OPINION

Montero y la vigilancia de la economía que recuerda al franquismo

La ministras Maria Jesús Montero (zquierda) y Nadia Calviño en el Congreso. EFE
La ministras Maria Jesús Montero (zquierda) y Nadia Calviño en el Congreso. EFE
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Acaban de llegar al gobierno y los socialistas con tintes morados ya tienen abiertos más fuegos de los que la atención ciudadana es capaz de seguir. La designación de secretarios y subsecretarios de Estado, las medidas anunciadas, las no anunciadas pero que se esperan, como la escalada de los impuestos, o los datos económicos no muy buenos, componen un abanico de frentes ante los que el ciudadano medio no sabe con cuál quedarse. El más relevante de esta semana es el efecto que la subida del SMI (Salario Mínimo Interprofesional) está teniendo en el empleo agrícola.

Dice la ministra Montero que no se puede asegurar que los malos datos de empleo agrícola tengan que ver con la subida del SMI. Tiene razón cuando argumenta que los analistas predijeron una escandalosa subida del desempleo y que tampoco ha sido para tanto. Y, además, también tiene razón en que es difícil de demostrar la causalidad única y directa en economía. Nadie puede adivinar qué porcentaje del deterioro de los datos de empleo se deben exclusivamente al SMI y qué parte se debe a otras circunstancias. Los fenómenos económicos son multicausales. Cierto. Ahora bien, eso no quiere decir que no haya afectado en absoluto. La economía no es una ciencia predictiva perfecta. No podemos atribuir un porcentaje de responsabilidad, con dos decimales y todo, a cada una de las causas que contribuyen a explicar la gestación, desarrollo y mantenimiento de un fenómeno concreto, sea éste la caída del Imperio Romano, la crisis del 29 o los últimos datos de empleo en España. Nosotros, los economistas, nos movemos siempre en el universo de las tendencias más probables, de los matices y los tramposos caeteris paribus. Por eso tenemos una relación bipolar con el poder político: les damos la excusa perfecta para decir lo que quieran o les tapamos la boca. Y el poder, acomodaticio y viscoso, elige la opción más adecuada para convencer a los ciudadanos. Un día exponen una medida concreta de política económica como causa lineal de un buen resultado. Al día siguiente declaran que no existe una causalidad lineal que explique ese mismo fenómeno, cuando los resultados son malos.

Pero lo que más me ha llamado la atención de las declaraciones de Montero es la siguiente frase: "Hay determinados colectivos que hay que monitorizar de forma especial porque pueden ser más sensibles a la subida del SMI: las empleadas del hogar y los trabajadores del campo". Aparte del peligroso paternalismo implícito que presenta al gobierno como salvador de cualquier cosa que pueda afectar a los sectores más “sensibles” a la medida, en lugar de plantearse no tomar esa medida, aparece una palabra peligrosísima. “Monitorizar” es un vocablo de nuevo cuño que significa, ni más ni menos, control directo de los agentes económicos. Me ha recordado al término “planificación indicativa”, inventada en la segunda fase del franquismo, para quitar hierro a los terribles planes de desarrollo. En el fantástico libro de Carreras y Tafunell 'Historia Económica de la España Contemporánea (1789-2009)', pueden encontrar la razón por la que los considero tan perversos. No son mis principios libertarios sino la historia económica la que habla. Franco también estaba obsesionado con el control de la economía y por las mismas razones: “para posibilitar que los trabajadores tengan buena calidad de vida y un empleo digno y bien retribuido, sin que eso perjudique la economía”, en palabras de la ministra Montero.

Resulta casi poético que los socialistas con tintes morados hayan desenterrado a Franco también en su visión de la economía. Como él, el gobierno de Sánchez parece haber olvidado que la agricultura española tiene unas características que dificultan su gestión. Se ha mantenido como el “sector tradicional”, como se denomina en el modelo de Lewis, frente a la industria, que se ha modernizado. La baja productividad laboral de la agricultura (común a toda la economía) y la drástica caída en el valor Añadido Bruto de este sector desde los años 60, el recurso a las ayudas europeas que, en muchas ocasiones, se han dilapidado en lugar de emplearlas para fortalecer la competitividad de nuestros productos, son cuestiones para tener en cuenta. La reactividad del sector primario a las medidas económicas es lenta e imperfecta. La reconversión, complicada. Como sucedió en los años 60, la modernización de la agricultura mejora la productividad, pero, a falta de crecimiento del músculo empresarial en otras actividades, genera desempleo rural.

El control o “monitorización” sólo puede significar ocultar la realidad tapando bocas con dinero. Nunca solucionar el problema.

Cuentan Carreras y Tafunell que, a pesar de los buenos resultados inmediatos del Plan del 59, los sucesivos planes quinquenales generaron algunos problemas serios como la sobredimensión de los sectores privilegiados. En el sueño controlador del dictador se asignaron “ingentes cantidades de dinero a actividades de baja productividad marginal y con un futuro problemático a ser industrias maduras”. Las consecuencias negativas las arrastramos durante las dos décadas siguientes. Todos nos acordamos del carbón asturiano y el sufrimiento posterior. Los efectos de una política negligente como es vender políticamente una subida del SMI y después poner paños calientes “monitorizando” a los perjudicados más protestones parece que va por la misma línea.

Lo peor de la visión económica franquista, desde mi punto de vista, es que sembró una mentalidad dependiente en los agentes económicos que choca con el imprescindible sentido de la competencia empresarial, también en las empresas agrícolas. Esa dependencia mantenida en el tiempo y abonada por la necesidad de votos por parte de los políticos ya en la democracia nos ha lastrado hasta ahora. Solamente la reflexión, la valentía que implica exponerse y competir, incluyendo la capacidad de aprendizaje y mejora, pueden liberar a los ciudadanos del lastre de estar pendiente de la voluntad de los políticos de turno. Menos monitorización y más libertad.

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