OPINION

Doñana, Tartessos y el grave secreto de Merkel y Sánchez

Pedro Sánchez y Angela Merkel en El Acebuche
Pedro Sánchez y Angela Merkel en El Acebuche
MONCLOA

La mítica Tartessos guarda un secreto arcano bajo las arenas del Coto de Doñana. Y en ese lugar de excepción, Merkel y Sánchez se reunieron en oportuno viaje oficial. El Palacio de las Marismillas, una las residencias oficiales más singulares y hermosas de Europa, acogió, hospitalaria y generosa en naturaleza, a los mandatarios que nos gobiernan.

Reconozcámoslo. La presencia de la jefa Merkel constituye una excelente noticia. A diferencia de las fotos anteriores de Sánchez, ésta ha sido de las buenas. Hasta ahí, todo perfecto. Pero tras las sonrisas corteses habita un secreto que no es el de Tartessos, precisamente. ¿Cuál? Pues el del verdadero motivo del encuentro veraniego, ni más ni menos. Que no nos hemos enterado de la misa la media, vaya. Mucha foto y poca verdad; mucho sol, pero seguimos en la oscuridad. Nos contaron que hablaron de inmigración, de la sempiterna crisis inmigratoria que nos sacude, pero sabemos que esa no es toda la verdad.

Merkel no vino a hablar tan sólo de inmigración. Las cancillerías ocultan las verdaderas cartas que se han jugado en el encuentro, cartas importantes que determinarán nuestras vidas en estos próximos años. ¿De verdad alguien se puede creer que Merkel se haya molestado en venir hasta aquí sólo para hablar de un aspecto menor de inmigración? El acuerdo alcanzado es de bajo rango, los ministros de exteriores hubieron bastado y sobrado para ello. ¿Por qué la reunión de los presidentes de gobierno, entonces? Pues porque han abordado en secreto el tema más grave y delicado al que Europa se enfrenta y que puede abrir una crisis sin precedentes.

EEUU no nos quiere como socios, mientras que las tradicionalmente amistosas relaciones con Norteamérica están siendo dinamitadas por Trump. Las cancillerías comunitarias, confundidas, mantienen un perfil bajo para no provocar las iras del furibundo presidente americano, a la espera resignada de los acontecimientos por venir.

La situación es grave. No podemos contar ya con Estados Unidos, nuestro socio estratégico secular. Nos hemos quedado solos, sin terminar de entender muy bien qué es lo que en realidad ha ocurrido. De los abrazos y sonrisas de Obama hemos pasado, sin solución de continuidad, a los exabruptos de Trump, acuñador de la frase que hizo temblar al edificio que creímos sólido e indestructible. “Europa es nuestra enemiga”, proclamó, sin pudor, el líder americano. Y se quedó tan tranquilo, mientras que a los europeos se nos congelaba la sonrisa, desgarrada por el desamor repentino de la nación de las libertades. Y así continuamos a día de hoy, consternados y confundidos, entre amenazas mutuas de sanciones comerciales y promesas de acuerdos arancelarios que nunca llegan.

Y Trump, mientras tanto, sin tener en cuenta para nada la opinión europea – si es que ésta existiera - pasa de las amenazas a los hechos. Impone sanciones a los productos chinos y hace tambalear a la economía mundial; sube aranceles al hierro y al aluminio turco y la lira y la bolsa española se desploman en consecuencia. La guerra comercial, madre de tantas desgracias del pasado, está servida, sin que Europa tenga capacidad alguna de respuesta.

El gobierno americano, impulsor inicial y afortunado de la globalización, parece ahora querer finiquitarla. Trump cierra fronteras, impone aranceles, grava con impuestos el comercio internacional. La secuencia podría confundirse con el argumento gore de una película de serie B, pero, desgraciadamente, es lo que ocurre delante de nuestras narices sin que tengamos la menor idea, aún, de cómo afrontarlo.

Trump atenta contra el libre comercio con todas las armas a su alcance: aranceles, impuestos, normas, aduanas y, por supuesto, con su Twitter incendiario. El argumento que esgrime lo conocemos bien, la defensa de la industria nacional frente a la competencia desleal de los extranjeros. Pero el abrazo populista al obrero de Detroit supone el despido del trabajador de Corea del Sur. Y la palmada al agricultor de California, la ruina del aceitunero de Dos Hermanas. Un poco de proteccionismo por acá, al modo de la mariposa cuántica, puede originar verdaderas tempestades por allá. Los afectados no permanecerán de brazos cruzados y reaccionarán en consecuencia, castigando a las exportaciones americanas. La espiral de la guerra comercial quedará, entonces, cebada y alimentada: hoy se gravará la importación de coches americanos, mañana la de maquinaria o tecnología.

Suponemos que los todopoderosos lobbies de la industria americana, perjudicados, también, en un conflicto comercial sin sentido, presionarán sobre su gobierno. Ya veremos qué consiguen. Tres son las exportaciones fundamentales de EEUU: el armamento, el cine y las tecnologías digitales, sobre las que las autoridades europeas desean gravar impuestos especiales. Estaremos atentos a su evolución.

Turquía, miembro destacado de la OTAN, y socio preferencial de Alemania, anuncia que buscará nuevos socios estratégicos. ¿China? ¿Rusia? Atención, que la amenaza es seria y muy grave. Las anteriores guerras comerciales y el proteccionismo rampante sólo trajeron ruina y guerra a nuestra historia. ¿Por qué invocarla de nuevo? ¿Por qué despertar su furia? ¿Por qué EEUU desbarata los equilibrios comerciales que tantos años le costó tejer?

Trump debe ser consciente del riesgo y del estropicio de sus medidas. ¿Por qué se embarca, entonces, en un viaje tan peligroso? Pese a sus fanfarronerías y patochadas, ha demostrado a lo largo de su vida una inteligencia acusada y una firme voluntad. Aunque algunos piensan que sus medidas proteccionistas responden tan sólo al populismo que lo encumbró, la geopolítica es cosa seria y debe existir alguna razón más poderosa que desconocemos. ¿Guerra fría contra China, con apoyo ruso, para frenar su imparable ascenso a primera potencia mundial? Algo muy serio y muy peligroso se está amasando y no podemos apreciarlo en su conjunto, ya que sólo advertimos la punta del iceberg. Emprendemos un camino suicida sin protagonismo alguno para los europeos. Al parecer, hemos dejado de ser útiles como socios preferentes. Ellos sabrán lo que hacen, nosotros sólo sabemos que, tras el arancel, vendrá la ruina. La nuestra, la suya y la de todos, según sentencian las inevitables leyes de la historia.

Merkel está preocupada, muy preocupada. Y no por la inmigración o por su debilidad parlamentaria. Lo está, sobre todo, por el divorcio en ciernes con los Estados Unidos de América, nuestro único aliado estratégico posible. Afuera, habita la nada. Merkel odia a Putin, los chinos no son de fiar. ¿Qué le queda, entonces, a Europa? La canciller se ha sincerado con Sánchez y nuestro presidente ya es consciente de la gravedad de la situación. Vivimos tiempos peligrosos y Europa tendrá que encontrar su sitio. Sánchez apoyará a Merkel, como González lo hizo con Kohl. Veremos en qué queda el espíritu de las marismas del Guadalquivir.

Shulten creyó que Tartessos se escondía bajo Doñana. El secreto de la ciudad perdida aún permanece oculto, pero los céfiros de poniente nos desvelaron el secreto oculto de Merkel y Sánchez. Nosotros, ya lo sabemos y, por eso, tan preocupados como ellos nos quedamos. Porque cosas pasarán que figurarnos no nos gustaría.

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