OPINION

Olduvai, orgullo de la ciencia española

Garganta de Olduvai
Garganta de Olduvai
EFE

Somos sin saber cómo. El misterio de nuestro origen nos atrae e inquieta al tiempo. ¿Desde cuándo somos humanos? ¿Cuándo nacimos como especie? ¿Quiénes son nuestros ancestros? ¿Cómo adquirimos la inteligencia? Sólo la ciencia puede dar respuestas a estas preguntas esenciales y la ciencia, a pesar de sus incontestables avances, todavía tiene grandes lagunas de conocimiento y zonas de sombra sin iluminar. La Paleoantropología, la disciplina arqueológica que estudia la evolución de los homínidos y primeros humanos es una ciencia de vanguardia. Cada descubrimiento de un nuevo fósil humano genera un enorme revuelo internacional. Es como si nos conociéramos un poco mejor a nosotros mismos. Así ocurrió con Lucy, la hembra de Australopitecus Afarensis, con más de tres millones de años de antigüedad, descubierta por Donald Johanson en 1974, o con Miguelón, el cráneo de Homo Heidelbergensis, descubierto en la Sima de los Huesos en 1992 por el equipo de Atapuerca con una antigüedad de unos 500.000 años, o, igualmente, con el descubrimiento del Homo Antecessor, por el mismo equipo de Atapuerca en la Gran Dolina. Todo ellos nombres propios que iluminaron el conocimiento del camino de nuestra evolución.

Pero si un yacimiento entre todos los del mundo tiene nombre propio, este es el de Olduvai, Tanzania, enclavado en uno de los parajes más hermosos del mundo, en la reserva del Ngorogoro, a las puertas mismas del Serengueti. Durante casi cuarenta años, el matrimonio Leakey descubrió en la Garganta de Olduvai un número sorprendente de fósiles humanos, destacando el hallazgo del Parántropo o del Homo Habilis a principios de la década de los sesenta. También aquí se descubrió el Homo Ergaster, con rasgos inequívocamente humanos, y casi dos millones de años de antigüedad. Un lugar único en el mundo y, probablemente el yacimiento que más luz pueda arrojar sobre la transición entre los primates, los homínidos y los humanos arcaicos hasta nosotros. Olduvai es el sueño de todo investigador en la materia, la meca de la paleoantropología. Pues bien, es un equipo científico español el que dirige los yacimientos más importantes de la Garganta. Un auténtico orgullo para la ciencia española, que se sitúa en esta materia en la vanguardia mundial.

Por eso, probablemente, el proyecto científico español con mayor relevancia internacional, sea TOPPP, The Olvudai Paleoantropological and Paleoecological Project. Codirigido por tres científicos, dos de ellos españoles, Manuel Domínguez-Rodrigo y Enrique Baquedano, y un tanzano, Audax Mabulla, excava la mítica Garganga del Olduvai, donde el matrimonio Leakey descubriera los primeros restos de Homo Habilis, considerado hasta la fecha como el primer humano. Participan en el proyecto la Universidad de Alcalá, la Complutense, la de Valladolid, la UNED y el CENIEH. Sólo dos equipos internacionales, uno español y otro norteamericano, investigan en la zona, lo que nos da una idea de la relevancia de los trabajos del equipo español.

Arqueomanía, el programa de arqueología de TVE que dirijo, acaba de visitar el yacimiento de Olduvai, donde hemos podido conocer in situ la marcha de las excavaciones. Viajamos junto a Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, codirectores del yacimiento del Turruñuelo de Guareña, el fabuloso santuario tartésico que arrojará una información fundamental para entender otro de nuestros periodos históricos más misteriosos y apasionantes, el Tartessos de las fuentes clásicas, pero esa es otra historia que ya contaremos en su momento.

Olduvai es único. Podríamos cantar la belleza del lugar, la magia de sus sabanas, la riqueza de su fauna, hasta agotar los adjetivos admirativos, pero no se trata de eso, hoy. Conste nuestra fascinación por sus paisajes y por su fauna sorprendente, pero de lo que se trata en estas breves líneas es describir la relevancia internacional de los trabajos que realiza el equipo español.

