OPINION

Las uvas de la ira y el salario mínimo

Imagen de la cola del paro / 20 Minutos (Jorge París)
Imagen de la cola del paro / 20 Minutos (Jorge París)

Las uvas de la ira, la obra maestra que John Steinbeck escribiera en 1939, narra las desventuras de la familia Joad, expulsada de sus tierras de Oklahoma, como otros tantos miles de familias, a causa de los estragos climáticos y de las ejecuciones bancarias. Desesperados, emigraron sin apenas recursos y en plena Depresión del 29 hasta California, en busca de trabajo en la recolección de frutas. Se iniciaba así una famélica avalancha de “okies”, agricultores arruinados, que acudieron en masa a una California que no podía acogerlos y donde fueron maltratados y explotados. Los salarios se subastaban a la baja, y siempre llegaba alguien más hambriento que aceptaba hacer el trabajo a cambio de un trozo de plan para alimentar a su familia, que se moría literalmente de hambre. La novela convulsionó a la sociedad de su época y puso sobre la mesa el drama vivido por cientos de miles de ciudadanos a los que la Crisis del 29 dejó a las mismas puertas del hambre. Pero también nos ilustra lo que puede ocurrir si en época de crisis económica y alto paro, no existieran bases mínimas de salarios para evitar que los sueldos se desplomen al nivel de mera subsistencia.

Los salarios mínimos contemplados primero en los convenios colectivos y después en las normativas de muchos países pusieron fin a esas suicidas subastas de salarios a la baja. El concepto de salario mínimo nació en el XIX en Australia y Nueva Zelanda, desde donde se iría extendiendo a otros muchos países. Gracias a esa acción combinada de convenios colectivos y salarios mínimos, el conseguir un trabajo, aunque fuera el base, significaba, en teoría, alcanzar el nivel mínimo para poder vivir con lo más básico.

Pero esa garantía se está quebrando en los últimos tiempos, en los que tener un trabajo ya no garantiza un mínimo de subsistencia. Leemos y comprobamos día a día como los salarios de un porcentaje de trabajadores –jóvenes y mayores de 50 sobre todo– no les da para vivir, convirtiéndose en pobres funcionales a pesar de disponer de un empleo. Este es un severo problema que muestra una falla grave en nuestro sistema que nos debe preocupar y ocupar.

¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo es posible que se disponga de un empleo y de prácticamente ninguna capacidad de consumo? Algunas voces entienden que la reforma laboral de 2012, al dar prevalencia a los convenios de empresa sobre los sectoriales abrió la puerta a los salarios bajos, rozando el SMI. Los economistas arguyen que la ley de oferta y la demanda también actúa sobre el mercado de trabajo, por lo que en momentos de alto paro se deprimen los salarios porque, como ocurriera en 'Las uvas de la ira', siempre existe alguien dispuesto a hacerlo por menos precio. Una tercera posibilidad para justificar la pobreza laboral es que el salario mínimo español era muy bajo y no garantizaba la subsistencia.

Probablemente, todas estas razones son ingredientes del guiso de la explicación, pero, faltaría las dos últimas y fundamentales. En España existen muchos salarios bajos porque, sobre todo, nuestra economía se basa en sectores de baja productividad, por un lado, y por la enorme convulsión que están suponiendo en nuestra estructura de empleo los gigantes tecnológicos. Y todo ello sin tener en cuenta el capítulo de gastos, sobre todo de vivienda, muy encarecida en las grandes ciudades.

Vayamos por partes. Es cierto que el SMI español estaba en la franja baja de los europeos, por lo que, a pesar de nuestro mayor desempleo, era recomendable subirlo. De hecho, ya se elevó un 8% en 2018 y sindicatos y empresarios tenían acordado una importante subida gradual, que hubiera alcanzado niveles razonables. Pero el acuerdo del gobierno con Podemos optó por una súbita subida de más del 22%, dejando en entredicho a los sindicatos y también a la patronal. La subida fue tan fuerte, inesperada y precipitada que tuvo como consecuencia inmediata la destrucción de empleo poco cualificado, como hemos podido comprobar en los datos de enero y febrero. El gobierno se equivocó al pactar con Podemos y obviar el acuerdo de los agentes sociales, que hubiese significado también una sensible subida del SMI, en la que todos estábamos de acuerdo, pero más acompasada y adaptada a la realidad de la empresa. EL SMI español, tras la subida de un 22% para 2019, se ha situado en 900 euros al mes por catorce pagas, o 1.050 por doce. Dado que en 2018 ya había subido un 8%, ningún otro país europeo lo ha subido tanto en tan poco tiempo, todo un riesgo para el país con el desempleo más alto.

