OPINION

La OCDE apunta a la adicción a los estímulos económicos como el enemigo a batir

El pasado lunes, víspera del comienzo oficial de la primavera, tuvo lugar la segunda de las cinco reuniones que los banqueros centrales y ministros de economía de los países miembros del G-20 van a celebrar como preparación de la cumbre que tendrá lugar en Buenos Aires los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de este año.

En esta ocasión, Miguel Angel Gurría, secretario general de la OCDE presentó un informe, Apuesta por el crecimiento: una oportunidad que los gobiernos no deberían desaprovechar, en el que apunta a los retos futuros y a los miedos presentes de la economía global. El supuesto de partida es el crecimiento “a velocidad de crucero” de las economías globales, de manera que nos situamos en una posición casi igual a la previa a la crisis del 2009. Gurría es consciente de las reformas estructurales realizadas en los distintos países, pero considera que desde 2015 han ido moderándose y que podemos caer en el estancamiento del nivel de vida si no se revitaliza el programa de reformas. Para la OCDE, éste es el momento adecuado para acometer un nuevo paquete de medidas que permitan que no se llegue a un estado estacionario en el que no empeoramos, pero tampoco mejoramos.

Por supuesto, los temas “estrella” de la reunión, para casi todos los periódicos han sido las criptomonedas, la ciberseguridad y la posible guerra comercial con Estados Unidos. El anuncio de Trump de poner barreras arancelarias del 25% al acero y del 10% al aluminio han colocado en una incómoda situación a la Unión Europea. Por un lado, sabemos que el objetivo de Trump es China, y que el revuelo en el gallinero ejerce más presión que una medida directa contra este país. Tal vez es más eficaz dejar que los posibles damnificados miren a China para lograr que se avenga a razones. Pero, por otro lado, la Unión Europea tiene que mostrar un signo de fuerza, y el gesto ha sido amenazar con poner aranceles a la mantequilla de cacahuete, al bourbon y algún otro producto no necesario más. No somos el malote del barrio, pero algo es algo. Argentina, país anfitrión, y otros países latinoamericanos han pedido a Estados Unidos quedar exentos de esta política intervencionista tan dañina y peligrosa, por las consecuencias revanchistas que puede generar. Si la Unión Europea se une a esta petición, y su ejemplo cunde, puede darse la situación de que la medida acabe por afectar solamente a China, cumpliéndose el objetivo inicial de Trump. Pero sería bastante ridículo.

La sorpresa, para mí, es que no se haya dado más publicidad al contenido del informe presentado por Miguel Ángel Gurría. El mensaje, “no se duerman en los laureles y sigan con las reformas”, es incómodo. El peligro de depender de las políticas de estímulo que se aplicaron para compensar los perjuicios sobrevenidos con la crisis y la recesión es el principal reclamo de la OCDE. Y, efectivamente, el abandono de las medidas de apoyo y la asunción de la mejoría económica son más fáciles cuando esas medidas de estímulo han servido para realizar transformaciones estructurales. De esta forma, una vez retirados las ayudas, el nivel de vida de los ciudadanos y la actividad económica no sufren. Pero si, por el contrario, las reformas no afectan a la estructura económica, la mejora de las instituciones y la consolidación de la economía, sino que se trata de poner parches, entonces los estímulos son tan necesarios como la insulina para los diabéticos. España es el mejor ejemplo.

En la editorial que explica el sentido del mencionado informe, se enumeran varios de los problemas actuales de la mayoría de las economías avanzadas. Uno es la abultada deuda pública y privada, fruto de los bajos tipos de interés. Otro es la baja inversión y la desigual inversión en tecnología, que aumenta la brecha de productividad entre las empresas adelantadas y las rezagadas. Las medidas que se proponen son bajar las regulaciones que suponen barreras de entrada a la aparición de nuevas empresas en el mercado, la reducción de obstáculos a la inversión extranjera directa y, en general, la mejora de los incentivos a la inversión y a la competencia.

Y este tema es aún más relevante para la economía española. Porque las conclusiones son claras: la productividad de los factores sigue siendo nuestra eterna asignatura pendiente. El sistema educativo no está en armonía con las necesidades del mercado de trabajo. Y esta mala asignación de recursos, entre otras cosas, está ampliando la brecha entre nuestro PIB y el de los demás países de la OCDE. Por supuesto que aumenta la desigualdad, dado que los salarios no suben. Hay que señalar que es normal que no lo hagan mientras el coste de contratación y despido para el empresario sea tan elevado y el mercado de trabajo sea tan rígido. Para cerrar el círculo, los servicios públicos de formación y recolocación de los desempleados son pésimos, la formación profesional alternativa a la universidad es muy precaria y la eficiencia del gasto en estos aspectos es muy baja. 

Eso sí. Para alegrarnos la vida, la OCDE propone, además, una subida de impuestos y la progresiva eliminación de las exenciones en los impuestos sobre la renta, sociedades, IVA y ambientales; estos últimos, según el informe, deberían subir. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Pues acumular una deuda pública por encima de nuestras posibilidades y no estar dispuestos a gastar menos. En resumen: menos política y más economía.

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