OPINION

El terremoto que ningún sismógrafo previó y hará temblar a toda España

Susana Díaz acude a votar en las elecciones del 2 de diciembre
Susana Díaz acude a votar en las elecciones del 2 de diciembre
EUROPA PRESS (JESÚS PRIETO)

Andalucía determina, de alguna manera, la política de España. Y, en este caso, tampoco ha defraudado. Algo profundo, una fuerza telúrica subterránea e imprevisible, ha triturado el equilibrio y la tradición política andaluza. Ningún sismógrafo anticipó su intensidad ni su sentido, que amenaza con sacudir a España entera. Se esperaba que el PSOE bajaría, pero no tanto. Su desplome ha sido de órdago, inimaginable. Se esperaba, asimismo, que el PP bajara más o menos lo que ha bajado, pero dado que temió unos resultados aún peores, respira aliviado con el premio de consolación de estar por encima de Ciudadanos. Un mal resultado para el PP que, paradójicamente, podría llevar a Moreno Bonilla a la presidencia de la Junta si la carambola del álgebra parlamentaria se lo permitiera. Cs dobla su escaños, un excelente resultado, pero que les deja con un ligero poso de amargura en sus adentros porque llegó a soñar con un resultado aún mejor.

Las encuestas se equivocaron por completo con Adelante Andalucía, que, sorprendentemente, ha empeorado el resultado que obtuvieran Podemos e Izquierda Unida en las anteriores elecciones andaluzas. Ni en su peor pesadilla se esperaban un resultado tan malo. Tendrán que hacérselo mirar porque, hoy por hoy, levantan poco entusiasmo en una Andalucía que tradicionalmente fue de izquierdas. Pero, la gran sorpresa, lo realmente inesperado, ha sido la fuerte irrupción de Vox, que ha venido para quedarse tanto en la política andaluza como en la española. Vox, visto lo visto, es hijo de los tiempos y de las políticas de Sánchez, que favoreció su crecimiento con el abono de sus desvaríos.

Con estos resultados, ¿qué pasará en Andalucía? Descartado pacto alguno en torno al PSOE, sólo quedan tres alternativas. La natural, que sería un gobierno conformado por los votos de PP, Cs y Vox, que gozaría de una amplia mayoría. Sobre cada uno de estos partidos pesará la responsabilidad del pacto. El que de ellos se negara a facilitar la alternancia sufriría un duro castigo electoral ya que muchos no entenderían que se desaprovechara la ocasión de la alternancia. Veremos cómo se la componen, pero deberían conseguirla.

En caso de que no fueran capaces de pactar, surgiría de manera automática la segunda de las alternativas, la repetición de elecciones, siempre de resultado incierto. La tercera opción, posible pero muy improbable, sería la de un acuerdo PSOE, PP y C,s, como ya ha pedido Rivera. Le toca a Cs sudar la camiseta en su decisión. Si no entra en el gobierno con la presencia directa o indirecta de Vox se le acusará de cómplice del PSOE y si pacta con la fuerza emergente su centrismo será puesto en cuestión. Ya veremos cómo deshojan la margarita, porque en sus manos, sobre todo, estará el desenlace de la jugada. La alternancia sería buena y sana para Andalucía, aunque tampoco esperamos demasiado de ella. El artefacto de la Junta es ya demasiado grande y pesado para que se le pueda cambiar de rumbo con facilidad.

Pero, al menos para mí, la gran sorpresa no ha sido tanto los excelentes resultados de Vox, que también lo han sido, sino el gran retroceso en porcentaje de votos y de escaños del espacio de izquierdas. Nunca su suma había resultado tan baja. ¿Por qué este castigo de sus votantes tradicionales? Para que el resultado haya sido el que es, se han tenido que conjuntar, necesariamente, dos factores. Por una parte, la abstención, que habitualmente golpea más a las fuerzas de izquierdas, pero, por otra, el necesario traspaso de votos a Vox o a Cs. Ya vendrán los analistas a desmenuzar esta conclusión en caliente, pero ese trasvase, como las meigas galegas, haberlo haylo.

¿Y por qué el votante de izquierdas ha castigado al PSOE y a Podemos? Pues, sin duda alguna, como reacción a las políticas que están llevando a cabo desde el gobierno de España, sobre todo por su pasteleo indecente con los independentistas sediciosos, que tanta irritación produce en las personas que siguen creyendo en la democracia constitucional. Pero así es la vida. Susana, quizás, tendrá que irse como la gran perdedora, cuando el derrotado debería ser Sánchez. El enorme destrozo electoral que han sufrido los socialistas andaluces, tras casi cuarenta años de gobierno, no es responsabilidad exclusiva, ni siquiera principal, de Susana, sino de los dislates de un sanchismo galopante que ha terminado irritando a propios y a extraños.

Sánchez accedió a la presidencia del gobierno tras una moción de censura, legal, pero con unos apoyos excesivamente arriesgados, como los de Podemos, y peligrosos, como los de los independentistas que desprecian a la ley, a la constitución y al derecho a decidir de quienes no pensamos como ellos. Sánchez está gobernando mal, francamente mal, como lo demuestra la crispación creciente del electorado, el desinfle de la economía y el empobrecimiento galopante de las clases medias y autónomos. Y ese mal gobierno ha recibido un severo aviso y castigo del electorado andaluz. Ya veremos si toma nota del mismo y rectifica en consecuencia.

Se vota a la contra. El malestar se canaliza contra los que gobiernan, y en este caso los que gobiernan, tanto en España como en Andalucía, son los socialistas. Por eso, los votantes los han castigado. La ira latente se ha canalizado, en parte, a través del florecimiento de los populismos, primero los de izquierdas y, ahora, los de derechas y siempre contra el gobierno de turno que, en este caso, además, los incentiva con su carrera desnortada de equivocación tras equivocación.

Sánchez debería convocar de inmediato elecciones generales. Andalucía ha mostrado el hartazgo existente con sus políticas. Debería disolver la Cortes y fijar fecha para las urnas ya. Pero no lo hará. O no lo hará todavía. La onda expansiva de las elecciones andaluzas le pilla muy cerca y su estela podría hundirle también. Esperará a ver cómo se resuelve el gobierno andaluz y cómo marcha el sudoku de sus presupuestos. Mala cosa para la estabilidad y seguridad de nuestra economía, en todo caso, pero Sánchez está a lo suyo y no cejará en el empeño de su reelección.

Hemos hablado mucho de España, lo que está bien, pero muy poco de Andalucía, lo que está fatal. Andalucía ha sido utilizada por los partidos como conejillo de indias, como matraz de laboratorio, para experimentar mensajes y formas de cara a las posibles elecciones generales del próximo año. Andalucía ha sido la gran ausente de la campaña de las andaluzas. El debate electoral, entre candidatos y programas, ha resultado pobre de solemnidad. Sin ideas nuevas para Andalucía, sin visiones reformadoras, sin proyectos que ilusionaran, que abrieran nuevas rutas. Sólo un estridente “quítate tú para ponerme yo” aliñado con los consabidos insultos tópicos, menos desabridos en esta campaña, es verdad, que en otras ocasiones anteriores. O sea, la nada. O el todo por venir, si así se quiere ver, porque esto es lo que tenemos y tendremos en estos tiempos de populismos de incierta deriva e inquietante recuerdo.

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