OPINION

El fantasma de Enrique VIII sobrevuela el acuerdo del Theresa May para el Brexit

Las argucias políticas de Theresa May están perdiendo altura. La falta de oxígeno se percibe en los recursos, más y más radicales, a los que recurre. La última escena de la tragedia tiene como actor de reparto al mismísimo Enrique VIII, rey famoso por hacer exactamente lo que le apetecía, llegando al punto de romper con la iglesia de Roma creando su propia escisión, la anglicana, cuyo jefe supremo era, obviamente, el propio monarca.

La tensión generada por el problema de la frontera irlandesa, la compensación monetaria a pagar por el Reino Unido y la situación de los extranjeros europeos que residen en territorio británico pasan factura. El débil gobierno de May parece no resistir los embates de la oposición, favorable a quedarse de la manera que sea en la Unión Europea.

La frase de May en el parlamento británico aferrándose a la idea de defender “las leyes, las fronteras y el dinero” de su país son dignas de reflexión. ¿No pediría lo mismo cualquier español? ¿No querría cualquier ciudadano de cualquier país que su presidente defendiera sus leyes, su dinero y su integridad territorial? Pocos ciudadanos estarían dispuestos a elegir como líder a alguien que no protegiera esas tres cosas. En España reclamamos el cumplimiento de la ley por Cataluña, la misma Unión Europea, de hecho, apoya la norma nacional; también exigimos la gestión del dinero público conforme a la ley, por más que la corrupción y la falta de transparencia obstaculicen este deseo, y no siempre los ciudadanos lo exijamos con contundencia en las urnas; finalmente, muchos hablan de la unidad territorial de España como algo verdaderamente sagrado. Pero esta visión existe también fuera de nuestras fronteras. Por ejemplo, Rusia tiene en solfa a la comunidad internacional por la anexión de Crimea, hasta el punto de que Estados Unidos mantendrá las sanciones a Rusia a la espera de que devuelva la península a Ucrania.

Que Theresa May proclame su firme defensa de las leyes, las fronteras y el dinero de su país no debería sorprender, excepto por el hecho de que “tenga” que hacerlo. Es decir, está asumiendo que se están poniendo en peligro esos conceptos tan importantes. Y efectivamente es así. Porque la Unión Europea está derivando en un ente político supranacional que va a controlar (en realidad ya lo hace en parte) nuestro dinero, nuestras fronteras y nuestras leyes. La unión monetaria, la corte internacional, en breve la unión bancaria, las leyes de inmigración… no son otra cosa más que intromisiones en las leyes, las fronteras y el dinero de los países, ya no tan soberanos. Y todos tan felices, por supuesto. De momento, porque si mañana la UE decide que Puigdemont tiene razón se acabó la felicidad.

Pero, siendo tan comprensible la postura de Theresa May, no lo es tanto que tenga blandirlo como bandera para reclamar “superpoderes” para fijar la fecha del “divorcio” con la UE por ley. Porque eso es exactamente lo que va a proponer mañana en el Parlamento: que el gobierno pueda fijar una fecha escrita en una ley nacional sin la aprobación del Parlamento. Los llamados “poderes de Enrique VIII” para el gobierno de May han despertado a los tories más rebeldes, encabezados por el antiguo fiscal general, Dominic Grieve, quien asegura que hay unos 20 rebeldes como él que van a tirar abajo la propuesta de la mandataria británica en la Cámara de los Comunes. Crónica de una humillación anunciada, aseguran los diarios del país. Sin embargo, May está decidida a escuchar lo que tengan que decir los diputados, aceptar incluso que sus ministros apoyen la enmienda rebelde y seguir adelante como pueda.

¿Y qué podría hacer? El negociador de la parte europea ya ha dejado claro que el acuerdo comercial no va a estar cerrado para la fecha de la firma de la salida del Reino Unido, y si hay retrasos aún peor. La mirada europea no es precisamente cordial y ya hay pérdidas derivadas del proceso que no acaba de arrancar.

Las fluctuaciones de la libra, que sube cuando parece que se acerca la firma definitiva y baja cuando se desinflan los ánimos, no son buenas. Los inversores se aburren y se van, especialmente cuando hay opciones más atractivas en otros mercados. Un proceso duro sería malo, pero no tanto como un proceso duro y largo. Eso sí podría ser devastador. La jugada de la UE es precisamente la fragilidad de May, que estrecha manos en Francia y Bruselas, pero afirma en casa que no hay nada vinculante aún. Y es cierto. Ninguna de las declaraciones acerca de la cifra a pagar, la solución a las fronteras irlandesas y el estatus de extranjeros europeos es ley, aún puede cambiar. Ese doble juego da pie a la Unión Europea a tensar la cuerda y a la oposición nacional a hacer lo propio. Por eso Theresa May quiere asegurar aunque sólo sea la fecha. Eso supondría al menos una certeza: el cuándo.

El revuelo dentro de la propia bancada conservadora, tanto si se trata de destronar a May por razones dudosas, como si es un acto de legítima rebeldía parlamentaria, me produce cierta envidia. ¿Podría imaginarse un plantón al presidente Rajoy por parte de veinte diputados (o senadores) en un caso similar? No, desgraciadamente, no. Por eso hay que distinguir con cuidado diferentes modos democráticos, entender que la democracia sana va mucho más allá del voto y la urna, y aprender de quienes defienden los llamados “checks and balances”, y lo dejo en inglés como guiño rebelde.

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