Opinión 

ETA nunca condenará a ETA

Urge construir el relato, por el bien de la democracia, de lo que significó la maldita existencia de esta banda terrorista. 

El secretario general de EH Bildu, Arnaldo Otegi
ETA nunca condenará a ETA. 
EFE

Olvídense. Los dirigentes de la izquierda radical abertzale nunca condenarán a ETA. Jamás. Porque sería como condenarse ellos mismos. Son ellos los que manejaban los argumentos de la barbarie. Seguirán jugando arteramente con palabras dirigidas a las víctimas y a sus familias pidiendo perdón por el daño causado, ante lo que nunca debió ocurrir, según dicen ahora ¿Si nunca debió de ocurrir por qué no condenan expresamente a los causantes de tanto sufrimiento? Porque mienten. Porque ese dolor causado les importa menos que nada.

Estos días se cumplen diez años del anuncio de ETA de acabar con su loca carrera de asesinatos, secuestros y extorsiones. Y al entorno de ETA le toca de nuevo en esta efeméride disimular el gesto y que los demás entendamos que su rictus burlón es una señal de arrepentimiento por sus fechorías. No cuela, porque no existe la menor reparación moral ni el más mínimo dolor hacia las víctimas. En este décimo aniversario del final de la violencia terrorista se han prodigado declaraciones de algunos personajes como Arnaldo Otegui, al que se le ha llenado la boca de supuestas buenas intenciones y de un aparente acto de contrición y solidaridad con las víctimas, pero sin condenar a ETA. En el fondo, un trampantojo, una inexistente comprensión hacia las familias que sufrieron el latigazo mortal del terrorismo.

ETA anticipó su rendición en octubre del 2011 y en mayo del 2018 dio a conocer su “declaración final al pueblo vasco” en la que ratificaba el desmantelamiento total de la organización y la conclusión de “su actividad política” (sic), para convertirse en “un agente que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas e interpele a otros actores”. De esta manera, esta banda, que al parecer en los últimos sesenta años ha hecho de todo menos terrorismo, dejaba vía libre a sus ramales políticos para que siguieran actuando, pero sin interferencias de sus actos criminales.

Ahora, es cierto, que al menos no matan y desde las tribunas democráticas se les permite defender sus proyectos anticonstitucionales incluso con una verborrea injuriosa, hiriente y ofensiva. Son paradojas de la vida, porque pueden hacerlo gracias al amparo de la Constitución de 1978, que consagra una democracia tan garantista y respetuosa como es la española, a la que trataron de estrangular desde sus inicios.

Desde las instituciones democráticas, van a seguir con su táctica de aparentar una postiza aflicción por las víctimas, pero continuarán mostrando sus respetos y veneración a las siglas de ETA. Ante tan descarada contradicción, la mayoría de las asociaciones de víctimas no ha caído en el error de creerse esta farsa y siguen exigiéndoles algo que es de justicia: la condena clara y rotunda de ETA.

Pero nunca lo van a hacer. Pierdan toda esperanza, porque en sus cabezas no anida ni el dolor ni el arrepentimiento. Esta cerrazón frente al simple y humano gesto de pedirles la condena de ETA nos lo explica muy bien Antonio Machado: “Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra aquello que no les cabe en la cabeza”.

Ante esta evidencia, urge construir el verdadero relato de lo que ha sido ETA y de lo que ha significado su maldita existencia hasta su desaparición: una banda criminal que en plena democracia mató a más de ochocientas personas, entre ellas a una veintena de niños a los que les arrebató la vida cuando apenas habían comenzado a vivirla.

ETA no fue derrotada por el diálogo, aunque algún iluminado quiera creérselo. Si así hubiera sido, podría pensarse que al final de esta pesadilla se llegó por un entendimiento racional entre dos partes iguales, el Estado y los terroristas, lo que no deja de ser una burla macabra. Sólo la correosa acción policial y la firmeza democrática en todo el país consiguió la claudicación de los etarras.

Por eso, por respeto a la historia y a las víctimas, urge que el relato que prevalezca sea cuanto sucedió y no las versiones espurias. ¿Se conseguirá? ¿O al final, por lo políticamente correcto y por intereses políticos de gobernanza dominará la versión que pretenden imponer algunos de que ETA era un movimiento de boy scouts, de unos buenos chicos, que tuvieron que coger por obligación las armas para defender sus ideales ante un gobierno opresor y tirano? Todo es posible, porque las dificultades para construir un relato veraz van a ser muchas y ya veremos si insalvables.

Olvídense. ETA nunca condenará a ETA. Hace falta ser muy honrado y valiente para reconocer tu propio fracaso y admitir la estupidez y la inanidad de tus acciones. Por el País Vasco todavía circulan alegremente muchos indeseables, cobardes y oportunistas, presos de una conciencia contaminada y, por supuesto, sin arrepentimiento alguno.

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