OPINION

Abróchense los cinturones, todo va a salir bien

Ariel Bezalel (Júpiter)
Ariel Bezalel (Júpiter)
Efe

En el actual mundo feliz de los mercados de bajos tipos de interés, baja inflación, bajo crecimiento y subidas en bolsa, la obsesión por la seguridad se ha convertido de forma alarmante en una fuente de riesgo financiero que está pasando demasiado desapercibida. Durante estos días se produce la tradicional lluvia de perspectivas económicas y financieras de bancos, brókeres y gestores de fondos para el nuevo curso. No hay sorpresas. Dicen que la bolsa subirá probablemente, se habrá evitado la recesión, aunque con algunos eventos que aportarán picos de volatilidad como las elecciones en EEUU, la evolución de la guerra comercial o el incremento del gasto público de los gobiernos europeos.

El mensaje de tranquilidad ante un escenario completamente anormal es como el pasajero de avión que escucha aquello de ‘abróchense los cinturones’ ante las primeras turbulencias, acompañado con una segunda parte: ‘todo va a salir bien’. Wall Street llegará a 2020 con 11 años alcistas consecutivos a la espalda y 126 meses de crecimiento consecutivo de su economía, un ciclo récord. La Fed de Powell ha cambiado la marcha en este 2019. Hace un año subió los tipos, pero desde julio los ha bajado en tres ocasiones. Son bajadas preventivas ante las primeras turbulencias que han agitado la economía en EEUU.

Goldman Sachs ve continuidad en el mercado alcista para 2020 y al índice S&P 500 en los 3.450 puntos a comienzos de año, un 5% por encima del nivel actual. Recomienda evitar los “extremos de crecimiento y valor”, es decir, tanto a las empresas que estén creciendo con rapidez (y en teoría, menor rentabilidad) o valor (que coticen infravaloradas pese a que cuentan con buenos fundamentales o futuribles). Hay que volver al centro: acciones con GARP (Growth at a Reasonable Price), mucho GARP: Crecimiento a Precios Razonables.

¿Y en Europa?

La situación en el euro dista mucho de la que tiene EEUU. La desaceleración sigue su curso, el Banco Central Europeo (BCE) ha puesto todo de su parte, pero está pidiendo de forma repetitiva que los estados que bajen a remar con políticas fiscales y de gasto público. De lo contrario, no hay salida. Es indudable que los tipos de interés negativos han tenido su etapa de gloria estimulando la economía, si bien los efectos colaterales del ‘dopìng’ todavía están en fase de diagnóstico y no parece que vayan a traer buenas noticias.

La idea básica detrás de las tasas es castigar al dinero ultraconservador de bancos e inversores que juegan a la seguridad refugiándose en ‘efectivo’, depósitos o en activos seguros y líquidos. Hay indicios múltiples de daños al sistema financiero -la sangre de una economía- como, por ejemplo, la burbuja de la deuda soberana que ha venido financiando durante los últimos años a los Estados. Países como España o Italia pueden dar gracias al todopoderoso BCE y Draghi por estas políticas que han permitido ahorrar miles de millones de euros en intereses al Estado. Sí, el BCE, no las políticas de ajuste.

Sin embargo, parece que hay algunos síntomas de hipoxia o mal de altura por la euforia con la que inversores y bancos se mueven en el terreno de la renta fija que, paradójicamente, es todo menos fija. Barclays Capital se refiera a esto y a la bolsa como "escalar en altura" en su informe de estrategia para 2020. Los precios de los bonos han escalado hasta niveles históricamente altos y las rentabilidades -que se mueven de forma inversa al precio ya que basculan sobre un cupón fijo- se han hundido como nunca hasta entrar en números rojos. Todo esto obliga al inversor a pagar por prestar con tal de tener seguridad o por puro cinismo: los precios seguirán subiendo. Ahora bien, ¿tiene algún sentido?

Tampoco tiene nada de normalidad que la banca esté remoloneando para acudir a las nuevas subastas de liquidez del BCE de Christine Lagarde. En septiembre, cuando se celebró el primer TLTRO III -financiación masiva y barata- apenas se presentaron 28 entidades y solicitaron 3.400 millones de euros. En 2016, con el TLTRO II, fueron medio millar de bancos europeos y cargaron liquidez por cerca 400.000 millones.

La falta de visibilidad de futuras subidas de tipos les ha echado para atrás a la hora de coger el dinero barato del BCE. No tienen la certidumbre de usarlo dando créditos, pero se exponen a ser penalizados por el propio banco central si lo mantienen en liquidez. Otra de sus motivaciones es que las nuevas inyecciones a dos y tres años no tienen una tasa prefijada y variarán su interés a lo largo de la vida del préstamo. Por eso están jugando a esperar, pero es una demora perversa y de mucho riesgo.

El 12 de diciembre se resolverá la segunda edición del TLTRO III. Si la banca europea sigue aparecer, la liquidez del sistema volverá a menguar porque todavía están devolviendo el TLTRO II anterior y no hay reemplazo. Esta vez, sí, las tensiones pueden emerger.

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