OPINION

El Estrecho de Gibraltar, madre de la Historia

Fotografía inmigrantes Ceuta entrada salto masivo valla julio 2018
Fotografía inmigrantes Ceuta entrada salto masivo valla julio 2018
EFE

Muro o puente, según se mire, el Estrecho de Gibraltar ha unido y separado, por igual, a África de Europa a Europa de África. Enmarcado por las columnas de Hércules, el héroe fundador, el Estrecho es uno de los puntos neurálgicos del planeta. Al norte, Europa; al sur, África; al oeste, el Atlántico; al este, el Mediterráneo. Cruce de rutas, de caminos, de esperanzas, de miedos y de sueños, ha sido testigo de migraciones pacíficas y de expediciones militares desde la antigüedad, unas veces hacia el sur, otras hacia el norte. La geografía lo situó en el epicentro de la geopolítica mundial, como bien queda acreditado por las huellas de la historia. Y, hoy, en pleno siglo XXI, las pateras certifican su protagonismo y su empeño en dejar huella indeleble en la historia. África envía a sus hijos en busca de un porvenir que no les ofrece en tierra propia. Europa, desbordada, no sabe cómo gestionar este fenómeno sin renunciar a sus principios fundacionales. Muchos, en silencio, temen una invasión que desvirtúe la esencia europea. Otros, atienden al drama humano que se advierte en los ojos angustiados de quienes acaban de ser rescatados de una embarcación a la deriva. A todos afecta, a nadie deja indiferente.

Desde finales del XIX hasta mediados del XX, fuimos los europeos los que emigramos hacia África, cebando el proceso colonizador. Desde hace unas décadas hacia acá, son los africanos los que emigran hacia Europa en busca de un porvenir negado en su sociedad. Y a lo largo de este periodo, la balanza de población se ha invertido. Si hasta hace pocas décadas éramos más los europeos que los africanos, hoy casi nos triplican. África sostiene una población que ronda en la actualidad los 1.300 millones de habitantes, con un índice de fertilidad de más de 4 hijos por mujer, lo que apunta a que, en 2050, su población total superará los 2.500 millones de habitantes mientras que la europea permanecerá estancada. Es cierto que los pronósticos a medio plazo siempre resultan arriesgados y venturosos, pero, con los datos de hoy, son las cifras que nos ofrecen los demógrafos y debemos tenerlas bien en cuenta. Hemos podido leer estas semanas algunos artículos de prensa bajo el titular de

“La bomba demográfica africana”. Aunque los índices de natalidad se reducen, la severa disminución de la mortalidad infantil impulsa el rápido crecimiento de la población africana. Sea cual fuere su denominación, la diferencia demográfica y de renta entre norte y sur compone una mezcla explosiva que impulsará los flujos migratorios de manera acelerada. No podemos mirar hacia otro lado, esperando que el temporal amaine, porque, desgraciadamente, esta tormenta ha venido para quedarse.

Son miles y miles los jóvenes africanos que ahorran durante años para venir, empeñando a sus familiares en aventuras de resultado incierto. Esperan encontrar un futuro mejor y están dispuestos a correr el riesgo personal y financiero de intentarlo. Saben que entrar legalmente en Europa resulta hoy en día tarea casi imposible, por lo que deciden hacerlo de manera ilegal. Si lo consiguen, conseguirán un futuro para ellos y para sus familiares que quedaron en casa, a espera de las remesas mensuales, suculentas y promisorias.

Decíamos que Europa, consternada, no sabe gestionar el fenómeno. ¿Nos cerramos tras muros infranqueables? Imposible. ¿Los dejamos morir en alta mar? Sería una monstruosidad. ¿Abrimos las puertas? Sería gravemente irresponsable. ¿Qué hacer entonces? Pues mientras deshojamos la margarita, cada país hace la guerra por su cuenta. Así, Italia cierra sus puertos y España, con la foto del Aquarius, envía mensajes de bienvenida. A todos nos desborda un fenómeno que no ha hecho sino comenzar. Los populistas arrecian con mensajes xenófobos que cada día escuchan más europeos temerosos.