Pero sigamos con nuestro análisis de los salarios mínimos. Al ascender el SMI a 1.050 euros mensuales, podremos convenir que permite unos mínimos de vida, por lo que ya no nos serviría como único argumento para explicar los salarios de pobreza. También tendríamos que analizar la partida de los gastos principales, sobre todo el de la vivienda, para comprender el fenómeno de la pobreza. Los alquileres suben con fuerza en las ciudades con mayor atractivo, para el empleo o para el turismo. Madrid, por ejemplo, ya está imposible para los salarios bajos y medios. Pero esto también comienza a ocurrir en otras ciudades europeas, que asisten, impotentes, a la escalada del coste de la vivienda. Sin embargo, y regresando a España, en otras zonas del país la vivienda apenas si sube, cuando no abiertamente baja. El despoblamiento de extensas zonas del país nos afecta de manera severa y esta migración interna tiene mucho que ver con la enorme concentración de actividad y empleo en algunas ciudades, sobre todo Madrid y en menor medida, Barcelona y algunas ciudades costeras del Mediterráneo. Dejemos el tema simplemente esbozado, sin ahondar en él, sólo para apuntar la idea básica, que la vivienda sube donde se concentra la actividad, mientras que se mantiene o desciende en el resto. 

Nuestra economía, basada en turismo, construcción y comercio presenta una baja productividad que imposibilita buenos salarios. Este es nuestro principal problema a largo plazo, sin que, a día de hoy, advirtamos mejoras en el horizonte. El mejor empleo y más dinámico se crea en las grandes empresas tecnológicas y España no ha sabido generar un ecosistema amable para ellas. Sólo ha sido capaz de engendrar un unicornio –startup tecnológica valorada en más de mil millones de dólares– hasta la fecha y ha sido Cabify, a la que no tratamos especialmente bien que digamos, expulsada de Barcelona y amenazada en Madrid. Mientras otros países desarrollan industrias de valor, nosotros seguimos anclados en sectores que sólo podrán subsistir si mantienen un nivel de salarios reducidos.

El no conseguir convertirnos en sede de grandes empresas tecnológicas nos perjudica en gran manera, ya que en las sedes centrales se concentran los altos salarios. Miremos por ejemplo a Amazon, que está destruyendo el comercio tradicional tal y cómo lo conocíamos. Los autónomos y empresarios que mantenían el comercio y que aspiraban a un buen vivir, sencillamente, han desaparecido, expulsados primero por las cadenas de tiendas y franquicias –ahora también en retroceso– pero, sobre todo, por Amazon, ese gigante que todo se lo come. ¿Qué empleo genera Amazon en España? Pues básicamente personal de almacén y de reparto, es decir empleos poco cualificados. Es en la sede global de la empresa donde se concentran los elevados –elevadísimos– salarios y donde se desempeñan los trabajos de alta cualificación, como tecnológicos, investigación, financieros, etc. España no es más que una sucursal para el gigante, que extrae recursos financieros para llevárselos hasta donde se ubica su sede central. Casi todos los países avanzados poseen grandes empresas de este tipo, nosotros, desgraciadamente, nos estamos quedando a la zaga, con honrosas excepciones, como, por ejemplo, Inditex.

Por tanto, los problemas básicos de los salarios de subsistencia que sufre una parte de nuestra sociedad se podrían resumir en el lado de los ingresos por sufrir una economía de baja productividad que sólo se puede mantener con salarios bajos, y por el lado del gasto, en una concentración de actividad en algunas ciudades que encarecen desmesuradamente el alquiler. Y las medidas que propone Podemos de limitar precios no harían sino encarecerlos, al restringir la oferta. Sólo se solucionará el problema con más oferta o con una mejor distribución de los centros de actividad económica a lo largo y ancho de la geografía española.

La brusca subida del SMI no logrará paliar el problema de los salarios de subsistencia mientras continúen las causas fundamentales – sectores poco productivos, concentración de actividad en pocas ciudades y ausencia de sedes de grandes empresas españolas de alto valor. Tenían razón los personajes de 'Las uvas de la ira' cuando clamaban por la dignidad de su salario. Luchemos entra todos por conseguirlo, pero no caigamos en la falacia de pensar que solo elevando el SMI lo conseguiremos.

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