Cuaderno de venta

Los destructores de la inflación deben parar antes de romperlo todo

Christine Lagarde (i) junto a Jerome Powell (d) en el último foro del BCE en Sintra.
Christine Lagarde (i) junto a Jerome Powell (d) en el último foro del BCE en Sintra.
BCE / Archivo / L. I.

Elevar los impuestos cuando las cosas van mal, en recesión, es como hacer leña del árbol caído. Va contra natura que el Gobierno pretenda recaudar más cuando peor lo están pasando empresas y hogares, sobre todo, cuando la recaudación fiscal está marcando récords históricos este año con un crecimiento desorbitado cercano al 20% en IRPF e IVA. Pero hay una buena noticia: subir la fiscalidad también ayuda a reducir la inflación porque retira el dinero de tu bolsillo y tienes menos para consumir. Un favor que te hacen desde Hacienda, una de las instituciones que provoca una reacción de amor y odio en la sociedad por su papel de sheriff de Nottingham en Robin Hood. La cuestión es que la entrada en recesión de la economía -EEUU, Europa y España, en este orden- junto al ciclo de subidas de tipos de interés en marcha a toda velocidad obliga a manejar las políticas de impuestos.

Que se lo pregunten a la primera ministra de Reino Unido, Liz Truss, cuyo plan presupuestario para impulsar el crecimiento con un estímulo fiscal de 51.000 millones de libras ha provocado un colapso en su divisa, la deuda y el mercado hipotecario. El pánico de los inversores es comprensible ante una inflación que parece fuera de control creciendo a tasas del 10%, mientras asiste a una exhibición de gasto que amenaza con desequilibrar las cuentas públicas, aumentar el endeudamiento y alimentar las presiones inflacionistas. El Banco de Inglaterra se ha visto forzado a dar marcha atrás en sus planes de reducir su cartera de bonos -adquirida durante la pandemia- para comprar más. En una semana ha pasado de anunciar que desinvertirá 80.000 millones de libras en la deuda estatal en doce meses a optar por lo contrario: comprará 65.000 millones hasta el 12 de octubre.

No todos los países van a seguir ese camino. En España se ha instaurado la era de la confusión fiscal con bajadas de impuestos en algunas Comunidades Autónomas y subidas por parte del Gobierno. Este caos fiscal tiene sus raíces en la cercanía de elecciones autonómicas y generales, pero tiene una explicación adicional. Tanto el desembolso de más fondos europeos como la posibilidad de nuevas compras de bonos por parte del Banco Central Europeo (BCE) van a estar condicionados a tener unas cuentas estatales lo más saneadas posibles. 

De ahí viene la voracidad política por recaudar más aunque se disfrace del manido 'impuesto a los ricos', a las energéticas, a la banca, a los poderosos... Pero luego resulta que todo eran los clásicos fuegos artificiales y desinformación desde el atril político. El déficit público -lo que el Gobierno gasta por encima de los ingresos y acaba convirtiéndose en deuda- está bajando de forma visible este año. Según los últimos datos difundidos por Hacienda, se ha situado en el 1,87% del PIB anual hasta julio frente al 6,8% de 2021 y el 10,3% de 2020. Esta notable mejora se debe al aumento de la recaudación a niveles cercanos al 20% a lo largo de la primera mitad de 2022.

Para los bancos centrales, el aumento de la carga fiscal por parte de los estados a sus ciudadanos y empresas supone una ayuda extra a la hora de recuperar la estabilidad de precios y magnifican los efectos de las subidas de tipos de interés al drenar la renta disponible de los contribuyentes. El BCE se ha alineado por completo con la Fed a la hora de identificar prioridades. Hay que seguir subiendo tipos a toda velocidad... pero estamos llegando al límite.

Lo primero es la inflación y, después, lo que venga. Tanto Jerome Powell como Christine Lagarde han asumido el papel de destructores de demanda pero están generando un riesgo a medio plazo todavía mayor y de incalculables consecuencias. Volviendo al momento Gandalf del presidente de la Fed: una cosa es que el Balrog de la inflación no pase por el puente de la economía y otra acabar derribándolo para que nadie vuelve a cruzarlo.

El dilema es elegir entre guatemala y guatepeor. Por un lado, el monstruo de la inflación también crece en las recesiones si se pierde o se carece de capacidad productiva y hay que recurrir al exterior. Un buen ejemplo es la energía. Países como España van camino de disparar sus importaciones energéticas hasta los 100.000 millones de euros en 2022, generando un déficit comercial energético de 50.000 millones. Si no se reduce la demanda energética, no tardará en producirse un reventón. Por otro lado, la bajada del consumo no es una buena noticia porque implica, sí o sí, que las fábricas están parando, la hostelería cerrando, los empresarios arruinándose y los empleados quedándose sin empleo. La entente de bancos centrales y gobiernos logrará acabar con la inflación, ¿pero a qué precio?

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