OPINION

La banca que necesita Europa

E

l pasado viernes, el consejero ejecutivo del  , José Manuel González-Páramo, intervenía en el debate organizado por el Institute of International Finance, en el contexto de las reuniones mantenidas por esa institución, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en Washington. En su intervención, González-Páramo señaló a los activos de dudoso cobro que se incrementaron durante la crisis, la digitalización y la normalización de la política económica, como los tres principales retos que se presentan en el futuro cercano a la banca europea.

Para afrontarlos, el economista y banquero español abogaba por completar con prontitud la unión bancaria europea con el objetivo de aumentar la resiliencia del sistema. Efectivamente, tras la crisis financiera pasada que se desencadenó en el período 2007-2008, la Unión Europea dedicó mucho tiempo y energía a crear mecanismos e instituciones para evitar que, en caso de repetirse una crisis financiera global, el impacto sobre la banca europea fuera tan acusado. De esta forma, se establecieron y pusieron en marcha el Mecanismo de Supervisión Única (SSM) y el Mecanismo de Resolución Única (SRM) y el Sistema de Garantía de Depósitos Europeo (EDIS) que está aún no está activado.

Además de ello, para completar la unión bancaria hay que desarrollar y aplicar en todos los países el mecanismo de respaldo común al SRM, que es un recurso de última instancia por si todos los demás salvavidas no funcionan. En este sentido se han desarrollado nuevas normas y directivas, como la Regulación de Requisitos del Capital (CRR), con su directiva correspondiente (CRD), la Directiva de Recuperación y Resolución Bancaria (BRRD), que se reformaron en 2016, y a los que se han añadido el Comité Basel de Supervisión Bancaria (BCBS) y el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB).

El simple ejercicio de lectura de los documentos de la Comisión explicando en qué consiste cada comité, consejo o mecanismo, deja entrever el principal problema que, desde mi punto de vista, entraña la propuesta europea. Es un laberinto.

La clave del asunto está en la fijación de la resiliencia bancaria (y financiera) como objetivo a lograr. Si definimos la resiliencia como la capacidad de las instituciones financieras para recuperarse ante una crisis y volver a la situación de partida, casi me parecen pocas las medidas tomadas. Dada la complejidad de nuestro sistema económico y el grado de incertidumbre, no hay protección suficiente, ¡casi deberían duplicarla!Si suena exagerado, invito a responder a la siguiente pregunta: ¿alguien cree que dos años antes del estallido de la crisis las autoridades bancarias europeas pensaban que estábamos poco protegidos? No. Y, sin embargo, nadie esperaba “esa” crisis, con “esa” intensidad y, por supuesto, “esos” efectos.

Por eso creo que hay que releer a Nassim Taleb, y considerar la anti-fragilidad de la banca europea como el nuevo objetivo a lograr. Porque un sistema anti-frágil se beneficia de los shocks, las incertidumbres y del estrés, del mismo modo que los huesos humanos se robustecen cuando están sometidos al estrés y a la tensión, es decir, sale de las crisis reforzado.El desarrollo de esta virtud se logra aceptando la volatilidad y la aleatoriedad, no suprimiéndolas. Y, sin embargo, como afirma el economista y escritor de origen libanés, hemos hecho frágil casi todo nuestro entorno, desde la educación hasta la salud o la economía. Y yo añadiría que es un mal que afecta también a la sociedad en general. De acuerdo con Taleb, la banca actual también es frágil: un embiste la deja temblando. ¿Cómo evitarlo? No se trata de fabricar una armadura a medida del máximo grosor posible. Se trata de lograr que, ante el próximo terremoto financiero, la banca salga mejor que antes, aprendida la lección y corregidos los problemas.

Porque estamos en un universo incierto, en el que llueven estresores y no cesan los vaivenes, y en ese entorno, es más fácil intentar que las instituciones sean anti-frágiles que anticipar las crisis. El problema de este punto de vista es que no le gusta a los reguladores porque les exige limitarse a crear un marco legal, pero sin sobre proteger a los agentes del mercado, ni a las instituciones involucradas, y tampoco a la banca. Lo pequeño es más anti-frágil que lo grande. Lo diverso es más anti-frágil que lo único. La unión bancaria y su híper regulación es lo opuesto a lo que pretendemos. Así que, si en vez de tomar la resiliencia, tomamos como objetivo último la antifragilidad del sistema bancario, tal vez deberíamos considerar desmontar ese laberinto de resoluciones y mecanismos únicos, aplicables a un ámbito mastodóntico. ¿Y por dónde nos llevaría el camino de la antifragilidad? Pues por un sistema más diverso con agentes flexibles y más pequeños. Es decir: un mercado libre bancario.

Por supuesto, en ese escenario no habría bail-in sino bail-out, es decir, la banca aprendería a nadar sin flotador, a asumir la volatilidad o a desaparecer. Y, desde luego, los gobiernos deberían dejar de privilegiar a algunos bancos o banqueros, aunque les hayan proporcionado directa o indirectamente, muchos votos en las pasadas elecciones.

De momento, lo más probable es que sigamos encerrados en el laberinto del minotauro bancario europeo. La regulación genera las ansias con las que se va a pedir más regulación. Algo parecido a lo que sucede con las adicciones. Y, en ambos casos, solamente se supera con un cambio radical, nuevas costumbres y ganas de liberarse de la dependencia. No parece que estemos en ese momento.

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