OPINION

¿Nuevas Elecciones? Fracasos, riesgos y glorias del desconcierto patrio

El presidente en funciones, Pedro Sánchez, vota en el Congreso
El presidente en funciones, Pedro Sánchez, vota en el Congreso
EFE

Mientras el verano discurre, con sus guerras comerciales, viajes y calores, España continúa con un gobierno en funciones sin que, hasta la fecha, conozcamos el desenlace del sainete de su interinidad. La línea roja está definida para el próximo 23 de septiembre. Si entonces no hay gobierno, automáticamente se disolverían las Cámaras e iríamos a elecciones el próximo 10 de noviembre. Hasta ahí, el mandato constitucional. Pero, ¿es eso bueno, malo o mediopensionista? Pues depende. Mejor, desde luego, nuevas elecciones que un mal gobierno en estos momentos de delicado desinfle económico, turbulencias financieras internacionales y un independentismo todavía echado al monte. Pero, por otra parte, nuestra crónica incapacidad de lograr gobiernos de coalición estables evidencia una serie de fracasos generales y también parciales, que querríamos, someramente, repasar.

Primer fracaso: el de todos. Somos incapaces de negociar. El negociar conlleva ceder y el ceder, para nuestra cultura, significa perder, como bien afirmó en una entrevista Wilhelm Hofmeister, delegado en España de la Fundación Adenauer. ¿Por qué? Pues porque somos un pueblo de hidalgos idealistas y, por tanto, ideologizados. Nos importan más las apariencias ideológicas que el práctico pecunio. Por eso, a Vox le cuesta apoyar a PP y Cs y a Podemos hacerlo con el PSOE. Si lo hacen, sus votantes pensarán que se han prostituido, que han traicionado a las esencias. Nuestro idealismo congénito nos impulsa a situarnos en espacios ideológicos puros, prístinos, sin mancha ni mácula de contaminación de las ideas rivales. Y, claro, así no hay manera. Los negociadores bien sabemos por experiencia que con los ideales, valores y creencias ni se negocia ni se transige. Por eso, lo mejor es hablar de cosas concretas, de euros, de proyectos. Nuestros partidos –que, no lo olvidemos, nos reflejan– son incapaces de alcanzar grandes acuerdos por miedo al castigo del voto de sus bases. Que así somos España y yo, señora.

Segundo fracaso general: no votamos a quien amamos, sino contra quien odiamos. Seguimos instalados en una de las dos Españas machadianas que nos hielan el corazón. Con todos los matices que queramos aplicar, seguimos siendo o de derechas o de izquierdas y, ya se sabe, al enemigo ni agua. Por eso, nunca se logrará constituir aquí una gran coalición al modo de los países centroeuropeos, en el que el PP apoye al PSOE o viceversa. Ambas formaciones saben que deben representar el papel de eternos contendientes en un torneo en el que sólo caben vencedores y vencidos. Y mientras tanto, cada afición animando a su paladín y pidiendo, hasta la afonía, más leña al mono.

Tercer fracaso: el de Ciudadanos. Claramente, además. Pudo haberse consagrado como el partido de centro que precisábamos y que nunca tuvimos, de corte liberal no conservador, capaz de crear gobiernos estables con su apoyo a partidos de centroderecha o de centroizquierda. Este partido de centro, además de atemperar los excesos ideológicos en uno u otro sentido, rompería la secular dependencia con respecto a las fuerzas nacionalistas o independentistas que siempre sufrieron nuestros gobiernos, lo que hubiera significado una beneficiosa y radical novedad en nuestra dinámica política. ¿Por qué no lo ha hecho? Pues porque en la España machadiana, el centro siempre va a ser minoritario. Cs no quiso limitarse a cubrir ese hueco reducido y aspiró a ocupar todo el espacio de centroderecha, aprovechando los momentos de debilidad del nuevo PP. Se equivocaron. Ese partido lo perderán, toda vez que, para votar a la copia, se preferirá votar al original. Casado toma aire y ganará la lucha a Cs en el espacio de centroderecha. Si hubiera nuevas elecciones, Cs bajaría, una vez comprobada su relativa inutilidad para parte de su electorado.

