chinas? Ahí radica la cuestión. China comienza a demostrar que adelanta a EEUU en tecnología y eso si que significaría el principio del fin.

Cerrar fronteras, vetar compañías, prohibir mercados, castigar a quién trabaje con la competencia, son síntomas de una estrategia temerosa y arriesgada en la que, más allá del resultado, se comienza perdiendo la propia coherencia. Hasta ahora fuimos los occidentales los que predicamos –afortunadamente– aquello de las fronteras abiertas. No la cerremos ahora por cobardía, porque, lo que demostramos, en verdad, es nuestra incapacidad de combatir a campo abierto.

Los optimistas afirman que las propias incoherencias del sistema chino, comunista en lo político, capitalista en lo económico, terminará por hacer saltar por los aires lo que ahora parece un imbatible triunfador. Quién sabe. Otros, argumentan que la propia sociedad y los sindicatos avanzarán y que abandonarán la fórmula 996 –trabajo de nueve de la mañana a nueve de la noche seis días a la semana– que hasta ahora impulsa su competitividad con la fuerza de un cohete. Pudiera ser. Pero el caso es que, hoy por hoy, vemos asustado a nuestro campeón y sufrimos cuando eleva muros para aislarse de un mundo que, desde hace décadas, lo admiró e imitó. En fin, que ya veremos lo que ocurre desde nuestra peligrosa poltrona de espectadores pasivos y resignados.

Mostrar comentarios