¿Qué hacer, nos volvemos a preguntar? Pues no resultará nada fácil gestionar esta realidad, mientras la diferencia de renta sea tan acusada entre norte y sur. ¿Cómo acercarlas, entonces? La cooperación internacional está muy bien, pero como medida coyuntural, nunca como solución estructural. Ayudemos mientras nos necesiten, pero el ideal es que estas sociedades puedan valerse por sí mismas, como ya lo consiguieron otras que presentaban idénticos indicadores de pobreza e ineficiencia económica. Hasta la década de los setenta del pasado siglo, Asia se comparaba con África en materia de desarrollo. Malnutrición, mortandad, hambrunas eran recurrentes en ambas geografías. El proceso de globalización que comenzó en los ochenta ha sentado bien a los países en vías de desarrollo, en especial a los asiáticos, que se han convertido en los actuales dragones económicos. De hecho, el Asia del Pacífico, se convertirá en la zona con mayor peso económico del planeta. Si Asia lo está consiguiendo, ¿por qué no puede hacerlo África?

Sólo con ayudas y apoyos no se logrará que la economía africana despegue. Le corresponde a su sociedad – algunas ya lo hacen con éxito-apostar por la educación, la democracia, la empresa, la innovación, el desarrollo. Y pueden conseguirlo. Ninguna maldición bíblica pesa sobre las sociedades africanas condenándolas al subdesarrollo. Pueden y deben avanzar y mejorar, al igual que lo consiguieron otras regiones del planeta que partieron desde la misma línea de salida. Ya hemos aprendido la lección, el desarrollo de un país no se fundamenta en sus recursos naturales, sino en el talento, la creatividad y el esfuerzo de sus gentes. A esa tarea, Occidente debe ayudar y acompañar, tanto por los nobles principios de la solidaridad como por el propio interés de disminuir una presión migratoria que excede en mucho nuestra capacidad de acogida y que exacerba populismos de todo tipo.

Con el balance demográfico negativo de muchos países europeos, como España, con más muertes que nacimientos, a nadie debe extrañar el que - o porque los necesitemos o porque acudan cómo puedan al calor de la esperanza - el porcentaje de población extranjera crezca con vigor estos próximos años. Ya sabemos que el sentido de las migraciones viene determinado por la densidad de población y el gradiente económico. En la España de principios del milenio, la población inmigrante creció con rapidez, para descender con la crisis económica. Los inmigrantes vienen a trabajar y si no encuentran empleo se mudan a otros lugares con mejores posibilidades. Ahora que la economía florece, los inmigrantes retornan. Y España, además, como puerta de Europa, recibirá tanto a los que deseen trabajar aquí como a los que pretendan conseguirlo en cualquier otro punto de la Unión Europea. Siempre tendremos a muchos llamando a nuestras puertas.

África puede y debe desarrollarse. Y las guerras comerciales, el cierre de fronteras, los aranceles y las trabas al comercio internacional, son una pésima noticia para ello. A medida que la economía se fue haciendo global, la deslocalización industrial favoreció a los países menos desarrollados. El proteccionismo castiga en primera instancia a los países pobres para condenar a la larga a los propios ciudadanos a los que se dice proteger. Las naciones se demuestran pequeñas e impotentes para gestionar los grandes flujos migratorios que se otean en el horizonte. Sólo desde una dimensión europea, con apoyo de las grandes instituciones internacionales se podrá arbitrar políticas de medio y largo plazo para encauzarlas y contenerlas.

Y mientras tanto, el Estrecho de Gibraltar, se empeña en situarse en el centro de la Historia. Madre de la Historia que fue; madre de la Historia, quizás inevitable, por venir.

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