OPINION

El momento de la verdad del Brexit

Sabíamos que no iba a ser fácil. Sabíamos que ambas partes tratarían de alargar el momento del “Sí, acepto” lo máximo posible para mostrar fuerza al rival, ganar tiempo y concesiones y, finalmente, quedar bien ante sus respectivos públicos. Pero creo no esperábamos que la alta tensión se prolongaría tanto tiempo. Hablo del Brexit. Ese elemento disruptivo que está generando consecuencias no esperadas en lugares insospechados.

La primera de esta sucesión de sorpresas fue que ganara la opción de salir. Y a partir de ahí, empezaron los rumores de posibles salidas: Grexit, Spexit, Italexit. A la mínima señal de descontento con Bruselas, algunos periodistas se apresuraban (y aún se apresuran) a etiquetar anunciando una posible salida de otro país. De momento, probablemente sólo en Italia sería viable una salida de la UE debido al escepticismo de su población. En cualquier caso, el vicepresidente y ministro del interior Salvini ya ha señalado que no es la opción mejor.

En este momento, todos los focos señalan al problema aduanero. Una posible frontera física con garitas y ejército entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda no es un escenario deseable. Pero ¿cómo resolverlo?

Una posible solución sería permitir que el Ulster mantuviera la libre entrada y salida de bienes con la República de Irlanda. Esto traería consigo dos problemas añadidos. Por un lado, tal y como ha explicado Theresa May, dañaría la cohesión nacional. Imagino que sería una ventana de aire fresco abierta para Escocia, que podría estar interesada en que se sentara un precedente para, a continuación, reclamar su propia excepcionalidad. Por otro lado, tal y como han manifestado algunos miembros de la Unión Europea, esto implicaría un Brexit blando en el que el Reino Unido mantendría la ventaja del libre comercio a través de Irlanda del Norte. Y eso no agrada a todos los miembros de la UE. Así que, esta semana, los 27 escucharán a May y después deliberarán a solas.

¿Cuál va a ser la propuesta de May? Parece que quiere mantener transitoriamente una situación de libertad comercial, pero con fecha fija. Obviamente, se trata de ganar tiempo para cerrar acuerdos comerciales con terceros. Pero también, dejar que corra el aire y se calmen los nervios de unos y otros. Por un lado, de los brexiteers más radicales que quieren un gesto de autoridad y orgullo y, por otro lado, de los remainers que ya no sueñan con un segundo referéndum, pero sí con un acuerdo más confortable y cercano.

Las pérdidas ocasionadas por el endurecimiento aduanero no son cualquier cosa. Si tomamos como ejemplo el tráfico de mercancías en el eurotúnel que atraviesa el Canal de la Mancha, se ha calculado que se intercambian anualmente 115 mil millones de mercancías. La trascendencia de un endurecimiento aduanero es evidente si tenemos en cuenta tres factores. Primero, el flujo de mercancías que nutre la producción just-in-time, que requiere cierta flexibilidad en el transporte y además de forma permanente. En segundo lugar, las entregas express de plataformas como Amazon. Un Brexit duro reduciría las compras al Reino Unido si se tarda menos tiempo comprar el mismo producto en otro país. Y, en tercer lugar, hay que contar con el flujo de productos frescos que requieren rapidez en el transporte. Quien sale perdiendo es, sobre todo, el Reino Unido que, desde la apertura del túnel bajo el Canal de la Mancha en 1994, ha podido disfrutar de salmón escocés, transformado en Boulogne-sur-Mer, frutas y legumbres del sur de Europa, lácteos franceses, flores y vegetales de Países Bajos, todo fresco y barato.

Si añadimos las posibles pérdidas económicas por la imposición de una aduana física entre las dos Irlandas a la enorme fisura política que podría generar, es fácil comprender el parón de las negociaciones. El tema es delicado.

No parece que la cosa vaya a cambiar a tenor de las declaraciones del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, acerca de la necesidad de considerar un Brexit sin acuerdo que, según sus palabras, “está más cerca que nunca”. La idea de que la reunión de los 27 de este miércoles va a ser el momento de la verdad, sostenida por Macron y algún otro mandatario europeo, no es muy plausible. Las señales indican, más bien, que va a suponer otro ladrillo en el muro, como en la famosa canción de Pink Floyd.

El diseño de una smart border (o frontera inteligente), para lograr un indoloro y smart Brexit, que proponía en marzo de este año Jacques Gounon, presidente del Eurotunel desde el año 2005, no parece haber cuajado mucho. Gounon cree que la digitalización de mercancías y la aplicación de la tecnología digital puede permitir el control desmaterializado y numerizado de las mercancías que atraviesan las fronteras. ¿Sería una solución para el problema irlandés? Es posible, pero requiere tiempo para ponerla en práctica adecuadamente.

La pelota está en el tejado británico. May, muy debilitada políticamente, ha de jugar con la mayor lucidez posible. Si no se fija una fecha para el período de transición, los acuerdos con terceros países pueden complicarse y la incertidumbre minaría la fortaleza de la libra aún más. Si se decide por la digitalización y numerización del control de mercancías la elección de esa fecha es crucial. Y a la necesidad de los 27 de mostrarse unidos y fuertes frente al Reino Unido, hay que unir a los británicos que están mirando con lupa cualquier movimiento de Theresa May para derribarla: unos por ser una brexiteer dura y otros por no serlo.

A pesar de que la salida está prevista para el 19 de marzo del año que viene, sería posible, de manera extraordinaria, atrasar la fecha de la marcha definitivamente, tal vez hasta el 2022. A estas alturas ¿quién puede pensar que hay algo imposible en Europa?

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