OPINION

Vida, la gran historia... ¿hasta la inteligencia artificial?

Especialistas en nuevas tecnologías
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Pixabay / fancycrave1

Los secretos y misterios de la evolución y de nuestro origen como especie, en general, así como la aparición de la inteligencia, en particular, son retos para la ciencia actual y para nuestra capacidad de discernimiento y raciocinio. Frontera de vanguardia para el conocimiento y abono para nuestro asombro, los arcanos de la vida ocupan los desvelos de científicos del siglo, ahora que, poseídos por el furor tecnológico, desbrozamos los primeros pasos del largo camino de la inteligencia artificial. Y resulta curioso que el vértigo de la incipiente inteligencia digital nos retrotraiga necesariamente al principio, al origen, al momento en el que el un mono dejó de serlo para convertirse, de alguna manera, en humano. El futuro más rompedor se da la mano con el pasado más remoto. ¿Cómo es posible el prodigio de ese encuentro imposible? Pues, sencillamente, porque estamos hablando de los mismo, de la inteligencia, prodigio luminoso, que, todavía, no llegamos a comprender.

Informáticos, ingenieros, tecnólogos, por un largo, biólogos evolutivos y paleoantropólogos, por otro, se afanan por resolver un puzle en el que aún restan muchas piezas por descubrir y encajar.

Y en estas estábamos cuando aparece el último libro de Juan Luis Arsuaga, “Vida, la gran historia” (Destino), en la que propone un documentado viaje por el laberinto de la evolución, como su propio subtítulo ya nos enuncia. Y, sabiamente, estructura su obra en torno a algunas de las preguntas fundamentales. ¿Sólo pudo haber existido la vida en la forma en la que la conocemos? ¿La evolución está regida por la necesidad o por la contingencia, por la predeterminación o por el exclusivo azar? ¿Necesariamente la evolución tenía que conducir a los humanos inteligentes? Libro excelente, recomendable para cualquier interesado en cuestiones de la evolución, repasa el largo camino que la ciencia ha recorrido – a través de teorías, científicos, libros y ensayos, tesis y contratesis, debates y polémicas – hasta llegar al estado de conocimiento de nuestros días. Son muchos los temas abiertos y las posturas encontradas, pero, no cabe duda alguna, de que la ciencia ha permitido que en la actualidad comprendamos mejor nuestra esencia, así como a las fuerzas que nos trajeron hasta donde hoy nos encontramos.

Y…, ¿ahora qué? ¿Seguiremos evolucionando? ¿Aparecerán nuevas especies? ¿Humanos más evolucionados, quizás, o podrían nacer otros seres inteligentes? Nadie tiene, todavía, respuesta cierta a esas preguntas, aunque, algunas opiniones recogidas en el libro, como la del científico Julian Huxley atribuyen “a nuestra especie la responsabilidad de ser la única posibilidad de progreso que le queda a la vida, porque todos los demás grupos biológicos habrían agotado su potencial creativo”. No lo sabemos, pero el caso es que las grandes preguntas siguen abiertas. ¿Humanoides para el futuro? ¿O, podrían existir otras especies inteligentes en el universo? ¿Tendrían, entonces, una estructura orgánica similar a las nuestra?

Y mientras la ciencia y los científicos plantean las preguntas adecuadas y se esfuerzan por resolverlas, la inteligencia artificial cabalga sobre sus algoritmos y servidores, alimentada y retroalimentada por miles, millones de ordenadores, y cientos de centros de investigación y de empresas punteras de altísimo nivel tecnológico. Arsuaga ya reflexiona sobre la posibilidad, o no, de que los sistemas digitales inteligentes alcancen algún día eso que venimos a conocer como conciencia o como autoconciencia, que casi lo mismo viene a ser. Pero además de todo ello, nosotros también ampliamos las preguntas. ¿Y si lo que evolucionara fuera, precisamente la inteligencia, independientemente del soporte que la ampara? La inteligencia humana tiene un soporte orgánico, articulado sobre el Carbono. ¿Y si en el futuro la inteligencia, la capacidad de discernir y comprender, encontrara más útil el soporte del silicio que el del carbono? ¿Y si la inteligencia artificial también fuera fruto de la evolución natural de Darwin? ¿Y si, en vez de hablar del “gen egoísta” hubiéramos de pensar en la “inteligencia egoísta”? ¿Y si nosotros, como los gorilas, ya hemos llegado hasta dónde podíamos llegar y tendrán que ser digitales los nuevos frutos de la evolución? Ya pasamos, hará casi cuatro mil millones de años de lo inorgánico a lo orgánico, ¿por qué no se podría pasar en el futuro de lo orgánico a lo digital? Ese paso, ¿sería evolución u otra cosa distinta?

Preguntas que quedan al aire mientras que el pasado remoto de los primeros fósiles arroja luz sobre el camino digital que ahora hollamos por vez primera. La inteligencia artificial cabalga por libre y no nos esperará. Su futuro, como siempre ocurriera en la evolución, se nos antoja incierto e impredecible, pero en avance hacia fórmulas de mayor complejidad. Momentos apasionantes para la ciencia y el pensamiento. Gracias a Juan Luis Arsuaga y, por elevación, a todo el equipo de Atapuerca, por haber colocado a la ciencia española en plena vanguardia internacional. Seguiremos atentos sus pasos que iluminan nuestro camino. ¡Qué vengan más libros!

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