Cuarto fracaso: el de un Podemos, que todo lo pudo ser, pero que parece empeñado en diluirse en la nada. Sus imposiciones destempladas, sus peticiones desmesuradas, hacen imposible cualquier acuerdo. Su anterior negativa a apoyar a Sánchez ya le supuso un varapalo electoral en la repetición de las elecciones. Y, ahora, de nuevo, interpreta una pieza de música similar. Visto lo visto, parte del PSOE está tentado a ir a nuevas elecciones, sabedores que Podemos continuaría debilitándose. Podemos es víctima del síndrome de pureza ideológica, exacerbado, seguramente, por la propia personalidad de su líder, que nada ayuda para estas cuestiones de pactos, cesiones y segundos planos. No le irá bien, en caso de repetición electoral.

Quinto fracaso: el de Vox, un partido ideologizado, que nace como reacción al independentismo bravucón y a las ideas de Podemos y compañía. Tras su fulgurante arranque en Andalucía, perdió fuelle en las generales y en la actualidad continúa perdiendo apoyos día a día, toda vez que muchos de sus votantes se preguntan por su utilidad, sobre todo tras las dificultades inexplicables puestas a los gobiernos de Murcia y Madrid. Vox precisa de los dislates de los independentistas y adláteres para sobrevivir y si vamos a nuevas elecciones perderán votos y escaños.

Sólo a PSOE y a PP -representantes del clásico bipartidismo que hoy muchos parecen añorar-, les podría ir bien, quién sabe, con unas nuevas elecciones. El PP no correría mayor riesgo, ya que parece que la previsible erosión de Cs y de Vox le favorecería en algo, aunque tampoco fuera para tirar cohetes, en todo caso. Sólo una abstención inesperada y masiva del voto izquierdista podría auparle, más por incomparecencia del rival que por méritos propios. En todo caso, el PP es el partido que menos riesgo corre en el caso de nos viéramos abocados a unas nuevas elecciones. Los problemas del PP siguen estando en su propio seno, encharcado en los mil y un casos de corrupción que le afectan y que, todavía, no se ha logrado quitar de encima. Estos muertos mal enterrados continuarán complicando la vida –con razón o sin ella– a sus lideres y candidatos, como Díaz Ayuso está experimentado en carne propia en estas vísperas de su investidura.

La decisión final de nuevas elecciones corresponde al PSOE. O mejor dicho, a Sánchez, su único líder verdadero. ¿Qué hará? Como no aguanta a Iglesias, por una parte, y además teme las consecuencias para nuestra economía de un gobierno con Podemos, está tentado de mantenerse en sus trece y decirle a Iglesias que o trágala o nuevas elecciones. En principio las encuestas le bendicen, pero, ¿quién le dice que un porcentaje de votos de izquierdas, bien sean socialistas o de Podemos, no le castigarán, directa o indirectamente, con su abstención? Por eso, deshoja temeroso la margarita de si elecciones sí, elecciones no.

¿Qué pasará? Visto lo visto, todavía podría producirse, en último, ultimísimo momento -como siempre ocurre, por otra parte-, un acuerdo PSOE con Podemos que, a día de hoy, imposible parece. Mala noticia sería para nuestra economía, como experimentaríamos con rapidez en carne propia. Pero ya veremos, en todo caso, lo que ocurre finalmente, pues la realidad siempre supera a la ficción y nuestra política hace ya tiempo que trituró todas las leyes de la lógica y de la razón. Dispongámonos, pues, a asistir a un gran espectáculo de dudoso final e inconfundible aroma a fracaso. Fracaso de las partes y fracaso general, que aún resulta más doloroso e íntimo, pues no se conjuga con un ellos exculpatorio, sino con un nosotros, cómplice e irresponsable.

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