OPINION

La ética de datos, nueva filosofía para la era digital

Inteligencia Artificial, recurso
Inteligencia Artificial, recurso
SAP

La filosofía, desde siempre, persiguió resolver las grandes cuestiones que nos afectaron y afectan como humanidad. Por eso, siempre entroncó con otras ciencias que concretaron las respuestas en cada uno de los campos particulares. Y así fue hasta que el universo digital comenzó a abrirse ante el asombro del siglo. El algoritmo nos gobierna y más que lo hará a medida que nos adentremos en el continente digital, virgen e ignoto, que hollamos por vez primera. Los sistemas inteligentes, las bases de datos, los procesos automatizados, están detrás –o delante– de cada paso que damos. Los 'smartphones' son ya una extensión de nuestra mente, forma parte de nuestro sistema cognitivo. Si la filosofía quiere seguir abordando lo que nos afecta como especie, tendrá, necesariamente, que reflexionar en digital.

Y esta nueva realidad no es tan sólo fruto de una elucubración teórica, sino que ya ha aterrizado en el mundo de la empresa. Por ejemplo, los directivos consideran al experto en la "ética de datos" como una de posiciones de alta demanda para un futuro inmediato, según una interesante encuesta realizada por AEA Business School, la Asociación Española de Directores de RRHH y la CEOE, dirigida por Pilar Llácer. Ingeniero informático y experto en gestión de datos y 'big data' fueron las posiciones más demandadas en 2018, pero, curiosamente, para 2019 el profesional de ética de datos y privacidad, figura en los puestos de cabeza, justo detrás de los especialistas en 'blockchain'. Y es que el asunto de las normas de ética para los algoritmos de la Inteligencia Artificial no es tarea pequeña, ni fácil. Los desarrolladores informáticos y los gestores de datos deben diseñar sus desarrollos bajo unos mínimos éticos y valores compartidos que deberían enmarcar las decisiones y comportamientos digitales. Tan fácil de decir como difícil de conseguir. Pero, al menos, por intentarlo que no quede.

Ya nos llamó la atención, por ejemplo, los dilemas éticos que se le planteaban a los diseñadores del coche autónomo e inteligente. Si no tuviera más remedio que optar entre atropellar a un niño pequeño con su madre o a dos ancianos, ¿por cuál debería optar? Un caso entre la infinidad de dilemas que se plantearán en el día a día de las máquinas inteligentes. Las bases de datos lo sabrán todo –y decimos bien todo– de nosotros. Adónde vamos, con quién nos relacionamos, cuáles son nuestros gustos, nuestros vicios, nuestros ingresos, nuestros gastos. Todo de todos, vaya. ¿Cómo gestionar éticamente esa información?

Las consecuencias éticas de los avances científicos deben ser abordadas, por complejo y difícil que resulte. Una vez conocidas las causas, se deben ponderar los efectos y sus repercusiones morales. Por ejemplo, la radioactividad sirve para producir electricidad y para sanar tumores, pero, también, para devastar ciudades enteras. Los científicos, además de su deber de investigar y descubrir, asumen una responsabilidad ética sobre las consecuencias directas de su uso. Ahora estamos construyendo sistemas inteligentes con un poder destructor mil millones de veces superior que las bombas atómicas arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima. Veremos cómo embridar éticamente su potencia colosal y a ello debe aplicarse tanto la filosofía, en general, como la ética, en particular.

Una cosa es la ética y otra la moral. El filósofo Fernando Savater escribió que moral es el conjunto de comportamientos y normas que acepta un grupo como válidas. Por ejemplo, la moral católica o la hindú. La ética es algo más íntimo y a la vez universal. Lo que es moral para el grupo, puede no ser ético para la persona. Según Savater, la ética nace de la reflexión sobre el por qué consideramos válidos esos principios. La moral tiene esencia de norma, la ética de compromiso personal. Así, como afirmaba Asimov, nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien. ¿Dónde comenzará la ética y dónde finalizará la moral para algoritmos e inferencias digitales? No es cuestión fácil de responder. Los humanos, al fin y al cabo, tenemos nuestra propia capacidad reflexiva que nos permite diferenciar el bien del mal. Así, como decía Ortega y Gasset, con la moral corregimos los errores de nuestros instintos y, con el amor, los errores de nuestra moral. La máquina carece de sentimientos, ¿podríamos insuflarles entonces los fundamentos de derecho natural como marco básico de funcionamiento?

La filosofía, desde sus orígenes mismos, se ocupó de la ética. Así, desde la clásica 'Ética a Nicómaco', del gran Aristóteles, hasta la 'Ética para Amador' de Savater, numerosos han sido los tratados, ensayos, disquisiciones y postulados que pensadores y filósofos dedicaron al bien y al mal de nuestros actos y comportamientos. Pero, hasta ahora, el sujeto de la ética era la persona, a partir de ahora será, también, el algoritmo. ¿Podremos, de verdad, gobernarlo, ponerle límites? Por un tiempo sí, ya que serán todavía sistemas inteligentes, pero a la vez tontos, en cuanto precisan de la acción humana para recibir órdenes y marcar parámetros. Pronto ya no será así, al incrementarse paulatinamente su autonomía y autoconciencia. Y, si ya resulta difícil conseguir los comportamientos éticos entre los humanos, ya veremos como se lo imponemos a las crecientes inteligencias digitales. De hecho, una Inteligencia Artificial desatada, sin frenos morales de ningún tipo, es uno de los mayores riesgos que atenazan a la humanidad de nuestros días.

Hablamos y hablamos de ética, de 'compliance', de RSC. Pero, ¿hasta qué punto estos conceptos son simple palabros de moda, políticas-marketing o hasta qué punto se interiorizan para hacerse propias? Empresas que se dicen éticas y comprometidas, como Facebook, ya se han visto envueltas en el escándalo inmoral del uso de datos por parte de Cambridge Analitics. Todas proclaman su credo ético sin que ello signifique, necesariamente, que lo practiquen. Siempre hay que desconfiar de quienes proclaman su ética con golpes de pecho ante la parroquia, para hacerse notar. Normalmente, mientras más se habla y se jacta sobre ella, menos se practica. Hemos conocido, recientemente, un caso paradigmático de esta farisaica incongruencia. Francisco González, presidente de honor del BBVA, al mismo tiempo que contrataba los servicios de espionaje del ínclito Villarejo, sermoneaba sobre ética en sus intervenciones públicas y financiaba el libro 'Valores y ética para el siglo XXI'. En su interior aparecía el capítulo 'Ética en la empresa y las finanzas' que él mismo firmaba y en el que, entre otras cosas, aseguraba que la ética y los valores deberían constituir el núcleo de los valores corporativos. Y se quedaba tan tranquilo, satisfecho con su compromiso ético. Haz aquello que digo, pero no lo que hago, al modo tradicional de liderazgo fraudulento. Para el directivo sabio, no existen atajos en cuestiones de ética y su liderazgo debe basarse en su propia ejemplaridad.

Pero, ¿cómo llevar estas reflexiones al mundo robot? Pues eso, no es tarea de articulistas, sino de filósofos. Google y las grandes tecnológicas ya los están contratando a centenares. Pues que no tarden mucho en iluminarnos con sus frutos, porque el algoritmo ya anda suelto y no esperará a nadie. Tiempos apasionantes que nos ha tocado vivir.

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