TOPPP excava en la actualidad en siete yacimientos ubicados en puntos distintos de la garganta y, tras varios años de duro esfuerzo, presenta un valiosísimo balance, tanto en industria lítica, como en fósiles, animales y humanos. Destaca, entre estos últimos el OH- 86, una falange del meñique del Homo Ergaster más antiguo conocido hasta la fecha, con 1,9 millones de años de antigüedad. Este descubrimiento gozó de gran relevancia internacional por tres motivos. Primero porque retrotraía la antigüedad conocida de la especie, que se situaba hasta entonces en 1,6 millones de años. Segundo porque elevaba su estatura hasta los 1,8 metros, más alto, por tanto, que los humanos actuales. Y, tercero, porque el Ergaster nacería antes que lo hiciera la industria achelense que siempre se le asocio, luego abriría el debate sobre quien fue el primer homo que manejó las herramientas, si el Habilis o el Ergaster, una auténtica revolución. Pero más allá de los útiles de piedra y de los fósiles, por valiosos que sean, el equipo español estudia los comportamientos, la manera de relacionarse estos homínidos y homos con el entorno y entre sí, una materia en la que estaba casi todo por descubrir. Sus aportaciones son valiosísimas y modificarán y enriquecerán el actual conocimiento de la evolución humana. Probablemente, esta historia quedará reescrita gracias a los trabajos del equipo español de Olduvai, a los que hay que sumar la importantísima escuela de paleantropología española, entre la que destaca Atapuerca. La ciencia española brilla en esta materia, por mérito propio, a primer nivel internacional.

La historia de la evolución humana es apasionante y la paleoantropología seguirá en el corazón del debate científico durante muchos años, impulsada aún más si cabe por la construcción de la Inteligencia Artificial en la que nos empeñamos. Hablar de evolución humana es, en el fondo, hablar de la evolución de la inteligencia. El cuerpo, los fósiles, son la máquina; la inteligencia, el motor último que nos hizo humanos. Repasemos esta historia apasionante y situémonos a finales del XVIII cuando la aparición de fósiles sorprendentes y colosales desbarató el relato bíblico. Fueron bautizados como seres antidiluvianos para justificar su extinción, por aquello de que, al no caber en el Arca de Noé, perecieron ahogados y el lodo los cubrió para siempre. Pero la historia no cuajó y la ciencia no tardó en iluminar la realidad. Se trataba, en verdad, de seres que habitaron el planeta millones de años atrás, fosilizados por acción de la geología y el tiempo. Tras Darwin, todo cambió. Las especies evolucionaban a partir de otras anteriores y, nosotros, por tanto, descenderíamos del mono. El lío fue morrocotudo y, finalmente, la teoría de la evolución quedó mayoritariamente aceptada. Pero, hoy, aún quedan grandes cuestiones por resolver, ya que los fósiles aún son pocos y las dudas, muchas.

La ciencia internacional se afana por llenar esos espacios en blanco y la expectación rodeará cada nuevo descubrimiento. Olduvai y los trabajos del equipo español tendrán un gran protagonismo en los avances de nuestro conocimiento. Las dudas son muchas, como decíamos, pero algunas de sus respuestas principales se encuentran enterradas en las gargantas del Olduvai, enclavadas en la Falla del Rift, la falla dorsal que recorre África del Este de Sur a Norte y que terminará partiendo el continente africano en dos, como ya ocurriera con el mar Rojo. En su corazón, los científicos españoles persiguen nuestros propios secretos de especie.

Escribo estas líneas la noche que abandonamos Ngorogoro. Atrás dejamos paisajes, amaneceres, fósiles, leones, jirafas, yacimientos y científicos. Adelante, los seguros descubrimientos que permitirán conocernos mejor como especie. Y muchos de ellos, atención, vendrán firmados por científicos españoles. Olduvai, orgullo para la ciencia internacional; Olduvai, orgullo para la ciencia española.

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