OPINION

Dirección Caracas con escala en Buenos Aires

Pablo Iglesias Congreso de los Diputados
Pablo Iglesias Congreso de los Diputados
EFE

Pablo Iglesias también piensa que las crisis son siempre una oportunidad. Así lo teorizaba ya hace algunos años en un inquietante discurso de juventud en el que, tras recordar el legendario regreso de Lenin a Rusia para desencadenar la Revolución de Octubre durante la I Guerra Mundial, apostillaba que los comunistas sólo han tenido éxito "en momentos de crisis y excepcionalidad". Aquel tren blindado, fletado por la Alemania del Kaiser Guillermo II para romper el equilibrio de fuerzas de la Gran Guerra sigue siendo un siglo después ese "tren llamado deseo" de la literatura y la mitología comunista, una especie de manual de cinismo del buen revolucionario que aconseja aprovechar todas las oportunidades, cualquier alianza (incluso las más espurias) y traicionar a quien haga falta para culminar con éxito el único objetivo: la toma del poder.

Es cierto que, tras un siglo de dictaduras del proletariado, rebeliones en la granja, hambrunas que dejaron millones de muertos, archipiélagos Gulag, revoluciones culturales chinas, depuraciones en masa y décadas de terror, el término comunista tiene peor prensa que el murciélago en estos tiempos del coronavirus. Su sola mención provoca escalofríos en cualquier persona decente que considere a la libertad y a la democracia como conquistas supremas de la civilización. Es lo que reconocía Iglesias a su manera en ese mismo vídeo: "La dictadura del proletariado no hay manera de venderla. La palabra democracia, mola, habrá que disputársela al enemigo". Por eso el comunismo lleva décadas poniendo huevos en nidos ajenos y camuflándose en frentes amplios, socialismos del siglo XXI y toda suerte de populismos de izquierda, que al igual que sus homólogos de la extrema derecha, tienen como objetivo derrocar la democracia liberal y volver a sus esencias autoritarias. Venezuela es quizás el ejemplo más notable de como un país que necesitaba reformase, ha liquidado en dos décadas la democracia y quebrado la economía, mientras una élite, "la casta", conocida como "boli-burgueses" han expoliado toda la riqueza de la nación. Es cierto que siempre se podrá alegar que el maoísmo, tan prestigioso en el París del círculo intelectual de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, esa dama referente del feminismo, aun lo hizo peor.

La España del mes de mayo de 2020 es también un país aturdido que no sabe muy bien si aplaudir desde los balcones o salir a la calle a agitar banderas y caceroladas. Hemos pasado la primavera viendo llover desde las ventanas, mientras cada mañana nos sobrecogíamos con el número de muertos sin rostro que, como en la canción de Joaquín Sabina, adivinábamos que viajaban en anónimas ambulancias blancas. La previsión es que para el verano se reduzca mucho la cifra de fallecidos, pero que se multipliquen por miles el número de parados. Pero aún nos falta perspectiva para asumir el volumen de los daños y el sufrimiento que comporta ese descenso vertical de 9 a 12 puntos en el PIB y una deuda desbordada que acompañará a varias generaciones. Solo cuando pisemos la playa y contemplemos el erial, los escombros y las palmeras mutiladas, empezaremos a ser conscientes del desastre del tsunami padecido.

Como en 1975 y 2011 España se enfrenta otra vez más a su destino histórico. Lo que ahora se haga marcará el rumbo para el próximo medio siglo. Las crisis, claro que puede ser una oportunidad. Pero hay que decidir y acertar. Hay un sendero que siempre conduce al fondo del barranco: el de la chatarra oxidada, el de las proclamas de odio y lucha de clases, el de las ideologías podridas exhumadas de los cementerios de la historia. Esa es la ruta que conduce irremediablemente a Caracas, quizás con una breve escala en Buenos Aires. Pablo Iglesias, ahora influyente vicepresidente segundo del Gobierno, lleva toda la vida preparándose para este momento. No ve más que oportunidades y condiciones objetivas para el gran salto adelante. Además, sabe, porque es una constante de la historia, que cuando se seca el barril de cerveza y las familias se empobrecen o le cuesta comer tres veces al día, el orden social se resquebraja, se altera el código de valores y los pueblos se dejan seducir por los profetas que le venden la bonanza y el bienestar de la tierra prometida.

Tampoco Lenin era mayoritario en la Rusia de 1917, pero lo consiguió. Además, Iglesias comparte poder con un PSOE que ya no es aquel partido reformista que abandonó el marxismo en 1979. Ahora al socialismo español se le reconoce más por lo que fue que por lo que es, más allá de esa retórica izquierdista tan repetida por los guionistas del Palacio de la Moncloa, que tiene como principal idea fuerza la satanización de la derecha democrática y el respeto, cuando no el elogio permanente del independentismo golpista y los herederos de los crímenes de ETA. Lo mismo ocurre con el presidente del Gobierno. ¿Quién es Pedro Sánchez?, sigue siendo una pregunta habitual en las casas donde se habla de política y en las redacciones de los medios de comunicación. Además de su pulsión y su olfato por el poder, ¿quién es?, ¿un patriota, un hombre de Estado incomprendido o un simple maniobrero, un pícaro o lo que es peor, el ciego que se deja guiar por el Lazarillo?

Luego está el camino de siempre, el de aceptar la realidad y enfrentarse a ella con humildad, esfuerzo y trabajo, pero sin ninguna tentación de subvertir el marco del Estado social y democrático de derecho. Ese fue el plan que esbozó el lunes 18 en el Congreso de los Diputados el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, quién tras leer el parte médico de las gravísimas dolencias del enfermo, recetó algo tan saludable, pero doloroso como un "pacto que abarque varias legislaturas para abordar reformas estructurales", consolidación presupuestaria, revisión del gasto y saneamiento de las finanzas públicas.

El discurso del gobernador fue muy bien acogido en la Cámara y aunque al día siguiente incluso fue portada en todos los periódicos, en unas horas su impacto se fue desvaneciendo y desapareció. Las redes sociales, como ametralladoras automáticas, seguían a lo suyo, con su rutinario traqueteo de furia y odio. Dos días después, en el pleno para debatir la prórroga del estado de alarma, ya nadie se acordaba del mensaje del gobernador, menos aún por la noche cuando el partido político heredero de ETA, (la extinta organización terrorista que tanto explotó los comunicados), hizo público que había acordado con los dos partidos del Gobierno la derogación inmediata de la reforma laboral. Lógicamente, la noticia provocó asombro y miedo en la España productiva que vio en el acuerdo un billete sin retorno para instalarse definitivamente en la Argentina peronista del 'default' y la miseria.

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