OPINION

Lo peor de ti, en riguroso directo

La no independencia de Cataluña y el culebrón político-judicial subsiguiente, que aún no ha terminado, no es gratis, tiene su coste. Por ejemplo, los recursos empleados y el tiempo dedicado por los funcionarios de la fiscalía, por los periodistas, por los asesores de prensa, por las empresas al cambiar la sede fiscal y social, las explicaciones de los empresarios que tuvieron que tranquilizar a sus clientes internacionales, los costes de información, los costes de transacción y, sobre todo, la atención perdida de millones de personas que tratan de enterarse de qué pasa, quién comparece hoy, o dentro de dos días, cuáles son las novedades de ultimísima hora.

Porque el tema catalán se ha convertido en un espectáculo solamente comparable a los programas de cotilleo o los reality show. Cada día una comparecencia, un anuncio, un cambio de hora, una sorpresa. Viajes a Bruselas, fotos que pretenden confundir, declaraciones que distorsionan la realidad para pretender que es verdad lo que no existe. Y todos mirando. O, mejor dicho: mirándoles.

Los hechos son los que son. Carles Puigdemont ha incumplido la ley y tiene una querella presentada por sedición, rebelión y desviación de fondos públicos. Podrá suceder que el cargo de rebelión no prospere y sea declarado inocente de ese cargo porque no hubo violencia. La sedición fue pública por decisión propia y la desviación de fondos viene de la mano. El gobierno de la nación, de acuerdo con los dos partidos mayoritarios de la oposición y la aprobación del Senado, activó el artículo 155 de la Constitución que se está poniendo en marcha despacio y en silencio. La sustitución del mayor Trapero ha sido pacífica y el reconocimiento de la disolución del Parlament por Forcadell también.

La actuación de la policía y la guardia civil el primero de octubre no hace inocente a Puigdemont. Los Jordis están en la cárcel porque si hubo violencia ese día (y la hubo) no fue por un solo lado, fue por ambas partes. Y no voy a entrar en la legitimidad de la violencia policial frente a la violencia ciudadana. No es el tema de mi artículo. Quiero centrarme en que el intento de dividir la nación española ha sido obvio, intencionado, emitido en televisión, seguido por muchas personas.

Todos los focos sobre Puigdemont. Como ahora. Y a veces creo que ese es el juego: el secuestro de la atención. Lo peor que le está pasando a Puigdemont y los independentistas es que no está pasando nada.

Otros hechos son que está convocado para declarar ante la Fiscalía el jueves. ¿Sorprendería que declararan prisión preventiva para evitar fuga después del numerito de Bruselas y de afirmar ante las cámaras que podría pedir asilo político? Su excusa para no venir es que “sus derechos no estarían garantizados”, la misma frase con la que el Tribunal de Gante (Bélgica) concedió asilo político a la etarra, acusada de haber cometido seis asesinatos, Natividad Jáuregui, cuyo caso fue llevado por el actual representante de Puigdemont en Bélgica. El gobierno belga ya ha dicho que no le dará asilo, pero, de todas formas, no es una buena estrategia compararse y ponerse al mismo nivel que una asesina perteneciente a una banda armada cuando pretendes defender una independencia pacífica.

Como si estuvieran en una realidad paralela, leo a los fieles seguidores de Puigdemont compararle con De Gaulle, apoyarle cuando dice que España no es un estado de derecho, teniendo en cuenta que las condiciones en las que se celebró el referéndum del 1-O eran de parodia, o que el artículo 155 de la Constitución es ilegal, y presentarse a unas elecciones convocadas a su amparo; leo a su abogado en España, Alonso-Cuevillas, afirmar que la querella contra Puigdemont y Forcadell es la plasmación del “a por ellos”; y veo a todos los fieles, como recordaba Ignasi Guardans en Twitter, reconocerle como President de una nación inexistente, como lo hacían en El Palmar con el Papa Clemente. Nuestros nacionalismos europeos del siglo XXI parecen una rabieta adolescente niño consentido. Un secesionismo adulto empezaría por hacer de su país un centro económico potente, por convencer con los hechos y no las palabras a los países vecinos, para que le reconocieran como “igual”, en vez de como región, y se iría con todas las garantías para todos los ciudadanos. Y si te sale mal, asumes las consecuencias y no juegas a la tele-realidad. Pero la madurez no está de moda. Y esta obsesión con ser trending topic mundial saca lo peor de nosotros.

El otro día anunciaron el despido en riguroso directo de dos periodistas del corazón del programa estrella de Tele 5. Se trata de dos periodistas que llevan 20 años de carrera profesional. No solamente aguantaron el mal rato al enterarse en plató de todo esto. Los jefes llevan una semana “decidiendo” en directo. Y ellas, allí, día tras día, dejándose humillar con tal de subir la audiencia, sin largarse sin más a buscar trabajo en el mercado.

Pues éste parece ser el juego de Puigdemont: captar la atención de la audiencia, mostrar ostentosamente su desprecio hacia España, pero sin hacer frente a las consecuencias de sus acciones. Frente a las cámaras se votó en el Parlament, frente a las cámaras ha dicho que podría pedir asilo, todo lo ha hecho de cara a la audiencia de las redes sociales y de la televisión. Y ha jugado con ellas (con nosotros) utilizándolas astutamente. Ahora es el tiempo de los juegos de mayores, de la acción de la justicia, que le espera el jueves para declarar.

En mi imaginación cabe un Sálvame de Luxe que incluya un polígrafo a Puigdemont y una entrevista por Jorge Javier en prime time, mientras se vota mediante una app qué realidad nos creemos.

Mostrar comentarios